No tengamos miedo a unas actitudes positivas en la vida que nos ayuden a crecer cada día superándonos de rutinas y de apegos de los que hemos de desprendernos
Hebreos
11,32-40; Sal 30; Marcos 5,1-20
Hay ocasiones en que por muy claras que tengamos las cosas delante de
los ojos parece que no queremos verlas, que no queremos enterarnos. Nos puede
parecer mentira, pero muchas veces también nos sucede porque no queremos verlo,
porque preferimos seguir con nuestra idea o nuestro pensamiento; quizá aquello
nuevo que descubrimos nos incomode, nos moleste o nos haga salir de rutinas o
comodidades; pudiera ser también que nos exige cambios en los que tendríamos
que desprendernos de muchas cosas, muchas ideas, o de nuestra manera de actuar,
en la que pensamos que ya tenemos garantizada la vida. No hay peor ciego que el
que no quiere ver, solemos decir.
La vida nos exige cambios si en verdad queremos vivirla con toda
intensidad y todo sentido; no podemos acomodarnos en la rutina de siempre por
muy bien que nos parezca que estamos. Si queremos en verdad darle intensidad a
la vida tenemos que crecer, aunque la ropa nos quede chica y por eso tenemos
que aprender nuevas actitudes, nueva manera de ver las cosas, aspirar a lo más
alto, a lo mejor, superarnos en una palabra. Hemos de quitar miedos y cobardías.
Siempre ha sorprendido la actitud de la gente de Gerasa que aunque se habían
visto liberada de las locuras de aquel endemoniado con la presencia y la fuerza
de Jesús, sin embargo le piden que se marche. Ya hemos escuchado en el
evangelio, Jesús que había atravesado el lago en la barca con los discípulos
llega al lado opuesto que era ya tierra de paganos. Se encuentra allí con un
hombre endemoniado al que Jesús libera de su mal. El evangelista nos da con
detalle las circunstancias de aquella liberación en la que los demonios se habían
apoderado de aquella piara de cerdos que osaba en las cercanías que se
arrojaron acantilado abajo al lago. ¿Era quizá un medio de sustento para
aquellas gentes?
Podemos verlo todo como un signo de la liberación que Jesús quiere
hacernos de nuestro mal, pero que sin embargo tantas veces rechazamos, porque
queremos seguir con nuestras rutinas, nuestras malas costumbres, nos cuesta
arrancarnos de nuestros vicios y controlar nuestras pasiones. Cuántas veces en
la vida nos hacemos oídos sordos a aquello que nuestra conciencia nos condena,
a la palabra que un día escuchamos y que nos abría las puertas a algo nuevo y
mejor para nuestra vida. Nos cuesta arrancarnos de nuestros apegos; nos
buscamos mil justificaciones con tal de ahorrarnos esfuerzos y luchas.
Permitimos que el mal siga apegado a nuestro corazón.
Hoy escuchamos este evangelio como una invitación a la superación y al
crecimiento espiritual y humano. Jesús llega a nuestra vida y quiere que seamos
mejores. Con Jesús a nuestro lado los resentimientos y los rencores tendrían
que desaparecer de nuestro corazón aunque nos cueste mucho conseguirlo; con Jesús
a nuestro lado no podemos permitirnos seguir viviendo insensibles a los
sufrimientos de los demás, aunque para llevarles consuelo tengamos que
implicarnos en muchas cosas que nos hagan salir de nuestra comodidad. Así tendríamos
que irnos fijando en tantas rutinas de nuestra vida, en tantos apegos de los
que tendríamos que saber liberarnos.
Que la Palabra caiga como buena semilla en
la tierra de nuestro corazón y demos frutos de una vida mejor aprendiendo a
superarnos más y más en nuestra vida de cada día. ‘Sed fuertes y valientes
de corazón, los que esperáis en el Señor’, nos decía el salmo.
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