¿Para qué agobiarnos y volvernos locos con nuestras carreras que al final no nos llevan a ninguna parte? Nos dice Jesús que busquemos en El nuestro descanso
Isaías 26, 7-9. 12. 16-19; Salmo 101; Mateo 11, 28-30
Tú no agaches la cabeza, no permitas que nadie esté sobre ti… consejo y recomendación que escuchamos y que no estaría mal si es que queremos salvaguardar nuestra dignidad de personas y nadie es mejor que otro, pero, hemos de reconocer, algo en lo que hemos de tener cuidado porque bien sabemos que junto a unas palabras nobles en su origen pudiera pronto aparecer la acritud que deriva fácilmente en violencia.
Y es que vivimos con mucha acritud en nuestras relaciones entre unos y otros; parece como si no pudiéramos salvaguardar nuestra dignidad o reclamar por nuestros derechos si no lo hacemos con esa acritud y con esa violencia. Y yo diría que es una lástima que actuemos así porque con esas actitudes perdemos todos nuestros derechos.
Vivimos con excesiva tensión, lo vemos en nuestras relaciones con los más cercanos y queridos a nosotros, pero pareciera que es la pauta o la manera de relacionarnos en general en la sociedad. Y nos vamos contagiando los unos a los otros; es demasiado fuerte la acritud y violencia sobre la que vamos fundamentando todas nuestras relaciones sociales; cualquier discrepancia – y tendríamos que decir que sería normal que existan distintas maneras de ver las cosas – termina en enfrentamiento y al que discrepa con nosotros ya poco menos que lo estamos viendo como un enemigo.
Podemos ser adversarios porque tengamos distintos planteamientos sobre cualquier aspecto de la vida, pero no tenemos que considerarnos unos enemigos irreconciliables donde nos sea difícil entablar un diálogo para llegar a puntos comunes, es más, si podemos destruimos todo lo que nuestro adversario haya podido levantar. Miremos lo que pasa en la política y en la sociedad.
Hoy Jesús en el evangelio nos invita a que no vivamos agobiados; bien sabemos lo que son las consecuencias, no hay quien hable con nosotros cuando estamos en tensión, perdemos la serenidad y la calma, aflora esa violencia de la vida. Y es difícil en nuestro mundo de prisas, todo lo queremos tener al instante, no sabemos esperar, pronto nos ponemos en tensión por cualquier cosa; a la manera de la informática en que estamos acostumbrados a tocar una tecla y automáticamente nos sale todo, así queremos hacer en la vida; hemos de aprender coger el ritmo de la vida que nos haga disfrutar de lo que vivimos, de lo que hacemos, de lo que nos vamos encontrando en los demás, de lo que la vida nos ofrece.
Pero con nuestros agobios y carreras parece que no tenemos tiempo ni paciencia para nada, y de la misma manera que nos ponemos de mal humor un día que nos falla el ordenador, no funciona tan rápido como queremos el móvil, o tenemos problemas con la tablet, surge el malhumor y la tensión, reaparece nuestra acritud con todo el que esté a nuestro lado, nos llenamos de violencias y queremos machacar a todo el que se nos atraviese en el camino.
Y Jesús nos habla de mansedumbre y de humildad, de serenidad para saber encontrar el descanso y de una paz que de alivio a todas nuestras tensiones. El va por delante enseñándonos. ‘Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré… aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas…’ ¡Qué hermosas palabras que nos llenan de paz el corazón! Tenemos que rumiar y saborear sin prisas estas palabras de Jesús.
¿Para qué agobiarse? ¿Para qué nos volvemos locos con nuestras carreras que al final no nos llevan a ninguna parte? Muchas veces decimos que tenemos que saber encontrar tiempo para nosotros mismos. Aquí nos lo está diciendo Jesús, que encontremos nuestro descanso. Tenemos que saber dejarnos guiar, que seguro que vamos a encontrar muchos vericuetos que nos llevan a encontrar la paz.
Por eso nos dice Jesús que su yugo es ligero, es liviano; cuando pensamos en un yugo estamos pensando en algo pesado que va a caer sobre nosotros e incluso nos quitará la libertad de movimientos; y es todo lo contrario, porque el yugo nos guía y nos conduce, nos hace evitar malos caminos, nos da seguridad para alcanzar la meta que buscamos, hará que el surco de nuestra vida sea recto y pueda darnos las plantas de los buenos frutos. Es lo que podemos alcanzar cuando nos dejamos conducir por Jesús, por algo nos dirá en otro momento que es el Camino, y la Verdad, y la Vida.
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