Las señales del Reino de Dios se van cumpliendo
Col. 1, 1-8; Sal. 51; Lc. 4, 38-44
Las señales del Reino de Dios se van cumpliendo. Jesús
anuncia el evangelio a los pobres y a los que sufren y son ellos los primeros
que se acercan a Jesús para dejarse iluminar y salvar por el mensaje y la
presencia de Jesús.
Al salir de la sinagoga se dirigen a la casa de Simón. ‘La suegra de Simón estaba con fiebre muy
alta y le pidieron que hiciera algo por ella’. ¿Le están pidiendo realmente
un milagro? Simplemente le piden que haga algo por ella. Nos podría hacer
pensar y enseñarnos a qué es lo que le pedimos al Señor. La presencia de Jesús
va llenando de vida cuando en verdad dejamos que Jesús llegue a nosotros.
Llenarnos de vida no es solamente, como comprendemos muy bien aunque algunas
veces nos cueste, recibir la salud de nuestro cuerpo. No fue solo el remitirle
la fiebre lo que se realizó en aquella mujer. La tomó de la mano y la levantó,
y ¿qué hace aquella mujer? ‘Levantándose
enseguida, se puso a servirles’.
Comenzó a florecer la flor del amor en el corazón de
aquella mujer. Venimos y estamos con Jesús, le pedimos desde nuestras
necesidades y desde nuestros problemas y sufrimientos; nos sentimos a gusto en
nuestros rezos y en nuestra oración; algunas veces nos puede parecer que el
Señor no nos está escuchando en aquello concreto en lo que le pedimos; pero
preguntémonos una cosa, después de estar con el Señor en nuestra oración, en
nuestras celebraciones - pensemos cuantos momentos de tipo religioso tenemos
con el Señor - ¿sentiremos que florece en nosotros la flor del amor y del
servicio?
Si en verdad hemos acudido al Señor y nos hemos sentido
en su presencia, algo nuevo tendría que brotar en nuestro corazón, ¿o quizá ahogamos
nosotros esas nuevas flores que pueden florecer porque seguimos encerrados en
nuestro yo? Porque si seguimos encerrados en nosotros mismos con nuestras
mismas actitudes egoísta e insolidarias, hemos de reconocer que algo nos
estaría fallando. Creo que podría ser una buena pregunta que nos hiciéramos
pero con toda sinceridad.
Decíamos que los signos del Reino de los cielos se van
cumpliendo. Es en todos aquellos que acuden a Jesús con sus dolencias y
enfermedades para que Jesús los cure y será también en esas nuevas actitudes de
amor y de servicio que van surgiendo en el corazón, como fue el caso de la
suegra de Pedro. Vemos que son muchos los que al atardecer acuden a la puerta
para que Jesús los cure. Los poseídos por los demonios lo reconocen y proclaman
que Jesús es el Hijo de Dios, como una señal que se están viendo derrotados por
el poder y la presencia salvadora de Jesús.
Pero hay otro aspecto que resaltar en este episodio del
evangelio. ‘Al hacerse de día, salió a un
lugar solitario. La gente lo andaba buscando… intentaban retenerlo para que no
se les fuese. Pero El les dijo: También a los otros pueblos tengo que
anunciarles el Reino de Dios…’ Siempre hemos visto en este detalle de Jesús
salirse en la madrugada a un lugar solitario, que se había retirado para la
oración, aunque san Lucas no lo menciona; es san Marcos en el lugar paralelo el
que nos dice que ‘allí se puso a orar’.
Todo tiene que hacer referencia siempre a Dios; por eso
nos es tan necesaria la oración, porque necesitamos de esa unión con Dios, en
quien encontramos nuestra vida y nuestra fuerza. Era mucha la gente que le
buscaba y deseaba estar con El, pero la unión con el Padre no podía faltar en
Jesús, como no nos puede faltar a nosotros por muchas que sean las cosas u
ocupaciones que tengamos que hacer.
Y termina diciéndonos el texto de hoy: ‘Y predicaba en las sinagogas de Judea’.
A todos había de anunciar el Reino de Dios. Su presencia salvadora y su Palabra
tenía que hacer florecer de manera distinta los corazones de los hombres.
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