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sábado, 25 de junio de 2022

El camino de María junto al camino de Jesús, un corazón en silencio que todo lo guardaba, es el camino de la madre junto al camino de los hijos que nos habla con su presencia

 


El camino de María junto al camino de Jesús, un corazón en silencio que todo lo guardaba, es el camino de la madre junto al camino de los hijos que nos habla con su presencia

Lamentaciones 2, 2. 10-14. 18-19; Sal 73; Lucas 2, 41-51

Hoy vamos a hablar del corazón de una madre, del corazón de las madres. Pero ¿qué podemos decir nosotros sino simplemente lo que intuimos? Tendríamos que dejar que fuera una madre la que nos hablara, de su corazón, de lo que guarda en él, de sus suspiros y de sus pensamientos, de sus sueños, pero también de sus amores, y de sus dolores, de tantas y tantas cosas que en silencio va metiendo en él, va guardando en su corazón.

Uno se pone a pensar en su propia madre y se admira de cuantas cosas ha de tener guardadas en su corazón maternal; porque vamos recorriendo nuestro propio camino, y descubriremos que siempre estaba ella allí, con su silencio, con su mirada, con su palabra, con su estímulo, con su ánimo, con lo que en secreto iba guardando y nos pareciera que no se enteraba de lo que hacíamos, bien sabíamos que ella lo llevaba en el corazón. Mira uno ahora para detrás y se emociona, al recordar como la madre siempre estuvo allí a tu lado cuando más lo necesitabas aunque no te dijera nada, aunque te dejara caminar dando trompicones, pero ella siempre estaba para recogerte, para ponerse quizás ella por medio para que tu sufrieras menos con lo que te pasaba.

No he podido menos que recordar las propias experiencias cuando contemplamos hoy a María y queremos contemplar, como la liturgia nos ofrece, su corazón de Madre. El mismo evangelio que hoy la liturgia nos ofrece nos está recordando esa grandeza del corazón de la madre, del corazón de María.

Habían subido al templo, porque el niño ya no era niño, estaba en la edad en que en aquella época y cultura comenzaban a ser tenidos en cuenta, y por eso ya sube con los mayores a Jerusalén para la fiesta de la Pascua. Han transcurrido los días de la fiesta y toca regresar, pensaban que estaba haciendo camino con ellos, pero tras una jornada Jesús no está con ellos; es el dolor de unos padres que han perdido a su hijo porque quizá se ha extraviado por los caminos; es la angustia de la búsqueda en una nueva jornada de regreso a Jerusalén, será al tercer día cuando lo encuentren en el templo en medio de los doctores que allí en las diferentes explanadas del templo enseñaban al pueblo; Jesús está entre ellos, dialoga y discute con ellos, como una premonición de lo que un día en aquellos mismos soportales volvería a suceder. Pero allí está la angustia de la madre que corre hasta el hijo.

‘Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu padre y yo te buscábamos angustiados... ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la cosas de mi Padre?’ Es el corto diálogo de aquellos momentos. Serán los interrogantes que quedarán en el corazón de la madre y que guardará en su corazón. No siempre era fácil de entender las cosas y ya sabemos como una madre rumia en su interior cuanto va sucediendo; ya sabemos cómo María ante todo lo que va sucediendo en su vida se quedará en silencio haciéndose preguntas en su corazón, como sucediera un día con el ángel allá en Nazaret. ‘Su madre conservaba todo esto en su corazón’.

Será en varios momentos en el que el evangelista nos repetirá lo mismo, casi como un mantra. Cuántas cosas María iba guardando en su corazón de madre. ¿Interrogantes? ¿Preguntas que se hacía a sí misma o que le hacía también a Dios? ¿Aceptación del misterio divino que ella sabía muy bien que se estaba realizando y manifestando también en su vida? Era el camino de la madre junto al Hijo, en silencio la mayor parte del camino, en alguna ocasión la veremos asomar como en las bodas de Caná, o como cuando va a ver a Jesús. Así la veremos llegar hasta la cruz, también en silencio en la calle de la amargura, pero en silencio también en lo alto del Calvario. Pero será desde entonces el camino de la madre con sus hijos, aquellos que recibió como herencia de su Hijo al pie de la cruz. Por eso la veremos con la iglesia naciente en el Cenáculo, allí con los discípulos que esperaban el don del Espíritu estaba María, la que un día se había dejado inundar por el Espíritu divino.

Es la madre que sigue estando con sus hijos, que sigue estando a nuestro lado. Mil manifestaciones, por decirlo de alguna manera aunque el número no importa, ha tenido María como madre para estar con sus hijos, para estar con la Iglesia, para estar con nosotros, para estar de manera especial con los que sufren.

Sus santuarios a lo largo y a lo ancho del mundo han sido siempre una puerta abierta para recibir a sus hijos con sus dolores y sufrimientos, con sus amores y con sus alegrías, con sus luchas y con sus esperanzas, en los momentos oscuros y terribles como en los momentos de luz. Por algo siempre alrededor de los santuarios marianos veremos a los enfermos y a los que sufren. Es la casa y el corazón de la madre que a todos nos acoge. María, siempre ha estado aquí con el corazón abierto, con el corazón como un buzón en el que podemos seguir depositando nuestras quitas, nuestros dolores, nuestra vida, porque el corazón de la madre siempre habrá un lugar.

Hoy contemplamos el corazón de María, el corazón de la madre como el corazón de todas las madres. Cuánto tendríamos que decir. Pero pidamos que también nosotros tengamos un corazón así, abierto, acogedor, lleno de amor y de ternura, de puertas abiertas, de cobijo seguro, para los que están a nuestro lado, para los que sufren en nuestro mundo.

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