Caminamos guiados por la fe sabiendo cual es nuestra meta y que Jesús mismo es nuestro camino
Efesios 2,19-22; Sal. 116; Jn 20, 24-29
Vamos a caminar, nos invita un amigo; y lo primero que decimos es ¿a
dónde vamos? Queremos saber a donde vamos, queremos saber la meta, así nos
haremos una idea del camino o nos trazaremos una ruta; pero también nos
confiamos de aquel que nos invita y nos
dejamos conducir por la confianza, aunque dentro de nosotros tengamos la
incertidumbre, la duda, el interrogante.
El camino nos abre a otros horizontes, a conocer algo nuevo o a
disfrutar de nuevo con mayor hondura de lo ya conocido; pero el camino en
ocasiones se nos puede hacer costoso, no faltan dificultades, habrá momentos
oscuros que parece que no sabemos si vamos errados o a donde realmente nos
lleva aquel camino; pero si nos dejamos orientar, nos dejamos conducir, nos
abrimos a esas nuevas posibilidades seguramente al final diremos que ha
merecido la pena.
Muchas mas cosas podríamos reflexionar sobre lo que puede significar
ponerse en camino porque ya no se trata solamente de que queramos a un lugar geográfico
sino que con ello estamos queriendo expresar también lo que es la vida misma,
un camino. Buscamos metas, queremos tener ideales, queremos tener un sentido,
nos interrogamos sobre el sentido de la vida, nos vemos confundidos en
ocasiones porque parece que perdemos el rumbo, nos hace entrar en soledad y en
silencio porque el camino nos ayuda a pensar, a reflexionar, a revisar, a
buscar.
Malo sería que perdiéramos el rumbo, pero peor es no tener una meta,
horrible encontrarnos sin sentido de lo que hacemos o por que vivimos.
Angustias en nuestro interior, momentos de serenidad y sosiego, satisfacciones
honda cuando vamos consiguiente metas. Es todo lo que nos va apareciendo en la
vida de cada día.
La liturgia hoy nos invita a celebrar a un apóstol que por los pocos
retazos que nos da el evangelio estuvo en ese camino de búsqueda y que le costó
encontrar lo que de verdad llenaría su corazón porque hasta el final seguía
habiendo dudas en su corazón. Muchas veces lo maltratamos – es una forma de
hablar – porque pensamos en Tomás el de las dudas, al que le costó creer, pero
creo que es algo positivo en su vida.
Hay un momento en la cena pascual que exclama en medio de todo lo que Jesús
les está diciendo. ‘No sabemos a donde vas, ¿cómo podemos saber el camino?’
Se encontraba confundido. Había seguido a Jesús, no sabemos cómo fueron sus
comienzos pero en algún momento sintió la llamada del Señor, pero ahora en las vísperas
de la pasión con todo aquello que Jesús está anunciando se encuentra
confundido, desorientado. ‘Tanto tiempo con nosotros ¿y aun no me conoces?’,
le dirá Jesús. ‘Quien me ve a mi ha visto al Padre’, dirá Jesús ante
otra pregunta de otro de los discípulos, para terminar afirmando rotundamente ‘Yo
soy el Camino, y la Verdad, y la Vida’.
Pero Tomás seguirá confundido y haciéndose preguntas porque no termina
de creer todo lo que le dicen. ‘Hemos visto al Señor’, le dirán los
otros apóstoles a su vuelta al cenáculo porque cuando la primera aparición de Jesús
él no está allí. ‘Si no veo… las llagas de su mano, la llaga del costado… si
no meto mis dedos, si no meto mi mano’. Aun no cree, tiene que palpar por
si mismo, como tantas veces a nosotros nos sucede. Como nos pasa en el camino
que queremos verlo claro, que queremos saber por donde pisamos, como decíamos
antes.
Pero ya sabemos el camino. O deberíamos saberlo. Es Jesús, no hay otro
camino. Es quien nos conduce a la plenitud, es quien nos lleva hasta el Padre. Con
Jesús todo está claro, todo es luz, todo es vida, aunque puedan aparecer
sombrar, aunque pueda haber momentos que nos parezcan de muerte, aunque se nos
haga difícil el camino. Pero tenemos que saber aprovechar todo lo que sea el
poder estar con El. Que no sintamos el reproche ‘tanto tiempo con nosotros y
aun no me conocéis’.
Que importante que estemos con Jesús y nos sintamos inundamos por su
presencia; estar con Jesús y empaparnos de su verdad y de su sabiduría; estar
con Jesús y sentirnos iluminados; estar con Jesús y llenarnos de su vida. Así
podemos hacer el camino, sabemos a donde vamos, conocemos el camino, nos
sentimos fuertes aun en los momentos de mayor dificultad y debilidad.
‘Dichosos los que crean sin haber visto’, dirá Jesús al final
cuando de nuevo se manifiesta y le ofrece sus llagas a Tomas para que meta su
dedo y su mano. ‘¡Señor mío y Dios mío!’, exclamará Tomas, tenemos que
exclamar nosotros haciendo la más hermosa profesión de fe.
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