Una Palabra que nos inquieta y nos mueve a transformar el corazón
1Tes. 4, 13-17; Sal. 95; Lc. 4, 16-30
Siguiendo el ritmo de la lectura continuada que hacemos
en la Eucaristía de cada día hoy comenzamos a escuchar el evangelio de san
Lucas que se prolongará hasta que concluya el tiempo ordinario.
Es el evangelio que venimos escuchando los domingos en
el ciclo C, pero en la abundancia de la Palabra de Dios que el concilio
Vaticano II quiso que se nos proclamara cada día, ahora más ampliamente hacemos
una lectura continuada. Es fruto de la Constitución sobre la reforma de la
sagrada Liturgia que precisamente en este año se cumplirán los cincuenta años
de su promulgación y que tanto beneficio ha tenido para la Iglesia. Tenemos que
dar gracias a Dios por la riqueza que significa el que cada día podamos
escuchar la Palabra del Señor haciendo un recorrido por toda la Sagrada
Escritura y lo podamos hacer escuchándola en nuestra propia lengua o idioma.
Partimos en esta lectura continuada de la presentación
de Jesús en la sinagoga de Nazaret, por cuando que los capítulos anteriores se
refieren más al nacimiento y a la infancia de Jesús que leemos en el Adviento y
Navidad. Jesús inicia lo que llamamos su vida pública y el evangelista nos lo
presenta acudiendo a la sinagoga de Nazaret, su pueblo, un sábado. Ya Jesús
había comenzado a ser conocido, según la referencia que se hace a su
predicación y a las obras que había realizado en Cafarnaún.
En la sinagoga al levantarse Jesús a hacer la lectura
de la Palabra de Dios y hacer su comentario podíamos decir que surgen
sentimientos encontrados; como hemos explicado en otras ocasiones, aunque había
un encargado de la Sinagoga, se podía invitar a otros para que hicieran la
lectura de la Escritura y su comentario para dirigir la oración. En primer
lugar admiración y orgullo; es Jesús el hijo de José, el carpintero, como se le
conocía allí; entre ellos estaban sus parientes; el hecho de que llegaran
noticias de que en otros lugares Jesús enseñaba a la gente anunciando el Reino de
Dios y estuviera ya realizando obras maravillosas también podía suscitar
esperanzas en sus corazones. Como suele suceder entre nosotros en nuestras
comunidades cristianas cuando vemos a alguien cercano a nosotros que realice
una acción semejante.
Pero pronto va a surgir la inquietud porque Jesús no
les está diciendo lo que ellos quieren oír. Ha leído un texto de Isaías en
cierto modo muy revolucionario porque anuncia un tiempo nuevo donde se va a
realizar una transformación muy grande. Y El les dice: ‘Hoy se cumple esta
Escritura que acabáis de oír’. Allí se está manifestando quien está lleno del
Espíritu del Señor. Y un mundo nuevo ha de comenzar; se proclama el año de
gracia del Señor, la amnistía total que traería el perdón para siempre y un
nuevo sentido de vida que traería la verdadera libertad; ya nadie tendría que
sentirse oprimido por nadie; ya nadie tendría que hacer sufrir a los otros; ya
todos tendrían que estar dispuestos al perdón y a un nuevo estilo y sentido de
vida.
Eso significaría que muchas cosas tendrían que cambiar
en los corazones de los hombres, pero también en la manera de actuar y de
relacionarnos los unos con los otros. Y esos cambios que afectan a lo profundo
de la persona algunas veces no nos gustan, porque estamos acostumbrados a
nuestras rutinas y mejor es dejar que las cosas sigan como están en lugar de
meternos en complicaciones. Yo no tengo nada que cambiar nos decimos evitando
quizá hacernos una buena reflexión y examen de nuestra vida. Cuando se nos dice
algo que toca la fibra de nuestra conciencia haciéndonos ver que tenemos que
dejar atrás muchas cosas, que tenemos que cambiar desde lo más hondo de
nosotros mismos, ya nos gusta menos.
Con lo bueno que hubiera sido que Jesús les hubiera
dicho palabras bonitas y hubiera hecho algunos milagros entre ellos. Pero les
dice que esa salvación va a ser para todos y les recuerda que hace falta una fe
muy profunda; que en tiempos de Elías o Eliseo habían muchas viudas o muchos
leprosos en Israel y sin embargo fueron atendidos o curados otros que no eran
precisamente del pueblo judío pero que tuvieron suficiente fe para recibir esa
gracia del Señor. Como hemos escuchado al final se soliviantaron y se pusieron
furiosos y quisieron arrojarlo por un barranco. ‘Jesús se abrió paso entre ellos
y se alejaba’, no pudieron hacerle nada.
Pero de todo esto tenemos que hacer una lectura para
nosotros, para nuestra vida. ¿Cuál es nuestra reacción ante la Palabra de Dios?
¿nos sucederá a veces como a aquellas gentes de Nazaret? También nos gusta que
nos digan cosas que halaguen nuestros oídos y que no nos comprometan mucho.
Hemos de reconocer que cuando la Palabra llega directa a nuestra vida y a
nuestro corazón señalándonos cosas que en verdad tenemos que transformar, a
veces preferimos hacernos oídos sordos ante esa Palabra. Con sinceridad tenemos
que ponernos delante del Señor y sentirnos interpelados por su Palabra sin
ningún miedo y sin hacernos ninguna reserva.
Ese mensaje de Jesús en la sinagoga de Nazaret es para
nosotros también y hemos de dejar transformarnos por el Espíritu del Señor que
también quiere llenar nuestros corazones. Ya nunca más nosotros podemos ser
opresores de los demás con nuestra manera de ser, nuestras violencias o nuestro
desamor. Ya para siempre hemos de saber vivir esa amnistía del Señor, porque
igual que queremos ser perdonados también nosotros siempre hemos de estar
dispuestos a perdonar, a ser comprensivos y misericordiosos con los que nos
rodean.
Dejemos que la Palabra del Señor llegue a nuestro
corazón y el Espíritu transforme nuestros corazones.
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