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miércoles, 20 de noviembre de 2019

De lo que nosotros hagamos sea pequeño o sea grande surgirán bellas flores y hermosos frutos que harán nuestro mundo mejor


De lo que nosotros hagamos sea pequeño o sea grande surgirán bellas flores y hermosos frutos que harán nuestro mundo mejor

2Macabeos 7,1.20-31; Sal 16; Lucas 19,11-28
Hay momentos en la vida que parece que andamos desganados, como se dice ahora sin motivación, sin ilusión por seguir luchando o por emprender una nueva tarea. La desilusión que se nos mete por dentro nos hace pensar que iniciar una nueva tarea es una aventura imposible y así vamos caminando dejándonos llevar, o mejor, dejándonos arrastrar por lo que cada día sucede pero nos falta fuerza para querer cambiar las cosas, para buscar algo que las mejore.
Corazones cansados, y no se trata de problemas cardiacos que nos solucione un cardiólogo, sino esa desilusión que se nos mete por dentro. Miramos alrededor y todo nos parece negro; vemos las luchas de intereses en las que se mueven tantos y ni en eso queremos meternos; los rumbos por los que camina la sociedad vapuleada por tantas cosas no nos gustan pero tampoco hacemos nada por poner nuestro grano de arena, sembrar nuestra pequeña semilla. Nos confían quizá una tarea o una misión y tratamos solamente de guardar las formas pero aquello que nos han confiado no camina sino por la inercia y con ese desánimo nada hacemos por sacar un fruto nuevo.
No es que todos caminen así en la vida, ni ese sea el marco en el que nos movemos siempre, pero hay momentos en que preferimos enterrar el talento, refugiarnos en la cueva que nos hemos creado poniendo en nuestro entorno muchas barreras para no salir, pero tampoco para dejar que entre una luz nueva en nosotros.
Hoy en el evangelio se nos propone la parábola de los talentos que en este relato de Lucas más bien nos habla de onzas de oro. Cuando se les pide cuentas a aquellos empleados a los que se les habían confiado el que solo había recibido una, lleno de miedo la había guardado bien guardada por miedo a perderla y ahora no pudo presentar ningún rendimiento. ¿Sentía que era poco lo que se le había confiado? ¿Tenia miedo a los riesgos a los que tenia que enfrentarse si se ponía a negociarlas para sacarle rendimiento? Prefirió no hacer nada, simplemente aguardar.
Lo que nos pasa a nosotros tantas veces en la vida. Decimos que no valemos, que no somos capaces, que es un peligro arriesgarse a algo nuevo, que preferimos quedarnos en nuestro conservadurismo, que nunca terminamos de ver clara a donde nos llevan esos caminos, que siempre hay dudas y miedos en nuestro interior, y nos sentimos aplanados y nunca llegaremos a destacar en nada porque no sacamos a flote aquello que somos aunque nos parezca pequeño. Olvidamos que de lo pequeño pueden salir cosas grandes y hermosas. Una semilla bien pequeña es pero si la plantamos podemos sacar no solo una planta hermosa sino también hermosos frutos.
Es lo que tenemos que aprender a hacer en la vida y tener la paciencia de la esperanza. Merece la pena esperar, merece la pena ponerse a plantar la semilla, merecen la pena las luchas y los esfuerzos, merece la pena todo el trabajo que tengamos que realizar porque estaremos en verdad haciendo un mundo nuevo. Ya no nos quedamos a comentar desilusionados los rumbos que lleva la vida y dejar que otros hagan, sino que vamos a poner manos a la obra porque somos nosotros los que tenemos que hacer.
De lo que nosotros hagamos sea pequeño o sea grande surgirán bellas flores y hermosos frutos. Es la esperanza que siempre tiene que estar presente en nuestra vida y que nos llenará de luz y saltará por encima de nuestros cansancios y desilusiones. No nos crucemos de brazos. Hagamos florecer nuestro rosal.

2 comentarios:

  1. ¡Hola! ¡Muchas gracias por la reflexión y la enseñanza! Le acerco un texto que leí: "Cuando alguien ha alcanzado la luz, sus palabras son como semillas, llenas de vida y de energía. Y pueden conservar la forma de semilla durante siglos, hasta que son sembradas en un corazón fértil y receptivo". ¡Qué hermosura poder prestarle atención a la Palabra del Señor! ¡Abrazos!

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  2. Cuentan que en un escondido oasis se hallaba una mañana el viejo Eliahu de rodillas, a un costado de un diminuto ojo de agua. Su vecino Hakim, el acaudalado mercader, se detuvo en el oasis a abrevar sus camellos y vio a Eliahu transpirando, mientras parecía cavar en la arena.
    -Que tal anciano? La paz sea contigo.
    - Contigo -contestó Eliahu sin dejar su tarea.
    -¿Qué haces aquí, con esta temperatura, y esa pala en las manos?
    -Siembro -contestó el viejo.
    -Qué siembras aquí, Eliahu?
    -Dátiles -respondió Eliahu mientras señalaba a su alrededor el palmar.
    -¡Dátiles!! -repitió el recién llegado, y cerró los ojos como quien escucha la mayor estupidez.
    -El calor te ha dañado el cerebro, querido amigo. ven, deja esa tarea y vamos a la tienda a beber una copa de licor.
    - No, debo terminar la siembra. Luego si quieres, beberemos...
    -Dime, amigo: ¿cuántos años tienes?
    -No sé... sesenta, setenta, ochenta, no sé.. lo he olvidado... pero eso, ¿qué importa?
    -Mira, amigo, los datileros tardan más de cincuenta años en crecer y recién después de ser palmeras adultas están en condiciones de dar frutos. Yo no estoy deseándote el mal y lo sabes, ojalá vivas hasta los ciento un años, pero tú sabes que difícilmente puedas llegar a cosechar algo de lo que hoy siembras. Deja eso y ven conmigo.
    -Mira, Hakim, yo comí los dátiles que otro sembró, alguien que seguramente ni siquiera soñó con probar esos dátiles. Voy a sembrar hoy, aunque sea para que otros puedan comer mañana los dátiles que hoy planto...
    -Me has dado una gran lección, Eliahu, déjame que te pague con una bolsa de monedas esta enseñanza que hoy me diste - y diciendo esto, Hakim le puso en la mano al viejo una bolsa de cuero.
    -Te agradezco tus monedas, amigo. Ya ves, a veces pasa esto: tú me pronosticabas que no llegaría a cosechar lo que sembrara. Parecía cierto y sin embargo, mira, todavía no termino de sembrar y ya coseché.
    -Tu sabiduría me asombra, anciano. Esta es la segunda gran lección que me das hoy y es quizás más importante que la primera. Déjame pues que pague también esta lección.
    -Y a veces pasa esto -siguió el anciano y extendió la mano mirando las dos bolsas de monedas-: sembré para no cosechar y antes de terminar de sembrar ya coseché no solo una, sino dos veces.

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