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miércoles, 24 de octubre de 2012


Busquemos el agua de la fe que se convierte en luz y vida para nuestro existir

Ef. 3, 2-12; Sal.: Is. 12, 2-6; Lc. 12, 39-48
Allí donde está el agua vamos a buscarla para saciar nuestra sed. Sedientos acudimos con fe hasta donde sabemos que está la fuente del agua que calme hasta la saciedad nuestra sed.
Humanamente el sediento busca el agua, porque sin ella no puede vivir, pero no se trata ahora de esa agua material encontrada en fuentes humanas la que queremos buscar, sino que buscamos quien nos dé verdadera plenitud a nuestra vida, nos haga alcanzar la verdadera sabiduría y nos revele el verdadero misterio de Dios y en consecuencia del hombre por El creado. Con un gozo lleno de esperanza vamos buscando esa fuente porque sabemos que nos dará la verdadera felicidad.
‘Sacaréis agua con gozo de las fuentes de la salvación’, hemos rezado y repetido desde nuestra oración en el salmo. Buscamos el agua de la fe que al mismo tiempo se convierte para nosotros en luz y en vida. Buscamos realmente a Dios. Reconocemos su grandeza, el misterio de su revelación y la maravilla de su amor.
San Pablo nos ha hablado en la carta a los Efesios que seguimos escuchando de ‘la riqueza insondable que es Cristo’. Y nos manifiesta cómo en los tiempos de la plenitud de Cristo se ha revelado en su totalidad ese misterio de Dios que a la larga viene a engrandecernos cuando nos hace partícipes de la vida divina y nos hace a todos ‘miembros del pueblo santo de Dios, coherederos y partícipes de la promesa de Jesucristo por el Evangelio’.
Hoy el apóstol nos dice que aunque se siente insignificante sin embargo ha recibido la misión de ‘anunciar a los gentiles la riqueza insondable que es Cristo e iluminar la realización de su misterio’, misterio que a él se le había revelado, se le había dado a conocer por la pura benevolencia de Dios que quiso llamarlo a esta misión, aunque él se considera indigno.
Creo que a quienes también se nos ha confiado esa misión y ese ministerio de la predicación dentro de la Iglesia esto nos ayuda y nos hace pensar en cuánto hemos recibido del Señor. Nada somos y muchas veces indignos porque somos pecadores, pero Dios ha querido contar con nosotros. Eso nos tiene que hacer humildes y agradecidos; esto nos obliga a crecer más y más en esta fe y en este conocimiento del misterio de Dios para poder trasmitirlo con fidelidad al pueblo de Dios que se nos ha confiado. Por eso también con humildad pedimos al pueblo cristiano que esté a nuestro lado apoyándonos en la oración para que seamos en verdad fieles a esa gracia del Señor.
Pero creo que para todos es una invitación que nos está haciendo el Señor para que crezcamos más y más en nuestra fe; una invitación que tiene que sembrar inquietud en nuestro corazón por querer profundizar en ese conocimiento del misterio de Dios. Es una oportunidad, una gracia del Señor, este Año de la Fe al que nos ha convocado el Papa y que ya hemos iniciado para que aprovechemos todos los medios que estén a nuestro alcanza para esa maduración de nuestra fe, ese querer buscar todo lo que pueda ayudarnos a esa mayor formación cristiana.
Busquemos con sinceridad esas fuentes de nuestra salvación; acudamos con fe a la Palabra del Señor que se nos trasmite en la Biblia y propongámonos el leer con atención, con profundidad los evangelios y toda la Sagrada Escritura para ir creciendo en ese conocimiento de Jesús. Que esa agua viva de la fe, de la gracia ilumine nuestra vida para que se sacie de verdad nuestro corazón, pero que se sacie en el Señor que es quien sacia esa sed profunda que pueda haber en nuestro espíritu y nos conduce a la plenitud. Allí donde está el agua viva vayamos a buscarla para saciar nuestra sed.
‘Sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación’.

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