Una
nueva perspectiva que se abre ante nosotros, ceñirnos para postrarnos a los
pies del Jesús que encontramos en el hermano para derramar el perfume de
nuestro amor
Isaías 42, 1-7; Sal 26; Juan 12, 1-11
Un día
también en un banquete se había introducido una mujer que también tenía mucho
amor. Igualmente había derramado un frasco de perfume sobre los pies de Jesús;
no sabemos si entonces eran un perfume de mucho valor, aunque se supone, porque
las lágrimas de aquella mujer tienen el valor del amor y del arrepentimiento.
Era una mujer pecadora que se había atrevido a meterse en la casa de un fariseo
que daba un banquete a Jesús. La incomodidad de este hombre por lo que estaba
sucediendo, y además en su casa, era notoria. ¿Cómo se había atrevido aquella
mujer a meterse en su casa y llegar a tocar los pies del Maestro? Pero allí
estaban los besos y las lagrimas del amor, de mucho valor, que incluso
merecerían la alabanza de Jesús porque así tenía asegurado su perdón.
Hoy es otra
mujer agradecida la que derrama un caro perfume sobre los pies de Jesús. No era
la primera vez que se sentaba a los pies de Jesús, pues esa era su postura
preferida cuando Jesús visitaba aquel hogar de Betania. Alguna vez había
recibido los reproches de su hermana porque no la ayudaba en la casa en las
tareas de la hospitalidad que se debía a los huéspedes, pero Marta afanosa en
sus quehaceres y preparativos no había caído en la cuenta que la mejor forma de
acogida y hospitalidad no es ofrecer cosas, sino poner el corazón atento para
beberse sus palabras de quien era acogido en la casa.
Ahora es
Maria, la de Betania, después que Jesús les había devuelto con vida al hermano
que se había enfermado y muerto sin que llegara a tiempo Jesús – aún sonaban
los reproches, ‘si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano’,
que te habíamos avisado – ofrece aquel perfume de nardo purísimo para perfumar
los pies de Jesús. Será el interesado Judas Iscariote el que se preocupe de que
aquella fortuna se pudiera haber gastado en los pobres, pero Jesús será quien del
significado de aquel gesto de María de Betania. ‘Lo tenía guardado para mi
sepultura’.
Nosotros
estamos a punto de celebrar el misterio de la pasión, muerte y resurrección de
Jesús. ¿Andaremos también desorientados en lo que tenemos que hacer como
aquellos discípulos que cuando perdieron a Jesús lo abandonaron y huyeron?
¿Andaremos también despistado como las buenas mujeres que en la mañana del
primer día de la semana iban al sepulcro para embalsamar el cuerpo de Jesús sin
pensar siquiera quien les correría la piedra de la entrada del sepulcro?
¿Andaremos con derroches quizás y afanados en muchas preocupaciones porque
tenemos que tener bien preparadas todas las cosas de la semana santa para que
todo salga bien y esplendoroso?
¿Acaso no
tendríamos como estas dos mujeres que hemos mencionado preparar los perfumes
con los que ungir y perfumar los pies de Jesús? No tenemos que buscar caros
perfumes pero sí el perfume más preciado de nuestro arrepentimiento y de
nuestro amor con el que postrarnos a los pies de Jesús. Será otro gesto el que
veremos destacar con un especial resplandor en estos días, sobre todo en la
tarde del jueves santo. Postrarnos a los pies, para lavar los pies. ¿Con lágrimas
de amor como la mujer pecadora? ¿Con perfume carísimo como María de Betania
como la mejor expresión de agradecimiento? ¿O será acaso con la cintura ceñida
y el agua en la jofaina de nuestro espíritu de servicio como contemplaremos a
Jesús?
Perspectivas
para una nueva y mejor semana santa tenemos ante nosotros en el evangelio que
estamos meditando. Lo importante es que tengamos la valentía de ceñirnos para
postrarnos a los pies… con toda la fuerza de nuestro amor y espíritu de
servicio.
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