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jueves, 16 de junio de 2016

Sólo una palabra es necesaria para dirigirnos a Dios y decirla con toda la profundidad del amor, Padre

Sólo una palabra es necesaria para dirigirnos a Dios y decirla con toda la profundidad del amor, Padre

Eclesiástico 48, 1-15; Sal 96; Mateo 6, 7-15
Solo una palabra es necesaria. Es más que una palabra. Ponemos en ella toda nuestra vida, todo nuestro amor. En una ocasión le piden a Jesús que les enseñe a orar; hoy esta enseñanza de Jesús está enmarcada en el sermón de la montaña que comenzó presentándonos el ideal y meta de las bienaventuranzas; luego ha ido desgranando Jesús todo su sentido del Reino; finalmente nos ha hablado del amor, de la profundidad que hemos de darle a nuestra vida para no quedarnos en apariencias; ahora nos habla de nuestra relación con Dios.
¿Cómo  hemos de orar? ¿son necesarias muchas palabras? ¿hemos tenido antes que aprender mucha teología para saber dirigirnos a Dios? Jesús nos lo resume en una palabra. Cuando oréis decid ‘Padre’, ‘padre nuestro’. Ahí lo tenemos todo condensado. No estamos dirigiéndonos a Dios tan poderoso, tan inmenso que lo veamos lejano; no estamos dirigiéndonos a Dios al que hemos de tenerlo tanto respeto que nos llenemos de miedo y casi no queramos acercarnos a El; nos estamos dirigiendo a un Dios que en su inmensidad, en su omnipotencia, en su grandeza e infinitud piensa en nosotros, nos conoce uno a uno por nuestro nombre y nos quiere hacer partícipes de su vida; un Dios que nos ama tanto que es nuestro Padre, somos  sus hijos.
Ahí está todo; aprendamos a gustar esa palabra en toda la ternura del amor; aprendamos a decir esa Palabra llenándonos de paz, porque sentimos su amor sobre nosotros porque quiere hacerse presente en nuestra vida; saboreemos esa palabra como la Palabra más dulce que podamos decir en la tierra por todo el amor que conlleva y porque además sintiéndonos sus hijos nos estamos llenando de su sabiduría eterna, de ese sabor de su divinidad cuando nos ha hecho partícipes de su vida, porque nos regala su Espíritu.
Cuando le decimos Padre es porque le amamos, queremos amarle con todo nuestro corazón y con toda nuestra vida; cuando le decimos Padre es porque sentimos que es en verdad el único Señor de nuestra vida y nuestro gozo será su gloria, la alegría más profunda de nuestra vida es querer hacer siempre su voluntad; cuando le decimos Padre sabemos que en su providencia infinita El siempre cuida de nosotros y no nos ha de faltar el pan de cada día; cuando le decimos Padre es porque ya hemos aprendido a ser hermanos, a sentirnos hermanos, y nunca más queremos hacer daño a nadie, y pedimos perdón y perdonamos como sabemos que El también siempre nos perdona; cuando le decimos Padre es porque sentimos su fuerza y su protección para vernos libres del mal, para tener la fuerza de apartarnos siempre de todo lo malo que nos pueda tentar.
Decimos Padre y ahí está toda nuestra oración. Decimos Padre y nos sentimos llenos de Dios. Decimos Padre y nos sentimos inundados de su amor, amor con el que queremos amar a los demás. Es nuestra oración. Es la oración que nos enseñó Jesús. Es la oración que de verdad queremos saborear cada día, porque así saboreamos a Dios, su presencia y su gracia en nosotros, allá en lo más hondo del corazón.

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