Nos
subimos a la higuera y nos ocultamos tras sus hoja o nos bajamos pronto a la
llamada que Jesús nos hace, un momento importante que nos hace llegar la
salvación
Apocalipsis 3, 1-6. 14-22; Salmo 14; Lucas
19, 1-10
Estamos allí aglomerados un grupo
diverso de personas, unas conocidas, otras no, quizás vecinos o personas
cercanas a nosotros, porque estamos esperando quizá para entrar en algún sitio,
o porque estamos esperando el transporte publico para nuestro viaje; más o
menos charlamos entre todos en nuestra impaciencia como suele ser habitual,
pero en un momento dado se acerca una persona que desconocida que por sus características
nos puede parecer que es de otro lugar, un inmigrante quizás, y se hace
silencio, nos hacemos a un lado casi como si no quisiéramos que se pusiera
junto a nosotros, nuestras miradas de desconfianza tratan de soslayar su mirada
porque quizás nos sentimos incómodos; ¿habrá alguien que rompa el silencio y se
dirija con una palabra amable al recién llegado al que quizás ni respondimos a
su saludo? El también quiere tomar ese autobús, él también quiere llegar a ese
sitio, ¿habrá alguien que le ponga las cosas fáciles? Seguro que brotaría una
sonrisa de agradecimiento y se sentiría distinto.
He querido comenzar la reflexión de hoy
con un episodio como este con el que nos encontramos en cualquier momento del
día, queriendo traer al hoy de nuestra vida el episodio que nos narra el
evangelio. También las gentes estaban aglomeradas en la vía que atravesaba la
ciudad de Jericó y que tendría su continuación en el camino que llevaba a
Jerusalén. Jesús estaba atravesando la ciudad y la gente se agolpaba para ver
pasar a Jesús; quizás habían traído sus enfermos con la esperanza que Jesús los
curara; todos querían verle y escuchar alguna de sus palabras.
En medio de toda aquella gente apareció
el que menos pensaban que tuviera curiosidad por conocer a Jesús. El publicano
Zaqueo con el que nadie quería mezclarse. Por eso le costó tanto encontrar un
lugar desde donde él también viera pasar a Jesús, porque además era bajo de
estatura y detrás de la gente poco podría ver. Encontró una solución; más
adelante había una higuera y subido entre sus ramas podría ver pasar a Jesús y
él pasaría desapercibido ya que tanto lo despreciaban sus vecinos. No molestaría a nadie y se podía ver saciada
su curiosidad.
Pero es Jesús el que inesperadamente se
detiene ante aquella higuera; había descubierto a Zaqueo y ahora era Jesús el
que se dirigía a El porque quería hospedarse en su casa. No es necesario poner
mucha imaginación para ver la alegría y el entusiasmo con que se bajó Zaqueo de
la higuera para abrir las puertas de su casa a Jesús. Algo renació en su corazón
como luego se va a manifestar. Su vida cambiará radicalmente, así lo
manifestará, devolverá y con creces lo que ha robado y lo que tiene lo
repartirá entre los pobres. ¿Recordaremos quizá aquel joven rico al que Jesús
un día le dijo que vendiera todo lo que tenía para repartir su dinero con los
pobres?
‘Hoy ha entrado la salvación a esta
casa’, proclamará Jesús. Un paso
grande se había dado cuando se había atrevido – aunque pareciera una temeridad
– subirse a la higuera para ver pasar a Jesús.
¿Significará esto algo para nosotros?
Nos refugiamos muchas veces tras las hojas de tantas higueras en la vida, no
por nuestra curiosidad de querer encontrarnos con Jesús; pesan quizás nuestros
miedos y cobardías porque estamos pensando más en lo que pueda pensar la gente
que en lo que realmente por nosotros mismos tendríamos que hacer, nuestras
indecisiones a pesar de que pareciera que hay una vocecita en nuestro interior
que nos está invitando a dar un paso distinto, nuestros respetos humanos o el
amor propio tras los que queremos ocultarnos porque nos cuesta reconocer
nuestra realidad, nuestros pedestales a los que queremos subirnos porque
queremos estar en primera línea se convierten en obstáculo para que otros
puedan alcanzar a ver a Jesús.
¿Daremos el paso de la higuera, porque
fue importante el subirse a ella, pero fue importante también la prontitud para
bajarnos? No solo es la curiosidad que podamos sentir porque queremos conocer
algo nuevo, es el encuentro profundo que vamos a realizar con Jesús lo que
verdaderamente va a transformar nuestra vida; no es solo la buena voluntad que
nosotros podamos poner, sino el dejarnos llevar por los impulsos del Espíritu
que nos empuja y guía dentro de nosotros lo que nos va a llevar a la auténtica
conversión.
¿Cómo vamos a recibir y a tratar a
‘Zaqueo’ que se cruza con nosotros en cualquier aglomeración de la vida o en
cualquier esquina del camino?
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