Nos
sentimos comprometidos con la vida en un mundo de muerte que tenemos que
transformar, llenar de vida en nombre del Señor de la Vida, Cristo resucitado
Apocalipsis 11, 4-12; Salmo 143; Lucas 20,
27-40
Necesariamente para comunicarnos, para
entender las cosas y para explicarnos para que otros también nos entiendan
necesitamos de un lenguaje, un lenguaje humano que parte de lo que vivimos cada
día, de nuestras experiencias y vivencias y desde ello utilizamos
comparaciones, imágenes que tenemos en común con los otros seres humanos para
poder entendernos. Pero hay cosas que
nos trascienden, que van más allá de esas experiencias humanas que vivimos, que
con difíciles de explicar desde esas ideas que tenemos preconcebidas y que
necesariamente muchas veces necesitamos llenarlas de imaginación para poder
expresar algo.
Hablar del Reino de Dios, como lo hace
Jesús, hablar del cielo o de la vida eterna, aun sabiendo que son cosas que nos
trascienden de de nuestras experiencias humana, necesitamos emplear un lenguaje,
como si todo lo que será esa vida eterna no sea sino una como repetición de lo
que ahora vivimos pero en una medida, por así decirlo, muy superior.
¿Cómo podemos entenderlo? Tenemos que
utilizar el ámbito de la fe y no de la imaginación, para dejarnos llevar, para
dejarnos conducir, para aceptar la palabra que Jesús nos da, para terminar
realizando esa obediencia de la fe, pero que sin embargo en el fondo más a
sentir como nos sentiremos transformados desde lo más hondo de nosotros mismos.
No sabemos cómo, pero es que estamos entrando en el ámbito de lo espiritual y
sobrenatural. Algunas veces parece como que no nos gusta esa palabra, pero
tenemos que saber aceptarlo, porque entrar en el misterio de Dios es algo que
está muy por encima de lo natural.
Les costaba entender lo que era la vida
eterna, les costaba entender lo que significaba la resurrección, como en cierto
modo sigue costándonos a nosotros hoy. Así llegamos hoy también a confusiones
como cuando comenzamos a mezclar conceptos como lo de la reencarnación. La
palabra resurrección la empleamos para aquella vuelta a la vida de aquellos a
los que Jesús resucitaba, como la hija de Jairo o como Lázaro, o el hijo de la
viuda de Naim pero que un día volvieron a morir de manera definitiva, como también
la empleamos para la resurrección de Jesús y lo que El nos habla de nuestra
propia resurrección cuando ponemos en El toda nuestra fe y nuestra confianza.
En la resurrección de Jesús hablamos de
la plenitud de Dios por toda la eternidad, por eso nos habla de estar sentado a
la derecha de Dios, como es la promesa que para nosotros nos hace también de
vivir en la plenitud de Dios para siempre. Vendremos a El y haremos morada en
él, nos dice si en El ponemos nuestra fe y nos habla de que en El seremos
resucitados en el último día. Pero no es volver a vivir en las mismas
condiciones, como pudieron ser aquellos que vemos en el evangelio que resucitó
Jesús. Hoy nos dice Jesús que serán como ángeles, lo que es también una manera
de hablarnos para que entendamos lo que es esa plenitud de Dios.
Comprendemos que los saduceos no
quisieran creer en la resurrección,
porque lo verían como algo por así decirlo material, algo en el tiempo,
pero que no sería definitivo. Pero de lo que Jesús quiere hablarnos es de al
mucho más sobrenatural y superior, aunque tengamos que emplear esos lenguajes
humanos para expresarnos, como decíamos al principio.
Hoy termina diciéndoos Jesús que Dios
no es Dios de muertos sino de vida. Es lo que nos quiere trasmitir, es ese
regalo de Dios que nos da su misma vida para que podamos alcanzar esa plenitud,
que también en el fondo todos deseamos. Por eso quienes creemos en Dios tenemos
que amar la vida, tenemos que cuidar la vida, tenemos que defender la vida,
toda vida, la vida de todo ser humano, porque es una participación de la vida
de Dios.
Y eso nos compromete a mucho en un
mundo de muerte del que estamos rodeados. Es ese mundo que tenemos que
transformar, que tenemos que conducir a la resurrección, ese mundo que tenemos
que llenar de vida. Cuánto tenemos que hacer. Cuanta muerte que tenemos a
nuestro alrededor y de lo que tenemos que rebelarnos, no lo podemos permitir.
Pensamos en guerras como pensamos en injusticias, pensamos en hambre y miseria
como pensamos en un mundo de insolidaridad, pensamos en odios y en envidias, en
resentimientos y en venganzas, en violencias y en orgullos… cuánto tenemos que
transformar, cuánto tenemos que llenar de vida en nombre del Señor de la vida,
Cristo resucitado.
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