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viernes, 7 de abril de 2023

Descubramos tras los nubarrones de la muerte una luz que resplandece y da brillo dando nuevo sentido también al dolor, el amor que hace fructificar en nosotros una nueva vida

 


Descubramos tras los nubarrones de la muerte una luz que resplandece y da brillo dando nuevo sentido también al dolor, el amor que hace fructificar en nosotros una nueva vida

Isaías 52, 13 — 53, 12; Sal 30; Hebreos 4, 14-16; 5, 7-9; Juan 18, 1 — 19, 42

¿Cómo nos podemos sentir en la presencia del dolor de alguien que sabemos que nos ama y a quien nosotros también amamos? Nos sentiremos como impotentes y nuestro corazón llorará por ese dolor que contempla, en la impotencia que se siente ante lo que quizás nada pueda hacer. Angustia en el corazón, nubes de tristeza que nos embargan, silencio en nuestro dolor aunque sintiéramos deseos de gritar, desconsuelo ante el sufrimiento que contemplamos. Pero ¿hemos dicho el dolor de quien sabemos que nos ama y a quien nosotros amamos también? Pareciera que en ese dolor hasta lo olvidáramos.

¿Será por eso por lo que hemos cargado con tantos crespones negros, con tantas sombras y tristezas que se convierten en amarguras este día del Viernes Santo, un día en que parece que por obligación hay que estar tristes? Épocas hubo en que no se nos permitía ni sonreírnos. Hasta las palabras que empleamos para hacer referencia a los hechos que contemplamos en este día las hemos cargado muchas veces con tintes de desesperanza y amargura. Pero ¿tienen sentido esos crespones negros y esas tristezas que nos agobian el alma? Decíamos que en nuestro dolor olvidamos algo que tiene que ser muy importante.

Lo hemos dicho desde la primera pregunta que nos hacíamos. En medio de todo ese dolor está el amor. Es como el gran primer título que tenemos que ver colgado ante nuestros ojos. Todo sucede por amor. Es la gran prueba del amor. Es la entrega del amor.

Se nos ha dicho tantas veces que por repetido tenemos el peligro de olvidarlo o de darle menos importancia. Tanto amó Dios al mundo, tanto nos amó Dios que nos entregó a su Hijo, y el Hijo por el amor se dio hasta el final. No hay amor más grande que el que se da hasta entregarse a la muerte por los que ama. Es el amor que se derrama en Jesús cuando le vemos recorriendo los caminos de Galilea y Palestina. Y los que sintonizaban con ese amor se iban con El, querían escucharle, le llevaban sus dolencias y sufrimientos de todo tipo, querían estar cerca de El, tocarle al menos el manto. Y Jesús va mostrando la compasión de su corazón porque había en torno a El ovejas que andaban descarriadas sin pastor, y las enseña y las alimenta, pasó haciendo el bien.

Es el amor que le ha traído con prisas hasta Jerusalén, siempre iba delante de los suyos en su subida, porque se acercaba la hora de la Pascua, la hora en que se iba a manifestar de forma muy palpable ese paso de amor de Dios entre los suyos. Anunciaba que sería entregado en manos de los gentiles, pero era El quien se entregaba. Era el designio de Dios, era la muestra definitiva del amor que nos traería la verdadera paz, que plantaba definitivamente el Reino de Dios, que haría fructificar un mundo nuevo.

El era ese grano de trigo sembrado en tierra del que brotaría ese mundo nuevo. Era el momento en que ese grano se convertía en harina para un nuevo pan. Triturado, desfigurado hasta perder toda apariencia humana como había anunciado el profeta pero era la semilla de una vida nueva, era la transformación del amor. ‘Triturado por nuestros crímenes, sin figura, despreciado, varón de dolores, maltratado, arrancado de la tierra de los vivos, sepultado con los malvados’. Es lo que estamos contemplando y nos conmueve el corazón. Es la gran manifestación del amor.

Y nos sentimos tocados en lo más hondo de nosotros mismos. Pero no para llenarnos de angustias y tristezas. Aunque haya tanto dolor y parezca que la muerte tiene la última palabra quitemos todos esos crespones negros. En este momento que parece de sombras sin embargo hay una luz que brilla fuerte y lo que nos hace comprender el sentido de todo, es la luz del amor. No lo olvidemos. Por eso esta tarde dolorosa del viernes santo es, sin embargo, un renacer de la esperanza para nuestros corazones, es un despertar el amor en nuestra vida. Aunque ante los ojos humanos pudiera parecer una derrota sin embargo es una victoria porque esta muerte de Jesús en la cruz nos trae la vida, nos trae el perdón, nos trae una nueva paz, nos llena de amor.

Quienes estamos contemplando este momento de cruz nos sabemos amados, nos sentimos amados, nos vemos necesariamente movidos al amor. No es derrotismo ni impotencia lo que tenemos que sentir, sino que una nueva fuerza surge en nosotros porque con la muerte de Jesús sabemos que vamos camino de la victoria. Creemos en su palabra y El nos anunció que aunque fuera dura la entrega y llegara la muerte al tercer día resucitaría. Y es nuestra esperanza. Lloremos, es cierto, nuestro pecado, pero sabemos que el pecado y el mal ha sido derrotado desde lo alto del madero de la cruz. Y nosotros podremos emprender una vida nueva. En el fondo tenemos que sentir el gozo de Dios porque sentimos el gozo del amor.

‘Todo está consumado’, fueron las palabras de Jesús en sus últimos momentos en la cruz. Se ha consumado la obra del amor. Ha brotado la nueva planta de una nueva vida que tiene que florecer en nuestro amor. No olvidemos el auténtico brillo que tiene que tener este día.

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