Creemos en Jesús, ponemos toda nuestra fe en El y escuchamos su Palabra, creemos que es el enviado del Padre y estamos llamados a la vida eterna
Isaías 49,8-15; Sal. 103; Juan 5, 17-30
Nos vamos ya acercando a la celebración del misterio pascual.
Emprendimos un camino el miércoles de ceniza que quería ser peregrinación que
nos preparara y nos purificara para llegar a vivir con intensidad la Pascua de
Jesús que es, ha de ser también nuestra Pascua. Es un sentir ese paso de Dios
por nuestra vida que nos renueva, nos purifica, nos llena de nueva vida. Y esto
hay que hacerlo con intensidad.
No será semana santa así porque sí, porque toca, porque llega el
tiempo y así nos lo ofrece la liturgia; no es semana santa porque queramos
hacer una serie de actos piadosos y asistir a unas celebraciones. Si a esa
semana la llamamos santa es porque algo grande vamos a vivir, y no es otra cosa
que sentir ese paso salvador de Dios por nosotros, en nosotros, cuando
conmemoramos la pasión, muerte y resurrección de Jesús.
Pero la conmemoración no es solo un recuerdo, no son solo unos actos
piadosos; la conmemoración tiene que ser un revivir en nosotros esa gracia
salvadora que en Jesús llega a nuestra vida y a nuestro mundo. Pero no entrará
nadie a nuestra casa si no le abrimos la puerta. No sentiremos ese paso
salvador de Dios en nosotros si no abrimos nuestro corazón, si no disponemos
nuestra vida para esa renovación salvadora. Y no es solo buena voluntad, es la
disponibilidad real que tiene que haber en nuestra vida.
Para eso nos hemos ido preparando durante este camino cuaresmal que
estamos haciendo. Esa apertura de nuestro corazón cada día a la Palabra de Dios
hecha con verdadera sinceridad nos transforma. No nos quedamos impasibles ante
toda esa riqueza de gracia que cada día se nos ofrece. Vamos dando respuestas,
algunas veces tímidamente y hasta con miedo, pero con decisión queremos seguir
adelante, queremos seguir siendo esa tierra preparada para esa semilla que se
va sembrando en nosotros.
Por eso todo lo que nos va ofreciendo la cuaresma es como una gran
catequesis que nos ayuda a descubrir el misterio de Dios, que nos ayuda a
escuchar su palabra y ponerla por obra, que nos ayuda en esa renovación de
nuestra vida. Así habrá Pascua.
Ante la grandeza del misterio que vamos a celebrar, ante lo fuerte que
va a ser para nuestro espíritu la contemplación de la pasión y muerte de Jesús
hemos de ir por delante con unas certezas de fe. El dolor y el sufrimiento de
Jesús no nos pueden escandalizar porque estamos contemplando todo el misterio
de amor de Dios que se nos manifiesta en Jesús.
No simplemente vamos a contemplar la crueldad del sufrimiento en la
cruz, sino que vamos a contemplar la maravilla del amor que se da hasta el
final, el mayor amor, el amor más grande de quien es capaz de dar la vida por
sus hermanos. Pero es además que no vamos a contemplar simplemente a un hombre
que sufre sino que ese hombre es al mismo tiempo el Hijo de Dios. Con lo que
ese amor, esa entrega, ese dolor y esa muerte tienen el valor infinito de la Redención.
Por eso en el evangelio en estos días vamos a escuchar con
insistencia, en las discusiones que Jesús mantiene con los judíos en este
relato del evangelio de Juan que principalmente se nos va a ir presentando,
cómo Jesús nos manifiesta su unión con el Padre para ser verdaderamente el Hijo
de Dios. Es el mensaje fundamental que escuchamos en el texto de hoy.
Por eso nos dirá: ‘Os lo
aseguro: Quien escucha mi palabra y cree al que me envió posee la vida eterna y
no se le llamará a juicio, porque ha pasado ya de la muerte a la vida’.
Creemos en Jesús, ponemos toda nuestra fe en El y escuchamos su Palabra,
creemos que es el enviado del Padre y estamos llamados a la vida eterna. Esa fe
en Jesús, una fe viva y que envuelve toda nuestra vida, nos llena de salvación;
‘ha pasado ya de la muerte a la vida’, que nos dice. Avivemos, pues,
nuestra fe y llenémonos de su salvación.
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