Como
Pedro dejémonos encontrar con Jesús y a pesar de nuestras sombras intentemos
seguir haciendo el camino con fidelidad total
Hechos 12, 1-11; Sal 33; 2Timoteo 4, 6-8.
17-18; Mateo 16, 13-19
Un encuentro puede convertirse en algo
decisivo en la vida. Será algo ocasional, aparentemente circunstancial, será
algo buscado por alguna de las partes, alguien a quien nos presentan en un
momento determinado… muchas son las formas, las circunstancias que pueden
llevar a ese encuentro. Pero nos deja marcados;
es la impresión favorable que recibimos, son los interrogantes que se
nos plantean por dentro, es algo que nos llama la atención, puede ser el
comienzo de un camino nuevo que se abre ante nosotros. Nada va a ser igual a
partir de entonces.
Todos habremos podido tener momentos así,
que sin embargo nos podrían haber dejado diferente huella; siempre ha habido un
momento en que nos hemos sentido impresionados por algo y nos dimos cuenta que
aquello merecía una respuesta, un cambio de actitud o de rumbo, pero quizás por
las marejadas de la vida habremos también haber podido olvidar.
Pero en lo que hoy escuchamos en el
evangelio motivando esta celebración no cayó en saco roto. Aunque luego también
hubieron sus sombras, sus momentos de duda, sus interrogantes y preguntas que
no siempre encontraron respuesta.
Según nos narra el principio del
evangelio de san Juan el primer encuentro fue con una mediación. Quien primero
se había encontrado con Jesús era Andrés, pero como dice el evangelio a la
mañana siguiente – y es también una manera de hablar – quiso presentarle a
Jesús a su hermano Simón. Con sus reticencias y desconfianzas interiores
quizás, como les sucedía a tantos, se dejó llevar por su hermano. ‘Aquel de
quien nos hablan las escrituras lo hemos encontrado’. Y ya aquel momento
fue decisivo, ‘tú te llamarás Pedro’. Jesús le cambia el nombre. Algo
muy significativo.
Sería más tarde en la orilla del lago,
mientras repasaban las redes después de una noche de faena – habrían ya
escuchado a Jesús en algunos de aquellos encuentros que iba teniendo Jesús con
la gente y en la sinagoga – es Jesús quien al pasar por ellos los invitará a
una nueva pesca, ‘venid conmigo y os haré pescadores de hombres’. Algo
había estado ya sucediendo en su corazón desde esos encuentros con Jesús que
ahora lo dejan todo para seguirle.
En otro momento del evangelio se
hablará de una pesca forzada por Jesús cuando habían pasado la noche bregando
sin coger nada, pero porque a Pedro las palabras de Jesús ya comenzaban a
llenarle el corazón, a hacerle cosquillas en el corazón, fiándose de la palabra
de Jesús lanzará las redes al agua cogiendo una redada tan grande que tendrán
que pedir ayuda a otros pescadores, pero se quedará anonadado ante lo que
estaba sucediendo deseando estar incluso lejos de Jesús. ‘Apártate de mi que
soy un hombre pecador’. ‘Seréis pescadores de hombres’. Volverá a
repetirles Jesús.
Ya desde entonces nada sería igual. Ya
con Jesús irían a todas partes en ese camino itinerante que Jesús hacía por
todas las aldeas y ciudades de Galilea. La casa de Simón se convertirá en el
centro de toda esa actividad y allí se reunirán continuamente los que de cerca
seguían a Jesús.
Los llamará Jesús con una llamada
especial para hacerlos sus compañeros y de Jesús irán bebiendo aquella vida que
los va transformando. A ellos Jesús de manera especial se les revela, será el
Tabor, será llevándolos especialmente consigo en algunas cosas especiales, será
anunciándoles lo que habrá de suceder cuando suban a Jerusalén. A Pedro le
costará entender algunas cosas y por el amor que ya comenzaba a tenerle a Jesús
no quiere que nada le suceda. Eso no te puede suceder a ti.
Y será Pedro el que haga la mejor confesión
cuando Jesús pregunte por lo que piensan de El, aunque como le dirá Jesús eso
no lo sabe por si mismo sino porque en su corazón se lo ha revelado el Padre
del cielo. Cuando lleguen momentos de crisis y la gente cansada y en cierto
modo desalentada comience a abandonar, será Pedro el que saltará el primero
para decir que no, que ellos no lo abandonarán, porque, ¿a dónde van a ir si
solo Jesús tiene palabras de vida eterna?
Pasarán ellos también por la crisis
cuando no entiendan lo que a Jesús les está sucediendo, y como suele suceder
los miedos se meten en alma y nos traicionan. Son momentos oscuros y llegará a
negar que conozca a Jesús. Pero todo será subsanado por el amor. Llorará Pedro
su negación, pero pronto estará para buscarlo en el sepulcro, para dejarse
sorprender en el Cenáculo, para correr a sus pies cuando de nuevo Jesús
resucitado se les manifiesta de nuevo en las orillas del mar de Galilea. Y
Jesús solo pide amor, que se mantenga en el amor, como un día le había pedido
que se mantuviera firme en la fe porque tenía una misión para él, había de
confirmar en la fe a sus hermanos, había de ser el pastor del nuevo rebaño.
‘Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas’, le diría Jesús.
Todo a partir de un encuentro, un
encuentro decisivo que se remitiría con gran intensidad de nuevo en las orillas
del Tiberíades. Es a quien hoy estamos contemplando, a quien estamos
celebrando. Nos quedamos en estos retazos del evangelio porque en ellos vemos
reflejado también nuestro camino. Pedro siguió haciendo ese camino, ahora ya al
frente de la Iglesia, hasta el final, en el momento en que él también daría su
vida. El discípulo no es mejor que su maestro, y si El, el Señor había lavado
los pies a los discípulos como signo y señal de lo que era su entrega, era
también lo que el discípulo tendría que hacer, lo que nosotros también hemos de
hacer.
La fiesta de san Pedro nos recuerda
nuestro camino y nuestra misión, nos hace que continuemos con fidelidad nuestro
camino para que también vayamos frente al mundo dando testimonio de nuestra fe
y de nuestro amor.
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