Cuando
vayamos a los caminos de la vida y encontremos dolor y sufrimiento sepamos
llevar esa palabra, ese gesto, esa cercanía que llenan de luz y de vida a los
que sufren
Job 7, 1-4. 6-7; Sal 146; 1Corintios 9,
16-19. 22-23; Marcos 1, 29-39
Ponernos a caminar los caminos de la
vida es irnos encontrando con el dolor y el sufrimiento. Quisiéramos, es
cierto, un mundo feliz, es el deseo de todos. Y de entrada tendríamos decir que
también es el deseo de Dios. No olvidemos aquella imagen de la primera página
de la Biblia que cuando crea al hombre y la mujer los coloca en el paraíso, un
mundo feliz. Pero somos conscientes de la realidad de la vida, de las
limitaciones que tenemos que nos hacen sufrir en nuestras ansias de plenitud
que no terminamos de alcanzar; pero ahí está la realidad de la vida llena de
amarguras, dolores, sufrimientos, enfermedad, muerte. El contemplar esa misma
realidad ya nos hace sufrir.
Todos tenemos la experiencia del dolor
y del sufrimiento; y podemos pensar en tantas cosas que desde lo más hondo de
nosotros mismos nos hacen sufrir, podemos pensar que muchas veces el encuentro
con los demás nos hace sufrir, pero tenemos la realidad de encontrarnos con la
enfermedad, en nosotros o en aquellos seres que queremos. No queremos esos sufrimientos,
nos duele no solo sufrir nosotros sino contemplar el sufrimiento de los demás.
Cuántas angustias, cuánta amargura… y tenemos la realidad de la pandemia por la
que estamos pasando viendo el sufrimiento de los demás o en la angustia que
vivimos de si un día nosotros tengamos que enfrentarnos directamente a ello.
Pero contemplo todo esto no para
aumentar nuestras amarguras y sufrimientos y contemplarlo todo negro sino en la
búsqueda de la luz que en Jesús y su evangelio podemos encontrar. Como
principio de ciclo litúrgico estamos en la lectura de las primeras páginas del
evangelio de Marcos y lo que es el comienzo de la actuación pública de Jesús.
Sus primeros pasos, podríamos decir, su primera actuación después de ese primer
anuncio que hace del Reino de Dios que llega.
Hoy lo contemplamos saliendo de la
Sinagoga y en ese recorrido que va haciendo por la ciudad de Cafarnaún. Y se va
encontrando con el dolor y el sufrimiento de los hombres y mujeres de su
tiempo. El evangelio nos señala algunos hechos pero muy significativos de lo
que es ese caminar de Jesús en medio de nosotros, lo llevan a casa de Simón
Pedro y allí está la suegra de Pedro enferma. En la tarde, pasado el día
sabático, cuando la gente comienza a poder moverse sin limitaciones le traen a
la puerta toda clase de enfermos y poseídos por el mal.
Es la presencia del dolor y del sufrimiento en medio del mundo. Pero Jesús ha venido como luz y como salvación, y el mundo no puede seguir en la oscuridad de las tinieblas o del dolor. Jesús los va curando a todos, levanta con su mano a la suegra de Simón, y va imponiendo las manos a todos aquellos enfermos que le traen a su puerta. No puede dejar de curar, de secar las lágrimas de los que lloran y de aliviar el sufrimiento de los que sufren liberándolos a todos del mal.
Pero estos hechos están enmarcados en
dos momentos que tienen especial trascendencia y que en el camino de nuestra
vida no podemos olvidar si queremos llegar allí donde hay sufrimiento para
curar, como nos enviará Jesús. Un primer momento, viene de la Sinagoga donde
han ido el sábado a escuchar la lectura de la ley y los profetas y a la oración
de la comunidad y un segundo momento que vivirá Jesús en esa noche que sigue o
en esa madrugada, se fue al descampado para estar a solas y para orar.
Primero que nada afirmar que la oración
o la escucha de la Palabra no nos inhiben de ver la realidad del mundo en que
vivimos, no nos lleva a un estado que podíamos llamar angélico donde viviéramos
como si nada pasara en nuestro mundo. Afirmar rotundamente que siempre nuestro
encuentro con Dios, bien que necesitamos de esos momentos de oración y escucha
de la Palabra de Dios, nos impulsarán precisamente a ir al encuentro de los
hermanos en su realidad concreta, a los hermanos en su sufrimiento. Cuando a la
mañana siguiente vienen a decirle que la gente lo busca El les dice que tiene
que ir también a otros lugares y marchará por los caminos y aldeas de Galilea
con el mismo anuncio y con la misma misión.
Nuestro encuentro con el Señor siempre
nos llevará a abrir mejor los ojos para mejor conocer la realidad y más
profundamente comprometernos con ella. A ese mundo de sufrimiento que nos
rodea, o que muchas veces tenemos en nosotros mismos, siempre tenemos que
llevar luz, llevar vida, ir a sanar para que podamos tener nueva vida. Fue la misión
de Jesús y es la misión que a nosotros nos confía también.
Tenemos la tentación algunas veces de
sentirnos cansados ante tanto sufrimiento y cerrar nuestros ojos y oídos abstrayéndonos
de todo para no saber, para no escuchar, para no sentir el sufrimiento de los
demás, pero no nos podemos dejar vencer por esa tentación – recemos el
padrenuestro dándole hondo sentido a esas palabras ‘no nos dejes caer en la
tentación – y tenemos que ir con ese bálsamo de nuestro amor hasta los que
sufren. Nunca podremos cruzarnos de brazos insensibles ante el sufrimiento de
los demás. Siempre podremos tener una palabra, un gesto, una cercanía, un
compromiso de vida al acercarnos a los que están a nuestro lado. No olvidemos
que todos tenemos ansias de vida y es el mejor regalo que podemos hacer.
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