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lunes, 31 de diciembre de 2018

Recapitulemos el año que termina y descubramos dónde y como hemos visto la gloria del Señor y cómo nosotros hemos sido reflejo de la gloria del Señor para los demás


Recapitulemos el año que termina y descubramos dónde y como hemos visto la gloria del Señor y cómo nosotros hemos sido reflejo de la gloria del Señor para los demás

1Juan 2,18-21; Sal 95; Juan 1,1-18

‘Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad’. Así se nos dice hoy en el principio del evangelio de san Juan que se nos ofrece en este día en este texto que podemos considerar central en todo el evangelio. Podemos decir, es el evangelio, es la buena nueva que se  nos anuncia, la gran noticia de nuestra salvación.
‘La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros’. Con esta manera de hablar tan llena de imágenes bien significativas se nos está desvelando todo el misterio de nuestra salvación. La Palabra que era Dios y estaba junto a Dios, nos había dicho, esa Palabra, el Verbo de Dios, el Hijo de Dios que ha tomado nuestra carne, que planta su tienda, su vida entre nosotros. Es el Emmanuel, el Dios con nosotros, que se ha encarnado en el seno de María, que le hemos visto nacer en Belén – como seguimos celebrándolo estos días – que le contemplamos hombre como nosotros caminando a nuestro lado, viviendo nuestra vida, para que nosotros lleguemos a vivir su vida, a vivir en El.
‘Y hemos contemplado su gloria...’ Los resplandores del cielo se hicieron presentes en Belén para hacer el anuncio a los pastores. ‘Gloria a Dios en el cielo’ cantaban los ángeles. Pero esa gloria de Dios que les envolvió a todos con su resplandor iluminó con una vida nueva a los hombres. ‘Paz a los hombres…’ siguieron cantando los ángeles. Y es que con Jesús llegaba la paz, llegaba y se manifestaba la gloria del Señor.
Le veremos también resplandeciente de gloria en el Tabor, pero estaremos contemplando la gloria del Señor en sus obras, en su vida, cuando nos estaba manifestando el amor de Dios que tanto nos amó que nos hizo partícipes de su gloria, que nos iba derramando su amor y su misericordia; ‘pasó haciendo el bien’, diría un día Pedro tratando de definir la vida y la persona de Jesús. En su amor se iba manifestando la gloria del Señor.
Nosotros seguimos celebrándolo. No se acaba la Navidad. Seguimos en su octava y lo celebramos con la misma intensidad. Pero cada día ha de ser navidad, porque cada día hemos de saber apreciar esa presencia de Dios entre nosotros. Cada día hemos de hacer navidad, porque cada día con nuestro amor, con nuestras obras, con nuestra vida tenemos que manifestar ante el mundo cuánto es el amor que Dios nos tiene.
Tenemos que ser signos de su amor. Tenemos que ser signos de su gloria. Que los hombres puedan ver la gloria del Señor. Y esto está en nuestras manos, eso depende de nosotros, de nuestra vida, de nuestras obras, de nuestro testimonio. Es nuestra tarea, es nuestro compromiso, ha de ser el sentido y valor de nuestra vida.
Cuando estamos dando por terminado el año tenemos que hacer como una recapitulación de lo que ha sido nuestra vida; recordar en cuantas cosas hemos visto a lo largo de este año la gloria del Señor. ¿Serán nuestras celebraciones? ¿Será lo que hemos escuchado y descubierto en la Palabra de Dios que ha sido nuestro vademécum cada día? ¿Será en lo que Dios nos ha manifestado a través de los acontecimientos? ¿Será en el amor que nosotros hemos vivido, hemos recibido de los demás y hemos sido capaces de ofrecer?
¿Podremos decir de verdad que hemos visto la gloria del Señor?

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