Atentos y vigilantes al Señor que llega a nuestra vida para que amando de verdad seamos capaces de reconocerle
Ef. 2, 12-22; Sal. 84; Lc. 12, 35-38
El centinela tiene que estar vigilante en su atalaya
pendiente de lo que pueda pasar; el controlador aéreo tiene que estar atento en
la torre de control para vigilar y ordenar el tráfico de los aviones; el que
tiene una responsabilidad tiene que prestar atención a lo que hace para
desempeñar su cargo con toda fidelidad; el capitán del barco tiene que prestar
atención a todo lo que sucede en su embarcación para que funcione adecuadamente
además de vigilar lo que se pueda encontrar en medio de las aguas para llevar
sin incidencias a los pasajeros o las mercancías a puerto; y el cristiano ¿qué
tiene que hacer? ¿simplemente se ha de dejar llevar a lo que salga o tendrá que
hacer algo más?
Hoy Jesús nos da la respuesta en el evangelio; nos
habla de la vigilancia en la que hemos de estar. Y Jesús nos pone el ejemplo
del sirviente que atiende la puerta de la casa y ha de estar atento y vigilante
‘para cuando regrese el amo de la boda
para abrirle, apenas venga y llame’. Pero además Jesús nos asegura una
recompensa por esa vigilancia, porque va a ser reconocido por su amo, que será
el que lo siente a la mesa y le sirva.
¿A qué se refiere esa vigilancia de la que nos habla
Jesús y que hemos de tener? En varias ocasiones nos hablará de ello Jesús. Hoy
con san Lucas nos habla de la vuelta del amo que viene de la boda, y con san
Mateo nos hablará en la parábola de las vírgenes prudentes y las vírgenes
necias, del esposo que viene a la boda y al que hay que alumbrar el camino con
las lámparas encendidas y luego acompañarle también con esas luces a la sala
del banquete que así se verá debidamente iluminada.
Es el Señor que viene. Cada día llega a nosotros en la
misma vida que vivimos que es un regalo del Señor; pero cada día, por ejemplo,
nosotros que venimos a la celebración viene a nosotros en su Palabra, con su
Palabra además de querer alimentarnos con su vida misma en la Eucaristía en la
que podemos comerle. ¿Estaremos atentos a esa llegada del Señor para escucharle
y para llenarnos de su vida? ¿Prestamos atención de verdad a su Palabra? Porque
estar podemos estar, pero quizá entretenidos en nuestras cosas o en nuestros
pensamientos y la Palabra aunque en sus sonidos penetre en nuestros oídos sin
embargo no llegue a nuestro corazón porque no la estamos atendiendo y
entendiendo.
El Señor viene y nos sale al encuentro en los demás;
hemos de estar atentos a esa presencia del Señor, porque la acogida llena de
amor y humildad que nosotros hagamos a los demás es la acogida que le estamos
haciendo al Señor. Pero podemos estar distraídos, no atentos, porque quizá nos
fijamos más en los defectos o debilidades de los demás, que en esa atención de
amor que hemos de prestarles sabiendo que cuanto hagamos al hermano es como si
se lo hiciéramos al Señor. Recordemos aquello del juicio final, ‘porque
tuve hambre, estaba desnudo o desamparado y tu me diste de comer, me vestiste o
me ayudaste’.
Viene el Señor que es nuestra paz, como escuchábamos en
la carta a los Efesios de san Pablo; viene el Señor y quiere derribar los muros
que nos separan con nuestros odios o con nuestros rencores, con nuestros
orgullos o con nuestros celos y envidias. Viene el Señor a traer la paz, a los
de lejos y a los de cerca, pero quizá no estamos atentos y nuestros muros
siguen levantados separándonos y aislándonos; quizá no estamos atentos y
seguimos poniendo obstáculos a esa paz y a esa convivencia porque seguimos con
nuestras maldades o nuestras desconfianzas en nuestro interior, con nuestras
violencias y con nuestro desamor.
Es necesario estar vigilantes, como todos aquellos que
como ejemplo poníamos al principio, porque quizá venimos a nuestra celebración
y escuchamos su Palabra pero luego cuando salimos de aquí seguimos con nuestras
mismas cosas, con nuestros mismos enfrentamientos. Si seguimos así, ¿en verdad
nos habremos encontrado con el Señor? ¿Cómo es que comulgamos a Cristo
sacramentalmente pero luego no comulgamos con el hermano porque en él no
ponemos amor? ¿No será un contrasentido?
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