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sábado, 8 de abril de 2023

María un día dijo sí y se había puesto en camino, ahora en silencio baja del Gólgota y en el silencio de la espera de la resurrección estará siempre en camino al lado de sus hijos

 


María un día dijo sí y se había puesto en camino, ahora en silencio baja del Gólgota y en el silencio de la espera de la resurrección estará siempre en camino al lado de sus hijos

El Gólgota se había quedado en silencio. Poco a poco habían ido abandonando el lugar aquellos que tanto habían luchado por quitarlo de en medio, su obra estaba consumada, o así lo pensaban; los curiosos desaparecieron como por encanto porque se había acabado el espectáculo; los soldado encargados de ejecutar la sentencia cumplían sus últimos requisitos, pero un pequeño grupo se arremolinaba a los pies de la cruz, y pronto descenderían en cortejo buscando la tumba nueva que el bueno de José de Aritmatea había facilitado; él se había encargado de pedir el cuerpo de Jesús y con aromas que Nicodemo también había facilitado cubrieron los ritos fundamentales para el enterramiento.

La piedra había sido rodada, Juan que había recibido a Maria como madre la llevó consigo buscando un lugar de descanso, ¿acaso el cenáculo donde se habían refugiado el resto de los discípulos? Había también probabilidades de que fueran unos parientes más o menos cercanos de María, dada su disponibilidad para facilitar el lugar. Reinaba el silencio en el ambiente como no podía ser de otra manera.

Momentos en que nos quedamos en blanco; momentos en que se agolpan los recuerdos; momentos en que no sabemos ni qué pensar, ni qué decir. El dolor de una madre era grande. Un día le habían anunciado que una espada traspasaría su alma, pero no se podía pensar que fuera un dolor tan intenso. Pero María había estado allí; a su encuentro había salido cuando llegaron las noticias de cuanto sucedía en aquella calle que se quedaría para siempre con el nombre de la amargura. Pero el verbo que se utiliza para hablarnos de la presencia de María nos habla de firmeza, de entereza; no era la presencia de quien se desmorona, aunque la imaginería abunde en gestos desgarradores, sino la presencia de quien sabe qué hace allí, por qué está allí.

Un día María había dicho sí y se había puesto en camino. Su disponibilidad había sido total, porque se consideraba tan pequeña como una esclava que tiene que hacer lo que le manden, pero ella con toda la disponibilidad de un corazón que saber amar había comenzado a subir los peldaños. Camino errante en búsqueda de donde servir, caminos de vacío y de pobreza como para no tener ni siquiera una posada que la acogiera en los momentos que iba a traer al mundo una vida, soledades de noches frías a la intemperie porque poco calor podían dar las paredes de un establo, caminos de huida que se convertían en destierro, caminos y caminos llenos de soledades, de vacíos y de silencios cuando te quitan de tu lado lo que más amabas como los que ahora desgarraban su corazón. Pero ella había dicho y se había puesto en camino.

Por eso aquel cántico que un día había iniciado allá en la montaña en casa de su prima Isabel ella lo seguía cantando. Como lo saben hacer solo los que tienen envueltas sus vidas por la fe. Ella seguía proclamando las grandezas del Señor, ella seguía dando gracias porque el Señor la había escogido y en ella seguía realizando maravillas. A quien le falta la fe difícil es que pueda cantar ese cántico de alabanza y acción de gracias cuando constata sus soledades, su pobreza, eso que parece un silencio de Dios. Pero María podía hacerlo. Ella se siente en verdad envuelta por la misericordia del Señor. Nada teme, porque sabe que el Señor está con ella.

Está viendo María el cumplimiento de las bienaventuranzas que un día Jesús había proclamado. Podría parecer que los poderosos de este mundo tienen la ultima palabra, pero ella sabe que la muerte no ha derrotado a la vida. ‘Dispersa, sí, a los soberbios de corazón’. ¿Dónde están ahora los que tanto han vociferado en este día ante el pretorio y aquí mismo en el calvario? Son los que ahora callan, porque aun siguen temiendo; le irán a pedir al Procurador que ponga guardias a la entrada del sepulcro, porque aunque no quieren creer sin embargo temen que en verdad Jesús resucitará como lo había prometido. María sigue con esa esperanza en el corazón, ella confía en la Palabra de su Hijo como un día se había confiado totalmente a Dios sin saber incluso como se resolverían los misterios de Dios.

El silencio de María no es angustia por la muerte de su Hijo porque sabe muy bien que resucitará. Es el silencio de la espera, pero es el silencio de quien aun no termina de comprender esa nueva dignidad que le ha confiado su Hijo. Quizá su silencio sea contemplar esa humanidad que son sus nuevos hijos en los que también descubre tantos sufrimientos, en los que descubre tantas soledades, en los que descubre tantos vacíos porque andan desorientados como ovejas sin pastor, a los que sabe que tiene que amar y por eso está haciendo suyos esos sufrimientos, esas soledades, esos silencios, esos vacíos de los que ahora son sus hijos. Y una madre cuando siente como propio el dolor de sus hijos algunas veces lo que hace es guardar silencio, acompañar en silencio, mirar en silencio.

Se siente María acompañada por Juan que ya la tomó como su madre y la ha llevado consigo, pero ahora María es la que como madre quiere acompañar a Juan, quiere acompañar a esa Iglesia naciente, por eso ya desde el principio la veremos en el cenáculo cuando esperan el cumplimiento de la promesa de Jesús, la venida del Espíritu. Es María la que nos va a acompañar a la Iglesia en el camino de la historia, que muchas veces se hará difícil, pero que va a sentir siempre esa presencia maternal de María.

Es el silencio de María mientras se aleja de la tumba de Jesús, es el silencio de María en aquel sábado de espera de la resurrección, es el silencio de María que es el silencio de los humildes, de los pequeños y de los sencillos, pero que ella sabe que en ellos Dios hará cosas grandes como lo ha hecho en ella y con ella. Es el silencio con que vamos a estar con María en este sábado en la espera de la resurrección del Señor porque sabemos que con nosotros estará ya para siempre María.

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