Ungidos
hemos sido para ser con Cristo sacerdotes, profetas y reyes, pero hemos de
purificar ese templo de Dios que somos con gestos proféticos como los de Jesús
Apocalipsis 10, 8-11; Salmo 118; Lucas 19,
45-48
Hay cosas que vemos que no son justas
pero de alguna manera insensibilizados, porque siempre eso sido así, nadie hace
nada por hacer que aquella situación cambie; quizás incluso se pueden estar
dañando los derechos o la dignidad de terceras personas, pero parece que
miramos hacia otro lado, porque sabemos que denunciar la situación nos puede
traer problemas; detrás de esas, por decirlo así, manipulaciones puede haber
personas que tienen sus intereses y tocarle sus intereses puede hacer saltar
toda la violencia inimaginable contra quien osa ir en contra ‘de lo que siempre
ha sido así’. Siempre ha sido así, decimos, porque es la venda que quizás los
interesados han querido ponernos en los ojos para que no se vea menoscabado su
prestigio o su poder en todas sus consecuencias.
¿Se atreverá alguien a levantar la voz?
¿Habrá alguien que venga y quiera cambiar las cosas, cambiar la situación,
hacer que las cosas mejoren para darle más autenticidad, o para que todos
puedan beneficiarse? Si el que se levanta lo hace con fuerza y convencido y es
capaz de seguir adelante a pesar de todo lo que se pueda interponer por
delante, ya buscarán la forma de ganárselo o de quitarlo de en medio, de
desprestigiar o de poner a alguien en contra; ya sabemos de cuantas
manipulaciones son capaces los que se creen con el poder en sus manos si en
algo alguien les pueda hacer sombra.
¿Qué estaba pasando en el templo de
Jerusalén? Para todos era un lugar sagrado, el que más, porque era como la
señal o el signo de la presencia de Dios en medio de su pueblo; era el lugar
del culto y de la oración, el lugar donde se ofrecían los sacrificios pero también
donde los doctores de la ley enseñaban al pueblo en los diferentes espacios de
aquella inmensa explanada.
Pero algo lo estaba desvirtuando; con el motivo de las ofrendas y sacrificios que
allí se ofrecían a Dios pronto se había ido convirtiendo en lugar de ser un
sitio de silencio y de paz para el encuentro con Dios en la oración, en todo un
mercadeo con la compra de los animales que habían de ofrecerse en los
sacrificios o de las exigencias de que las ofrendas había que hacerla solo en
la moneda reconocida por el templo y sus dirigentes.
No era solo ya la buena voluntad o el espíritu
de servicio. Y detrás, como siempre, tantos interesados por las ganancias y
beneficios que todo aquello podía producirles desde sus dirigentes religiosos a
los que interesaba mantener ‘lo de siempre’ o quienes en su usura pretendían
sacar ganancias hasta del manejo de las cosas de Dios. Siempre lo ha habido y –
por qué no decirlo también – sigue habiéndolo, ‘lo que se hace siempre’, como
antes decíamos.
Es con lo que se encuentra Jesús. Todo
aquello que allí se estaba realizando en las rutinas de siempre ¿qué podría
tener que ver con el Reino de Dios que Jesús venía anunciando? Aquellos valores
nuevos que Jesús había ido enseñando al pueblo en su predicación y de lo que El
mismo quería ser signo ¿cómo se podrían estar reflejando u oscureciendo con lo
que allí estaba sucediendo?
Aquello que Jesús enseñaba de hacerse
los últimos y los servidores de todos, lo del desprendimiento de toda vanidad y
riqueza para compartir y para ayudar a que todos pudieran tener una vida más
digna, todo lo que hablaba de comunión y de comunidad, de banquete del Reino y
de autentica vigilancia en la espera del Señor que llega, de la pureza del
corazón para desde una autenticidad llegar a encontrarnos con Dios, ¿cómo se
podía estar reflejando allí en aquella manera de dar culto a Dios?
Ya vemos la reacción de Jesús, algo
nuevo tenia que comenzar a realizarse, el cambio profundo del corazón que había
pedido desde el principio tenía que manifestarse en una nueva forma de actuar,
la casa de Dios no puede ser un bullicioso mercado, sino que en verdad había
que hacerla en ese lugar de encuentro con Dios, en signo de ese hombre nuevo
que tenía que ser un verdadero templo de Dios. Arroja Jesús a los vendedores
del templo, nos dice el evangelista, aunque a muchos aquello no les gustara.
Por eso a partir de entonces con más ahínco querrán quitarlo de en medio.
¿Necesitaremos hoy en nuestro mundo, en
nuestra Iglesia, en nuestras comunidades gestos proféticos como los de Jesús?
Con Cristo hemos sido ungidos para ser con Cristo sacerdotes, profetas y reyes.
¿Cómo nos sentimos en verdad esos sacerdotes de Dios porque hacemos de nuestra
vida una ofrenda agradable al Señor? ¿Dónde está el profetismo que los
cristianos tendríamos que manifestar en medio del mundo dando señales de ese
mundo nuevo del Reino de Dios por el que hemos apostado cuando hemos puesto
nuestra fe en Jesús? ¿Estamos siendo en verdad signos por nuestro espíritu de
servicio de ese Rey que es Jesús para nosotros, como el próximo domingo vamos a
celebrar, a quien seguimos y con nuestro amor hemos de hacer presente en medio
del mundo?
Ese templo de Dios que es nuestra vida
necesita también de una purificación; muchas cosas que tenemos que arrancar de
nuestra vida y arrojarlas lejos de nosotros para que no seamos un contrasigno,
sino verdaderos testigos de luz para llevar a todos los hombres a Dios. Sabemos
que a muchos no les va a gustar, pero no podemos dejar de hacerlo.
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