Necesitamos llegar a atrevernos a tocar el manto de Jesús siquiera fuera por detrás, tomar la mano que nos tiende y escuchar la palabra que despierta nuestra fe
Sabiduría 1, 13-15; 2, 23-25; Sal. 29; 2Corintios 8,
7-9. 13-15; Marcos 5, 21-43
Si hiciéramos como una lluvia de ideas sobre aspectos, detalles,
mensajes que podemos encontrar en el evangelio de hoy nos encontraríamos como
un torrente inmenso de cosas que tendríamos que resaltar. Nos habla de sanar y
de curar, nos habla de dar vida o de arrancar de la muerte, nos habla de miedos
y desconfianzas mientras al mismo tiempo aparece la fe y el atrevimiento que se
mueve desde esa fe y que provoca confianza, nos habla de lágrimas y
sufrimientos como nos habla también de desencantos y de cosas que parece que ya
no se van a resolver, pero nos entra también
en detalles que nos manifiestan la atención de Jesús para quien no pasa nada
desapercibo pero de la escucha y atención que presta Jesús a quien lleva el
sufrimiento en el corazón porque a cada persona la mira en su realidad, nos
habla de esperanzas y de vida. Un torrente inmenso aunque no somos exhaustivos
en lo que hemos mencionado.
Todo se desarrolla en el corto trayecto que Jesús va a realizar desde
el lugar donde la gente se arremolinaba en torno a El hasta la casa de aquel
hombre que con fe y confianza ha venido a decirle que su hija está en las
ultimas y le pide que vaya e imponga su mano sobre ella. Van apareciendo como
claroscuros porque unas veces parece que brilla fuerte la fe mientras van
rondando las sombras de muerte de las que parece que no podemos salir.
Como nos sucede en la vida. Momentos brillantes y momentos de sombras,
momentos de ver florecer la vida y momentos en que ronda el sufrimiento y la
muerte, momentos brillantes de entusiasmo donde caminamos con ilusión, pero
momentos en que nos vemos hundidos en la impotencia, en la sensación de
fracaso, en la pérdida de confianza incluso en nosotros mismos.
Ante la petición angustiosa, pero llena de fe y confianza de aquel
hombre Jesús se pone en camino. Habrá que llegar pronto, pero la gente sigue
arremolinada en torno a Jesús y casi no lo dejan caminar, aprietan por todos
lados. Es el momento que aprovechará aquella mujer de las incontenibles
hemorragias. Ocultándose entre la multitud porque nadie ha de enterarse de lo
que le pasa porque su misma enfermedad era causa de impureza legal pero con una
fe grande en Jesús se acerca por detrás porque piensa que son solo rozarle el
manto será suficiente para curarse.
Pero ahí está el detalle de lo que antes mencionábamos de cómo Jesús
está atento a la necesidad concreta de cada persona. ‘¿Quién me ha tocado?’
exclama Jesús mirando a su alrededor. Parece una pregunta innecesaria cuando va
apretujado entre tanta gente, como le quiere hacer ver uno de los discípulos. Pero
la salud y la vida han de resplandecer, aquella fe tiene que aparecer como un
faro de luz en medio de cuantos les rodean. Temerosa aquella mujer se adelante
para reconocerlo, pero solo merecerá las alabanzas de Jesús. ‘No temas, has
tenido fe y te has curado’, le dirá Jesús.
Pero las sombras siguen apareciendo; quizá los empujones de la gente
que impedían ir más deprisa, el haberse detenido ante aquella mujer, ha hecho
que ya se llegue tarde a la casa de Jairo. Llega la noticia de que la niña ha
muerto; vienen las sombras de las desilusiones y de la sensación de fracaso que
tantas veces nos invaden. ‘¿Para qué molestar al maestro?’, escucha que
le dicen al jefe de la Sinagoga.
Ya se escucha el llanto de las plañideras y se siente el aire de duelo
que se ha apoderado de todos e invadido aquella casa. Pero la luz no se puede
apagar. Hay que mantener encendida la lámpara, la lámpara de la fe. Y allí está
quien puede alimentarla. ‘Te he dicho que basta con que tengas fe’,
anima Jesús al padre de la niña. Y al llegar a la casa dirá que la niña no está
muerta sino dormida.
Jesús escucha a todos y para todos tiene una palabra de luz y de vida.
Con su mano levantará a la niña, ‘talita qumí (niña, levántate)’ le
dice. Y como comentará el evangelista se quedaron todos viendo visiones, para
expresar el asombro que sentían ante lo que había sucedido.
¿Necesitaremos nosotros llegar hasta Jesús para atrevernos a tocar su
manto siquiera fuera por detrás? ¿Necesitaremos esa mano tendida de Jesús que
nos invita a levantarnos porque nos dice que seguimos teniendo vida a pesar de
las sombras que nos puedan rodear? ¿Necesitaremos esas palabras de ánimo cuando
no viene la desilusión y el desencanto, que nos llegan lo cansancios y los
miedos, cuando nos aparecen los miedos y temores, cuando tantas veces cobardes
nos encerramos en nosotros mismos y no queremos ver por ninguna parte destellos
de luz?
Sigue habiendo sombras en nuestra vida. Siguen habiendo sombras en la
vida de cuantos nos rodean pero quizá no sabemos tener el detalle de pararnos
junto a esa persona para ofrecerle una palabra de luz, una mano tendida, una
mirada de ánimo, un gesto o un detalle de confianza para quitar temores y
miedos, un caminar a su lado para estimularles a que encuentren también la luz.
En muchas cosas concretas podríamos traducir el mensaje del evangelio
para que lleguemos al encuentro con Jesús, pero también para que nosotros
seamos signos de luz para cuantos nos rodean. Miremos con sinceridad cada uno
de los que van haciendo esta reflexión qué nos pide el Señor en nuestra vida
persona y qué es lo podremos hacer en medio de ese mundo en el que vivimos
inmerso también en tantas sombras.
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