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sábado, 7 de septiembre de 2013

Aprendamos a saborear la ley del Señor llenando nuestro corazón de paz

Col. 1, 21-23; Sal. 53; Lc. 6, 1-5
Un simple gesto como estrujar unas espigas para comer unos granos, como quien coge cualquier fruta que esté en un árbol junto al camino, y vemos los comentarios y reacciones que se produjeron en los fariseos. Era sábado y aquello podía considerarse como romper el descanso sabático, como si el descanso sabático estuviera reñido con el bien del hombre. ‘¿Por qué hacéis en sábado lo que no está permitido?’, les preguntan. Y ya vemos la respuesta de Jesús en que se manifiesta como el Señor del sábado, de la vida y del hombre, recordando también hechos que se reflejaban en la Escritura y que por el bien de la persona permitían hacer lo que por otra parte podría resultar impensable en el cumplimiento estricto de la ley.
El descanso sabático que esta pensado para dedicar el tiempo para Dios, para su culto, pero que buscaba también el bien de la persona, porque cuando en otras costumbres y leyes no había ningún día de descanso, en la ley del Señor se prescribía ese descanso que tenía que repercutir en el bien de la persona.
Pero ya conocemos la manera de actuar de los fariseos tan legalistas ellos cuando se trataba de exigir a los demás. Como dirá Jesús en otra ocasión ‘ni entran ni dejan entrar’; siempre dispuestos a poner pesadas cargas sobre los hombres de los demás mientras ellos no son capaces ni de mover un dedo para tener compasión con los demás. Y es que lo que era la ley del Señor la habían traducido luego en numerosas normas  y preceptos donde parecía que todo estaba reglamentado y se vivía luego como con un agobio esclavizante ante el hecho de si se cumplía o no la ley del Señor.
Y es que la ley del Señor nunca la podemos ver como una pesada carga que haga insoportable la vida de las personas, sino todo lo contrario; buscando la gloria del Señor estamos buscando siempre el bien del hombre, el bien de la persona, porque nos impedirá hacerle daño y lo que buscará siempre es salvar la dignidad de todo ser humano. Por eso no podemos entrar en el juego de los fariseos quedándonos en minucias y en cosas sin importancia, sino que hemos de aprender a saborear la ley del Señor. Como escuchamos en otros lugares del evangelio Jesús se quejará de esa actitud de los fariseos porque lo que enseñan son preceptos humanos, pero su corazón está lejos de Dios.
‘La ley del Señor es descanso del alma’, decimos en los salmos, y es la sabiduría del pueblo elegido del Señor. Recordamos aquello que decía el autor sagrado preguntándose si habría un pueblo que tuviera una sabiduría tan grande en sus leyes como ellos lo tenían en la ley del Señor.
Instrúyeme en el camino de tus mandatos que son mi delicia, los amo profundamente… cuanto anhelo tus decretos, dame vida con tu salvación’, repetimos en los salmos. Muchos textos podríamos recoger para expresar el gozo del creyente cuando cumple la ley del Señor. Así tenemos que aprender a saborear los mandatos del Señor que siempre moverán nuestro corazón a la ternura y a la compasión. Dejarnos instruir por la sabiduría de Dios para encontrar gusto en la ley del Señor, para sentirnos siempre felices cumpliendo los mandamientos de Dios.
Triste es la vida de aquellos que quieren ser muy cumplidores hasta en las más pequeñas cosas, pero luego no son capaces de tener un corazón compasivo y misericordioso con el hermano que está a su lado. Dichoso el que tiene siempre ante sus ojos el mandamiento del Señor porque sabrá siempre buscar lo bueno, lo justo, lo verdadero, lo que es la gloria del Señor, que nunca es ajena al bien del hombre.

Aprendamos, pues, a saborear la ley del Señor, pero viviéndola sin agobios, con mucha paz, porque el Señor conoce muy bien el corazón del hombre.

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