El
Reino de Dios es el camino nuevo que hemos de aprender a seguir, camino de amor
y de desprendimiento, en el que sentiremos la alegría de la verdadera libertad
1Reyes 19, 16b. 19-21; Sal 15; Gálatas 5, 1.
13-18; Lucas 9, 51-62
¿Qué nos
suele pasar cuando nos rechazan? Decíamos que íbamos con buena voluntad, que queríamos
hacer las cosas bien, nuestro afán era bueno y lo que pretendíamos es ayudar, o
quizá en un momento determinado simplemente que nos escucharán lo que teníamos
que decirle… pero nos rechazaron, nos sentimos heridos, ofendidos, despreciados
o minusvalorados, y reaccionamos porque apareció el amor propio, nuestro
orgullo personal y no fuimos capaces de superar aquella situación, apareció el
rechazo también airado por nuestra parte, aparece fácilmente la violencia. Son
cosas que nos suceden todos los días; y encendemos espirales que son difíciles
de detener.
Así nos
estamos construyendo nuestro mundo. No hemos sabido simplemente disfrutar de lo
bueno que ofrecíamos, aunque la reacción fuera negativa. Son las rupturas de
los amigos que se hacen irreconciliables; son los malentendidos que aparecen
entre compañeros de trabajo que hará que ya nos miremos mal para siempre; serán
las desconfianzas con que miramos a los que viven a nuestro lado porque un día
no supieron apreciar algo que le ofrecimos y se lo tomaron a mal y de ahí
nacieron distanciamientos y enemistades, son tantas cosas en este sentido con
que nos vamos encontrando día a día. Cuántos sufrimientos que se generan.
¿Cuál sería
nuestra manera de actuar madura? La persona madura aunque se sienta herida sabe
curar sus heridas; la persona madura siente la satisfacción de lo que hace y es
como una oferta o un regalo que quiere hacer al otro con su actuar; la persona
madura orienta su vida desde otros criterios con los que siempre quiere buscar
la paz. Es difícil, nos cuesta; nos es más fácil simplemente dejarnos llevar.
El evangelio
nos está contando un episodio que les sucedió a los discípulos de Jesús
mientras atravesaban Samaria en su subida a Jerusalén. Buscaban alojamiento y
comida y simplemente porque se dirigían a Jerusalén fueron rechazados. Mucho
tenían que aprender en aquella subida que estaba emprendiendo de camino con
Jesús. Su reacción primaria es la que suele surgir con demasiada frecuencia en
casos así. Allí estaban indignados los discípulos contándoselo a Jesús y rogándole
que hiciera bajar fuego del cielo sobre aquellos malvados.
Pero ese no
es el actuar de Jesús, esos no son los criterios de Jesús. Ya nos había
enseñado a amar a los enemigos, rezar por los que nos odian y persiguen, poner
la otra mejilla, pero nunca responder con violencia encendiendo esa espiral tan
terrible que no sabemos donde va a terminar. San Pablo nos dirá hoy que si nos
mordemos y devoramos los unos a los otros, terminaremos destruyéndonos. El
evangelio nos dice que Jesús se volvió y los regañó y se marcharon a otra
aldea.
Una manera de
no recordar – eso que decimos tantas veces que perdonamos pero no olvidamos -,
una manera de poner paz en los brotes de violencia y romper la espiral que se
podría crear, una forma de decirnos cómo tenemos que saber superarnos y dominar
nuestros impulsos, un forma de ir creciendo y madurando como personas y como
cristianos. Es el testimonio que tenemos que saber dar y haremos que nuestro
mundo sea mejor.
Sigue Jesús
su camino de subida a Jerusalén y en el camino se le van agregando muchos
nuevos seguidores. Pero Jesús quiere hacernos ver que el camino no es sencillo,
que tiene sus exigencias, que necesitamos aprender lo que es la radicalidad de
la disponibilidad, del servicio y del amor, que tenemos que calibrar bien en la
vida lo que es verdaderamente importante y por lo que tendríamos que llegar a
saber dar la vida por ello. Un camino de aprendizaje para los que quieren en
verdad ser sus discípulos, como ya habíamos mencionado.
Algunos
impulsivamente en decisión que toman por si mismos quieren seguir a Jesús;
otros serán invitados por Jesús para seguirle para haciéndoles ver siempre las
consecuencias de ese seguimiento. Porque lo de seguir a Jesús no es aquello de
querer nadar y guardar la ropa al mismo tiempo, tiene sus riesgos, se necesita
una disponibilidad y un espíritu de servicio hasta el sacrificio, es necesario
estar dispuestos, como nos dirá en otros momentos, a negarse a sí mismo.
Siempre con alegría en el corazón, porque a quien tiene a Jesús no le puede
faltar la alegría.
‘Las zorras tienen madriguera y los
pájaros, nido, pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza’ le dirá a uno que está dispuesto en su entusiasmo a
seguir a donde quiera que vaya. Como un día Pedro dirá que está dispuesto a
todo y hasta a dar la vida por Jesús.
Y al que le está pidiendo que le deje
atender a sus cosas y asuntos familiares antes de seguirle, le dirá que cuando
se opta por seguir su camino se escoge un camino de vida y no de muerte; al que
todavía le quedan lazos con las cosas de este mundo le hablará de un camino de
libertad y de mirada hacia delante y que tenemos que saber desprendernos de
todo tipo de ataduras, porque quien siempre está mirando hacia atrás, hacia
esos apegos no sabrá descubrir la meta grande que tiene por delante.
Es el camino del Reino de Dios, es el
camino nuevo que hemos de aprender a seguir, es el camino del amor y del
desprendimiento, es el camino en que nos encontraremos con la verdad que nos
hará en verdad libres.
Aquí tendríamos que mirarnos y
preguntarnos muchas cosas. Seguro que a lo largo de la reflexión ya han ido
surgiendo en nuestro interior. ¿En verdad estamos dispuestos a seguir el camino
de Jesús? ¿Seremos capaces de optar con valentía por esos nuevos valores que
Jesús nos está ofreciendo? ¿Aprenderemos a disfrutar de la libertad que se nos
da y podemos sentir en lo más hondo de nosotros mismos cuando optamos por el
camino del amor y del servicio?
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