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martes, 9 de febrero de 2021

Lo que tenemos que lavarnos y purificarnos es nuestro interior para no dejar que las raíces del mal y del pecado se incrusten en nuestro corazón

 


Lo que tenemos que lavarnos y purificarnos es nuestro interior para no dejar que las raíces del mal y del pecado se incrusten en nuestro corazón

Génesis 1,20–2,4ª; Sal 8; Marcos 7,1-13

Ahora sí toca lavarse las manos. Nos lo están repitiendo, como solemos decir, por activa y por pasiva; dada la situación y peligro de contagio que ahora vivimos una de las normas que han tratado de imponernos o al menos convencernos de que es muy importante que lo hagamos, es lo de lavarse las manos; cuando vamos a algún sitio, salimos o entramos en casa, estamos en contacto con lugares o personas donde habitualmente no hacemos la vida, nos ofrecen ese gel con alcohol para que evitemos algún tipo de contagio. Hoy es necesario y no podemos, es cierto, tomarlo a la ligera, cuando además podemos poner en peligro también la salud de los demás.


Pero pensemos en cuando pase todo esto, hayamos vencido este virus y no andemos con la mosca tras la oreja con el peligro de contagios, pensemos, digo, que esto se nos trate de imponer prolongando la norma y hasta le diéramos un sentido sagrado o religioso. Diríamos que nos estamos saliendo de madre, porque una cosa es ese lavarnos por higiene y en evitación de peligros de contagios y otra que lleguemos a convertirlo en un signo religioso que si no lo realizamos lo estamos convirtiendo hasta en pecado.

Eso pasaba entre los judíos. Eran gente del desierto en su origen, habían vivido trashumantes de un lugar para otro y en condiciones donde la higiene no era fácil, sobre todo viviendo en lugares desérticos, y las enfermedades se contagiaban fácilmente de unos a otros por esa falta de higiene. Sabiamente, podríamos decir, con la sabiduría del hombre del desierto, se implicaba a la gente en tratar de vivir higiénicamente de la mejor manera posible; quienes hemos vivido en el campo y con costumbres campesinas en el cuidado de ganados, por ejemplo, sabemos como tenemos que cuidar esa higiene para no caer en infecciones innecesarias.

Pero esto se había convertido en ley en el pueblo judío y en ley de carácter religioso; la purificación no era ya el cuidado de la higiene sino que se convertía en tema de impureza legal y religiosa; sabemos de lo estrictos que eran sobre todo en el peligro de contagio de algunas enfermedades como era la lepra, y todas las consecuencias que tenia en la convivencia de la gente cada día.

Es lo que ahora los fariseos le están planteando a Jesús, sobre todo en relación a sus discípulos y las costumbres que veían que tenían. Sentarse a la mesa para comer el pan sin antes lavarse las manos no era cuestión solo de higiene por aquello de lo que hubiéramos tocado anteriormente, sino que se convertía en algo con un sentido religioso y formal, era una impureza legal de la que estaban echando en cara a Jesús por permitirlo a los discípulos.

Jesús quiere hacerles comprender el sentido de las normas y como no podemos quedarnos en cosas externas sino que tenemos que ir a lo más hondo del corazón. ¿De qué nos vale que externamente nos presentemos muy rectos y cumplidores si interiormente nuestro corazón está lejos de la verdadera ley de Dios? Jesús les pone incluso el ejemplo de la ofrenda que hacían al templo de sus bienes y ya no se veían obligados a la atención de sus padres, de sus mayores. ¿Dónde quedaba entonces el cuarto mandamiento de honrar a los padres?

Empleamos mucho esfuerzo en esa limpieza externa, en el cumplimiento de las normas, pero, ¿dónde tenemos puesto nuestro pensamiento? Es como cuando vamos a una celebración y estamos tan pendientes de los más pequeños ritos que al final estamos tan distraídos en ello que no terminamos de vivir nuestra unión con Dios.

Nada tendría que distraernos de lo que es verdaderamente importante; muy preocupados, por ejemplo, por el porte externo e incluso la vestimenta de quien está haciendo una lectura en una celebración pero no estamos prestando atención a lo que en esa lectura se nos está diciendo de parte de Dios. ¡Cuántas veces andamos así de distraídos! Estoy poniendo estos ejemplos pero en cuántas cosas nos sucede en la vida que le damos más importancia a lo secundario que a lo que es lo fundamental.

Ahora toca lavarnos las manos, decía al principio, haciendo referencia a la situación de pandemia en que vivimos; pero ahora toca purificarnos interiormente tenemos que decir porque hay algo que sí nos mancha por dentro cuando dejamos meter las raíces del mal en nosotros, cuando nos dejamos dominar por el pecado.

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