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miércoles, 4 de septiembre de 2013

Las señales del Reino de Dios se van cumpliendo

Col. 1, 1-8; Sal. 51; Lc. 4, 38-44
Las señales del Reino de Dios se van cumpliendo. Jesús anuncia el evangelio a los pobres y a los que sufren y son ellos los primeros que se acercan a Jesús para dejarse iluminar y salvar por el mensaje y la presencia de Jesús.
Al salir de la sinagoga se dirigen a la casa de Simón. ‘La suegra de Simón estaba con fiebre muy alta y le pidieron que hiciera algo por ella’. ¿Le están pidiendo realmente un milagro? Simplemente le piden que haga algo por ella. Nos podría hacer pensar y enseñarnos a qué es lo que le pedimos al Señor. La presencia de Jesús va llenando de vida cuando en verdad dejamos que Jesús llegue a nosotros. Llenarnos de vida no es solamente, como comprendemos muy bien aunque algunas veces nos cueste, recibir la salud de nuestro cuerpo. No fue solo el remitirle la fiebre lo que se realizó en aquella mujer. La tomó de la mano y la levantó, y ¿qué hace aquella mujer? ‘Levantándose enseguida, se puso a servirles’.
Comenzó a florecer la flor del amor en el corazón de aquella mujer. Venimos y estamos con Jesús, le pedimos desde nuestras necesidades y desde nuestros problemas y sufrimientos; nos sentimos a gusto en nuestros rezos y en nuestra oración; algunas veces nos puede parecer que el Señor no nos está escuchando en aquello concreto en lo que le pedimos; pero preguntémonos una cosa, después de estar con el Señor en nuestra oración, en nuestras celebraciones - pensemos cuantos momentos de tipo religioso tenemos con el Señor - ¿sentiremos que florece en nosotros la flor del amor y del servicio?
Si en verdad hemos acudido al Señor y nos hemos sentido en su presencia, algo nuevo tendría que brotar en nuestro corazón, ¿o quizá ahogamos nosotros esas nuevas flores que pueden florecer porque seguimos encerrados en nuestro yo? Porque si seguimos encerrados en nosotros mismos con nuestras mismas actitudes egoísta e insolidarias, hemos de reconocer que algo nos estaría fallando. Creo que podría ser una buena pregunta que nos hiciéramos pero con toda sinceridad.
Decíamos que los signos del Reino de los cielos se van cumpliendo. Es en todos aquellos que acuden a Jesús con sus dolencias y enfermedades para que Jesús los cure y será también en esas nuevas actitudes de amor y de servicio que van surgiendo en el corazón, como fue el caso de la suegra de Pedro. Vemos que son muchos los que al atardecer acuden a la puerta para que Jesús los cure. Los poseídos por los demonios lo reconocen y proclaman que Jesús es el Hijo de Dios, como una señal que se están viendo derrotados por el poder y la presencia salvadora de Jesús.
Pero hay otro aspecto que resaltar en este episodio del evangelio. ‘Al hacerse de día, salió a un lugar solitario. La gente lo andaba buscando… intentaban retenerlo para que no se les fuese. Pero El les dijo: También a los otros pueblos tengo que anunciarles el Reino de Dios…’ Siempre hemos visto en este detalle de Jesús salirse en la madrugada a un lugar solitario, que se había retirado para la oración, aunque san Lucas no lo menciona; es san Marcos en el lugar paralelo el que nos dice que ‘allí se puso a orar’.
Todo tiene que hacer referencia siempre a Dios; por eso nos es tan necesaria la oración, porque necesitamos de esa unión con Dios, en quien encontramos nuestra vida y nuestra fuerza. Era mucha la gente que le buscaba y deseaba estar con El, pero la unión con el Padre no podía faltar en Jesús, como no nos puede faltar a nosotros por muchas que sean las cosas u ocupaciones que tengamos que hacer.

Y termina diciéndonos el texto de hoy: ‘Y predicaba en las sinagogas de Judea’. A todos había de anunciar el Reino de Dios. Su presencia salvadora y su Palabra tenía que hacer florecer de manera distinta los corazones de los hombres.

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