Rompamos la espiral de la violencia y creemos la espiral del amor que es la que verdaderamente nos llenará de paz
1Reyes 21, 1-16; Sal 5; Mateo 5,
38-42
¡Qué difícil es romper la espiral de la violencia! Pues nosotros los
cristianos tenemos que romperlo. Sí, aunque desgraciadamente sabemos cómo somos
y cuánto nos cuesta dominarnos y controlarnos cuando alguien nos hace lo que no
nos gusta. Tenemos que ser sinceros y reconocerlo. Aquí tenemos veinte siglos predicándose
este evangelio y todavía no terminamos de convencernos y tratamos de seguir haciéndole
rebajas, buscando disculpas, queriendo encontrar excepciones, en una palabra
que no terminamos de romper esa espiral de la violencia en nuestro mundo.
Tenemos que convencernos que la violencia no arregla las cosas, y la
respuesta que demos con violencia a la que nos puedan hacer a nosotros generará
más violencia. Es el amor el que dulcifica las amarguras y el que lima las
asperezas que nos podamos encontrar en la vida. Es cierto que no siempre
estamos en la misma sintonía ni quizá tenemos la misma serenidad en el corazón.
Pero hemos de aprender a no perder la paz, a mantener esa serenidad y esa calma
frente a los atentados de mal que podamos sufrir.
Es difícil; no nos dice Jesús que eso sea fácil. El lo sufrió en su
carne, pero ¿cuál fue su reacción? Lo veremos en la cruz primero que nada
perdonando y pidiendo por aquellos que le están crucificando, ‘no saben lo que
hacen’, los disculpa; y no estaba pidiendo simplemente por los que tenían el
martillo en sus manos para coserlo al madero de la cruz, sino a todos aquellos
que con su maldad, sus intrigas y sus orgullos estaban detrás de toda aquella
conspiración.
Y aunque grita en su dolor sintiendo la soledad del dolor y de la
cruz, sabe ponerse en las manos del Padre, sabe hacer la ofrenda de amor de su
vida en aquella muerte violenta que estaba sufriendo para convertirla en
redención, en salvación para toda la humanidad.
Sí, en todo esto tendríamos que pensar al vernos envueltos en este
mundo de violencias, de resentimientos y de venganzas, de envidias y de malas
querencias que cada día podamos sufrir. Miramos a Jesús y aprendemos a
responder con amor; miramos a Jesús y llenamos de paz nuestro corazón; miramos
a Jesús y aunque sintamos tantas soledades interiores que nos podrían hacer
gritar con violencia aprendemos a hacer ofrenda de amor de cuanto sufrimos.
Es lo que tenemos que aprender, es el estilo nuevo del Reino de Dios
que Jesús nos anuncia, que es un reino de paz y de amor; paz y amor que
expresamos en nuestra comprensión, en la capacidad del perdón hasta llegar a
disculpar, en la respuesta de amor que damos, en el silencio de nuestro
sufrimiento, en la ofrenda que hacemos en cada momento de lo que es nuestra
vida.
Quienes vivimos o queremos vivir el Reino de Dios tenemos que ser
siempre instrumentos de paz, constructores de la paz; cuando perdonamos y
olvidamos cuánta paz sentimos en nuestro corazón y cuanta paz seremos capaces
de trasmitir también a los demás, aunque no nos quieran entender, aunque puedan
decir de nosotros lo que sea porque no respondemos del mismo modo a como lo
hacen los demás.
Simplemente, rompamos la espiral de la violencia y creemos la espiral
del amor que es la que llenará de paz nuestro corazón y en consecuencia nuestro
mundo.
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