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lunes, 2 de septiembre de 2013

Una Palabra que nos inquieta y nos mueve a transformar el corazón

1Tes. 4, 13-17; Sal. 95; Lc. 4, 16-30
Siguiendo el ritmo de la lectura continuada que hacemos en la Eucaristía de cada día hoy comenzamos a escuchar el evangelio de san Lucas que se prolongará hasta que concluya el tiempo ordinario.
Es el evangelio que venimos escuchando los domingos en el ciclo C, pero en la abundancia de la Palabra de Dios que el concilio Vaticano II quiso que se nos proclamara cada día, ahora más ampliamente hacemos una lectura continuada. Es fruto de la Constitución sobre la reforma de la sagrada Liturgia que precisamente en este año se cumplirán los cincuenta años de su promulgación y que tanto beneficio ha tenido para la Iglesia. Tenemos que dar gracias a Dios por la riqueza que significa el que cada día podamos escuchar la Palabra del Señor haciendo un recorrido por toda la Sagrada Escritura y lo podamos hacer escuchándola en nuestra propia lengua o idioma.
Partimos en esta lectura continuada de la presentación de Jesús en la sinagoga de Nazaret, por cuando que los capítulos anteriores se refieren más al nacimiento y a la infancia de Jesús que leemos en el Adviento y Navidad. Jesús inicia lo que llamamos su vida pública y el evangelista nos lo presenta acudiendo a la sinagoga de Nazaret, su pueblo, un sábado. Ya Jesús había comenzado a ser conocido, según la referencia que se hace a su predicación y a las obras que había realizado en Cafarnaún.
En la sinagoga al levantarse Jesús a hacer la lectura de la Palabra de Dios y hacer su comentario podíamos decir que surgen sentimientos encontrados; como hemos explicado en otras ocasiones, aunque había un encargado de la Sinagoga, se podía invitar a otros para que hicieran la lectura de la Escritura y su comentario para dirigir la oración. En primer lugar admiración y orgullo; es Jesús el hijo de José, el carpintero, como se le conocía allí; entre ellos estaban sus parientes; el hecho de que llegaran noticias de que en otros lugares Jesús enseñaba a la gente anunciando el Reino de Dios y estuviera ya realizando obras maravillosas también podía suscitar esperanzas en sus corazones. Como suele suceder entre nosotros en nuestras comunidades cristianas cuando vemos a alguien cercano a nosotros que realice una acción semejante.
Pero pronto va a surgir la inquietud porque Jesús no les está diciendo lo que ellos quieren oír. Ha leído un texto de Isaías en cierto modo muy revolucionario porque anuncia un tiempo nuevo donde se va a realizar una transformación muy grande. Y El les dice: ‘Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír’. Allí se está manifestando quien está lleno del Espíritu del Señor. Y un mundo nuevo ha de comenzar; se proclama el año de gracia del Señor, la amnistía total que traería el perdón para siempre y un nuevo sentido de vida que traería la verdadera libertad; ya nadie tendría que sentirse oprimido por nadie; ya nadie tendría que hacer sufrir a los otros; ya todos tendrían que estar dispuestos al perdón y a un nuevo estilo y sentido de vida.
Eso significaría que muchas cosas tendrían que cambiar en los corazones de los hombres, pero también en la manera de actuar y de relacionarnos los unos con los otros. Y esos cambios que afectan a lo profundo de la persona algunas veces no nos gustan, porque estamos acostumbrados a nuestras rutinas y mejor es dejar que las cosas sigan como están en lugar de meternos en complicaciones. Yo no tengo nada que cambiar nos decimos evitando quizá hacernos una buena reflexión y examen de nuestra vida. Cuando se nos dice algo que toca la fibra de nuestra conciencia haciéndonos ver que tenemos que dejar atrás muchas cosas, que tenemos que cambiar desde lo más hondo de nosotros mismos, ya nos gusta menos.
Con lo bueno que hubiera sido que Jesús les hubiera dicho palabras bonitas y hubiera hecho algunos milagros entre ellos. Pero les dice que esa salvación va a ser para todos y les recuerda que hace falta una fe muy profunda; que en tiempos de Elías o Eliseo habían muchas viudas o muchos leprosos en Israel y sin embargo fueron atendidos o curados otros que no eran precisamente del pueblo judío pero que tuvieron suficiente fe para recibir esa gracia del Señor. Como hemos escuchado al final se soliviantaron y se pusieron furiosos y quisieron arrojarlo por un barranco. ‘Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba’, no pudieron hacerle nada.
Pero de todo esto tenemos que hacer una lectura para nosotros, para nuestra vida. ¿Cuál es nuestra reacción ante la Palabra de Dios? ¿nos sucederá a veces como a aquellas gentes de Nazaret? También nos gusta que nos digan cosas que halaguen nuestros oídos y que no nos comprometan mucho. Hemos de reconocer que cuando la Palabra llega directa a nuestra vida y a nuestro corazón señalándonos cosas que en verdad tenemos que transformar, a veces preferimos hacernos oídos sordos ante esa Palabra. Con sinceridad tenemos que ponernos delante del Señor y sentirnos interpelados por su Palabra sin ningún miedo y sin hacernos ninguna reserva.
Ese mensaje de Jesús en la sinagoga de Nazaret es para nosotros también y hemos de dejar transformarnos por el Espíritu del Señor que también quiere llenar nuestros corazones. Ya nunca más nosotros podemos ser opresores de los demás con nuestra manera de ser, nuestras violencias o nuestro desamor. Ya para siempre hemos de saber vivir esa amnistía del Señor, porque igual que queremos ser perdonados también nosotros siempre hemos de estar dispuestos a perdonar, a ser comprensivos y misericordiosos con los que nos rodean.

Dejemos que la Palabra del Señor llegue a nuestro corazón y el Espíritu transforme nuestros corazones.

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