Alguien
quizá está haciéndonos señales desde la orilla o señalándonos por donde hemos
de lanzar la red, estemos atentos a las señales porque Jesús nos sale al
encuentro
Hechos de los apóstoles 4, 1-12; Sal 117;
Juan 21, 1-14
Una noche
bregando sin obtener ningún resultado, unas manos con las manos vacías sin nada
que ofrecer, de una manera o de otra nos habrá pasado alguna vez. Trabajos que
no resultan fructuosos, momentos en que nos sentimos vacías y hasta en cierto
modo fracasados porque nada hemos conseguido, no hemos podido resolver los
problemas, no encontramos el ‘quid’ de la cuestión, trabajos infructuosos que
pudieran llenarnos de desaliento, nos van sucediendo unos tras otros tantas
veces en la vida.
No tenían
claro aun los discípulos lo de la resurrección de Jesús. Para Galilea se habían
venido tras el comunicado que les había llevado Maria Magdalena y las otras
mujeres que habían ido al sepulcro. Ahora están en Galilea mano sobre mano sin
saber qué hacer. Es Pedro el que se adelanta para ir de nuevo a pesar, y
algunos de los discípulos que están con él se deciden también a acompañarle.
¿Para qué? La noche había salido infructuosa, habían perdido la buena costumbre
y la habilidad para tener una buena pesca, incluso cuando todos sabían lo que
tenían que hacer. No dan muchas señales de que lo tuvieran claro. La noche los
ha ido envolviendo, pero las noches son preanuncios de un nuevo amanecer.
En el
amanecer les preguntan sobre la pesca recogida. Se les cae la cara de vergüenza
por no tener nada que ofrecer. Pero desde la orilla les están dando
indicaciones de por donde han de echar las redes. Los orgullos son malos para
recibir esas indicaciones en momentos malos como los estaban pasando. Pero
hacen caso y no se arrepentirán, la redada de peces ha sido muy grande, y
seguramente los recuerdos habían vuelto a la mente. Juan sabe interpretar lo
sucedido porque es quien reconoce al que está en la orilla. Por lo bajo se lo
insinúa a Pedro, no hacía falta más, porque muchas cosas estaban sucediendo
como en repetición de lo un día sucedido, pero ahora parecía que tenía otros
aires, otro sentido.
No hace falta
mucho para que Pedro se tire al agua para llegar a los pies de Jesús. ‘Es el
Señor’, le había dicho Juan por lo bajo. El arrastrar la red repleta de tantos
peces lo dejó en las manos de los otros, pero él quería estar junto al Maestro.
Jesús está allí. No hace falta más para correr al encuentro con Jesús. Más
tarde llegarán los otros arrastrando la red que está casi para romperse. ¿No
les había dicho Jesús que los haría pescadores de hombres? Aquí tenemos la señal.
Ahora ya
nadie se atreve a preguntar nada. Todos saben que es Jesús. Los desánimos y los
cansancios se habían difuminado, como se difuminan las tinieblas de la noche
con la luz del sol que amanece en la mañana. Era para todos un nuevo amanecer.
No siempre es
fácil dejarse iluminar por la luz de ese nuevo amanecer. Tan ensimismados
andamos en nuestras cosas, en nuestras preocupaciones. Cuando hay parones en la
vida podemos ponernos a pensar en muchas cosas, nos ponemos a pensar en nuestro
futuro, volvemos a recordar los instrumentos de trabajo que tuvimos en otro
tiempo y que habíamos dejado a un lado. Como Pedro y aquellos discípulos que
aquella tarde se fueron de nuevo a la pesca. ¿Qué vamos a hacer? ¿En qué vamos
a entretener nuestro tiempo? ¿Podríamos seguir con nuestras habilidades de
siempre? ¿Aparecerán otros nuevos caminos y cómo voy a tener la certeza de que
ese es mi camino?
Alguien quizá
está haciéndonos señales allá desde la orilla del lago ¿Las sabremos
interpretar? Dios va poniendo señales en nuestro camino de cual ha de ser
nuestra certeza. ¿Seguiremos buscando entretenimientos? Estemos atentos, que de
una forma u otra el Señor nos saldrá al encuentro para ponernos en camino para
algo nuevo, para que miremos por el otro lado, para que sepamos aceptar las
voces y señales que nos llegan desde la orilla.
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