Salgamos
de la pasividad conservadora de no perder lo que tenemos con el riesgo que
significar abrir nuevos horizontes desde nuestra fe en nuestro mundo
Apocalipsis 4, 1-11; Salmo 150; Lucas 19,
11-28
¿En qué ocupamos la vida? Eso viene a
decirnos el sentido que la vida tiene para nosotros. Hay quienes no piensan
en hacer nada, simplemente dejarse
llevar por la pasividad, a lo que salga, pasarlo bien y vivir la vida; pero
claro, tendríamos que preguntarnos y ¿qué es vivir la vida? Creo que una vida así no se vive, se soporta
o nos queremos aprovechar de ella, pero nada aportamos.
Pero hay quienes se arriesgan, quieren
salir de esa pasividad, buscan algo nuevo y algo mejor, algo que en verdad les
haga sentirse vivos, y siempre estarán buscando qué hacer, no simplemente por
ocupar el tiempo sino por darle sentido a su tiempo haciéndolo productivo. Pero
es un riesgo, conlleva esfuerzo, no siempre vamos a encontrar el resultado
apetecido tan pronto como deseamos, nos exigirá sacrificios, buscar metas,
darle hondura a la vida, aunque haya tropiezos, se puedan cometer errores, pero
encontraremos satisfacciones más hondas que las de aquellos que no hacen nada y
se quedan en la pasividad. Es un riesgo, porque nos exigirá poner todo lo
nuestro, lo que somos más que lo que tenemos, porque no son cosas solo lo que
buscamos.
Y surgen las personas emprendedoras,
aparecen nuevas iniciativas, desarrollamos toda nuestra creatividad, porque de
alguna manera estamos siendo creadores de esa vida que vivimos, y por eso mismo
sentimos mayor satisfacción. Lo vemos en el orden también de lo material, quien
quiere emprender un nuevo negocio, quiere avanzar en la vida para no quedarse
en lo de siempre, quien busca también ¿por qué no?, un beneficio material, una
riqueza para su vida, tiene que arriesgar y esforzarse, no se puede quedar con
los brazos cruzados esperando que todo se lo den hecho.
De esto nos está hablando Jesús en el
evangelio. Lo hace como una lección amplia para nuestra vida, pero está también
en aquellas circunstancias que ahora mismo están viviendo sus seguidores, pero
de alguna manera lo que es la vida del pueblo de Israel. Estaban subiendo a
Jerusalén, nos dice el evangelista. Y algunos de sus seguidores más entusiastas
ya estaban pensando que llegaba la hora de aquel reino que Jesús tanto había
anunciado; claro que seguían sin terminar de entender el sentido del Reino de
Dios que Jesús les anunciaba. Algunos pensaban que era la hora de la
restauración de Israel, con todas las connotaciones que aquello tenía en su mentalidad.
Pero también pensaban que todo se les iba a dar por nada, surgía un Mesías, un
liberador y todo estaba hecho. Pero Jesús les propone una parábola.
Alguien que va a buscar el titulo de
rey, aunque hay muchos que no están de acuerdo, pero mientras él deja a sus más
cercanos un encargo. Les reparte una minas de oro (era una expresión que tenían
de esos valores o riquezas que poseían), pero a no todos reparte de la misma
manera, unos más y otros menos. Han de negociarlo.
Ponerse a negociar es una habilidad y
es también un riesgo, porque aquel con quien negociemos también tiene sus mañas
y habilidades y él también quiere ganar. Lo que son los negocios de la vida,
como bien sabemos. A su vuelta pide cuentas; unos han dado rendimiento, más o
menos según sus capacidades y habilidades, pero hay quien no ha rendido nada,
porque nada ha negociado, y así lo reconoce. Había guardado aquella mina de oro
que le habían confiado para no perderla y ahora la entrega dando la razón del
miedo que tenía de no ganar, de perderla. Y con él aquel que viene con el
titulo de rey es muy severo.
Como decíamos, Jesús quiere hablarnos
de una forma general para la vida y para nuestras responsabilidades, y ya
tomamos nota. Pero Jesús quiere hablarnos de lo que hemos de hacer para realizar
ese Reino de Dios. No nos podemos cruzar de brazos, no podemos decir que son
tiempos difíciles, no nos podemos quedar en que la gente no responde por mucho
que nosotros hagamos, no podemos quedarnos en la pasividad del que se resigna.
Y cuidado que habemos cristianos resignados y pacíficos, cuidado que algunas
veces también en nuestros ámbitos eclesiales nos falta ese entusiasmo, esa
iniciativa y esa creatividad, cuidado que no contentamos, decimos, con
conservar los que aun tenemos para que no se vayan, pero nada estamos haciendo
para sean otros los que vengan, los que reciban el anuncio del Reino que
tenemos que realizar.
¿Querremos entender de verdad lo que
Jesús nos está diciendo con la parábola? ¿Llegará un momento en que terminemos
por despertar y salir de nuestras rutinas? ¿Seguiremos los cristianos en
nuestra dejadez y nuestro poco entusiasmo? ¿Seguiremos refugiándonos en
nuestras reuniones de siempre y en nuestros rezos dentro de nuestros templos?
¿Nos daremos cuenta de que es algo más que organizar procesiones lo que los
cristianos tenemos que hacer en medio del mundo?
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