Cuidemos lo que prometemos desde nuestros entusiasmos pasajeros y nunca olvidemos ni ocultemos nuestra condición de cristianos
Hebreos
13,1-8; Sal 26; Marcos 6,14-29
Es algo que sucede fácilmente cuando estamos entusiasmados por algo, y
no digamos cuando a este entusiasmo de la fiesta le añadimos cualquier tipo de
estimulantes, nos volvemos locuaces, terminamos por decir lo que no pensamos
aunque en ese momento digamos que estamos siendo los más sinceros del mundo, y
prometemos no sé cuantas cosas que cuando volvemos a la cordura no sabemos cómo
cumplir. Muchas experiencias de este tipo podemos recordar, ya porque nos haya
pasado a nosotros, o porque lo hayamos visto claramente en personas a nuestro
lado.
Así estaba entusiasmado Herodes en aquella fiesta a la que había convidado
a la gente principal y como suele suceder en estos casos estaba rodeado de los
que se hacían llamar amigos pero en quienes todo eran adulaciones y
sometimiento ante el poderoso. Vanidades de la vida. En medio de esa ‘alegría’
por llamarla de alguna manera bailó la hija de Herodías con quien estaba
conviviendo a pesar de ser la mujer de su hermano. Y aquello agradó a Herodes y
lo entusiasmó mucho más hasta decirle que le pidiera lo que quisiera que estuviera
dispuesto a darle la mitad de su reino si se lo pedía. Las promesas nacidas de
ciertos entusiasmos que se pueden volver contra nosotros. Qué prudentes
tendríamos que ser para no dejarnos arrastrar por la pasión del momento.
Fue lo que aprovechó Herodías. Tanto había instigado que había logrado
que Herodes, a pesar de que tenia buena consideración de Juan el Bautista, lo
metiera en la cárcel, y en los calabozos estaba. Herodes decía que estaba
buscando una oportunidad para soltarlo. Es que Juan le había echado en cara a
Herodes que la vida que vivía no era lo correcto, que grave era su pecado de
estar viviendo con la mujer de su hermano, un adulterio incestuoso. Por la
defensa de la verdad y la búsqueda de la recta vida Juan estaba en la cárcel.
Era un testigo y tenia que dar testimonio de lo que anunciaba cuando predicaba
para ayudar a preparar los caminos del Señor que era su misión.
‘Quiero que ahora mismo me
des en una bandeja la cabeza de Juan, el Bautista’, pidió instigada por su madre. Herodes no sabía
que hacer. Allí estaba la palabra que había dado, las promesas en su entusiasmo
y rodeado estaba de toda su corte pronta a la fiesta de la sangre, como suele
suceder. No sabia que hacer, pero estaban los respetos humanos y la posible
merma de su poder si se negaba. Su cobardía, porque el principio de la vida tendría
que estar por encima de todo, le llevo a condescender y así se presentó la
cabeza de Juan como pedía Salomé.
¿Serán los entusiasmos momentáneos
los que guíen la actuación de nuestra vida? ¿Nos dejaremos influir por los respetos
humanos y dejamos a un lado lo que tendrían que ser los verdaderos principios y
valores para nosotros? Muchas preguntas en este sentido tendríamos que hacernos
porque hoy lo que se lleva es hacer lo que sea políticamente correcto, como se
suele decir.
Pronto se olvidan principios,
prontos estamos para prometer lo que no podemos cumplir, las apariencias y
vanidades marcan muchas veces nuestro actuar, fácil nos es ocultar muchas veces
nuestra verdadera condición, disimulamos sin importarnos mucho nuestra
condición de creyentes y de cristianos porque en nuestro ambiente no se lleva,
condescendemos con lo que sea con tal de que nos miren bien y no nos critiquen.
Así tantas cosas que tendríamos que revisar.
No juzguemos la actuación de
Herodes sino veámonos reflejados en él en muchas cosas que hacemos.
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