Busquemos los que nos hace grandes como personas en el encuentro con los demás, no lo que nos parece que nos pueda hacer más poderosos
2Reyes 11, 1-4.9-18. 20; Sal
131; Mateo 6, 19-23
En la vida parece que nada pudiéramos hacer sin el dinero. Es cierto
que nos es necesario para el intercambio comercial de aquello que necesitamos,
pero lo hemos convertido en algo tan esencial que nos da la impresión que ni
podríamos mantener una relación con las otras personas sin él, ni podríamos ser
en verdad felices.
Bien sabemos que para la relación entre unas personas y otras – y eso
es algo fundamental en el ser humano que no es un ser aislado y tan
independiente que no necesitáramos esa relación – son cosas más importantes que
el dinero las que nos van a facilitar el encuentro entre unos y otros y que
serán las que en verdad nos ayuden a realizarnos como personas. No es en lo
material y en lo pecuniario en lo que debemos basar nuestras relaciones mutuas.
Es ese encuentro entre las personas, donde vayamos con sinceridad y
buena voluntad, donde seamos capaces de ofrecer algo de nosotros mismos que no
es lo material sino nuestro respeto, nuestros buenos deseos, nuestra amistad,
nuestra cercanía, nuestra disponibilidad para una ayuda como para una escucha
en el compartir, nuestro cariño. Es por esos caminos de verdadera amistad y de
sinceridad donde nos encontraremos profundamente y donde nos ayudaremos a ser
felices, porque seremos más nosotros mismos desde lo más hondo de nuestro ser.
No podemos basar nuestro encuentro en unos intereses puramente
materiales donde vamos a buscar como más tenemos o como más grandes, poderosos
o importantes nos presentemos ante los demás. Cuando nuestros intereses están
solo en lo material tenemos el peligro de dañar nuestras relaciones humanas
porque solo buscaríamos satisfacer nuestros deseos y nuestras grandezas. Y ya
sabemos que cuando somos interesados así nos volvemos egoístas, y surgen muchas
cosas en nuestro interior que dañan la relación con los demás, porque pronto
aparecen los orgullos y el amor propio, aparecen las envidias y las
desconfianzas, pronto nos sentiremos resentidos o heridos por cualquier cosa
que veamos en el otro que no nos gusta o que nos pueda parecer que está
haciendo en contra nuestra.
Hoy Jesús en el evangelio nos previene para que busquemos lo que han
de ser los verdaderos tesoros de nuestra vida ‘porque donde está tu
tesoro allí está tu corazón’. Por eso nos dice ‘No atesoréis
tesoros en la tierra, donde la polilla y la carcoma los roen, donde los
ladrones abren boquetes y los roban. Atesorad tesoros en el cielo, donde no hay
polilla ni carcoma que se los coman ni ladrones que abran boquetes y roben’.
Pensamos, es cierto, en esa
avaricia con la que vivimos tantas veces en la vida, pero hemos de pensar en
esa riqueza inmensa que es nuestra amistad, esas relaciones humanas entre unos
y otros que hemos de saber cultivar y que son un verdadero tesoro para nuestra
vida. Que nada se interponga, que los intereses egoístas y materiales no nos
destruyan ese tesoro, que lo alimentemos desde una generosidad nacida del
corazón, desde una sinceridad en nuestro intercambio humano, desde una apertura
de nuestro corazón que nos haga descubrir cuanto nos enriquecemos como personas
con la amistad que nos ofrecen los demás.
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