El
camino de María junto al camino de Jesús, un corazón en silencio que todo lo
guardaba, es el camino de la madre junto al camino de los hijos que nos habla
con su presencia
Lamentaciones 2, 2. 10-14. 18-19; Sal 73;
Lucas 2, 41-51
Hoy vamos a
hablar del corazón de una madre, del corazón de las madres. Pero ¿qué podemos
decir nosotros sino simplemente lo que intuimos? Tendríamos que dejar que fuera
una madre la que nos hablara, de su corazón, de lo que guarda en él, de sus
suspiros y de sus pensamientos, de sus sueños, pero también de sus amores, y de
sus dolores, de tantas y tantas cosas que en silencio va metiendo en él, va
guardando en su corazón.
Uno se pone a
pensar en su propia madre y se admira de cuantas cosas ha de tener guardadas en
su corazón maternal; porque vamos recorriendo nuestro propio camino, y
descubriremos que siempre estaba ella allí, con su silencio, con su mirada, con
su palabra, con su estímulo, con su ánimo, con lo que en secreto iba guardando
y nos pareciera que no se enteraba de lo que hacíamos, bien sabíamos que ella
lo llevaba en el corazón. Mira uno ahora para detrás y se emociona, al recordar
como la madre siempre estuvo allí a tu lado cuando más lo necesitabas aunque no
te dijera nada, aunque te dejara caminar dando trompicones, pero ella siempre
estaba para recogerte, para ponerse quizás ella por medio para que tu sufrieras
menos con lo que te pasaba.
No he podido
menos que recordar las propias experiencias cuando contemplamos hoy a María y
queremos contemplar, como la liturgia nos ofrece, su corazón de Madre. El mismo
evangelio que hoy la liturgia nos ofrece nos está recordando esa grandeza del
corazón de la madre, del corazón de María.
Habían subido
al templo, porque el niño ya no era niño, estaba en la edad en que en aquella época
y cultura comenzaban a ser tenidos en cuenta, y por eso ya sube con los mayores
a Jerusalén para la fiesta de la Pascua. Han transcurrido los días de la fiesta
y toca regresar, pensaban que estaba haciendo camino con ellos, pero tras una
jornada Jesús no está con ellos; es el dolor de unos padres que han perdido a
su hijo porque quizá se ha extraviado por los caminos; es la angustia de la
búsqueda en una nueva jornada de regreso a Jerusalén, será al tercer día cuando
lo encuentren en el templo en medio de los doctores que allí en las diferentes
explanadas del templo enseñaban al pueblo; Jesús está entre ellos, dialoga y
discute con ellos, como una premonición de lo que un día en aquellos mismos
soportales volvería a suceder. Pero allí
está la angustia de la madre que corre hasta el hijo.
‘Hijo, ¿por qué nos has tratado así?
Tu padre y yo te buscábamos angustiados... ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais
que yo debía estar en la cosas de mi Padre?’ Es el corto diálogo de aquellos momentos. Serán los interrogantes que
quedarán en el corazón de la madre y que guardará en su corazón. No siempre era
fácil de entender las cosas y ya sabemos como una madre rumia en su interior
cuanto va sucediendo; ya sabemos cómo María ante todo lo que va sucediendo en
su vida se quedará en silencio haciéndose preguntas en su corazón, como
sucediera un día con el ángel allá en Nazaret. ‘Su madre conservaba todo
esto en su corazón’.
Será en varios momentos en el que el
evangelista nos repetirá lo mismo, casi como un mantra. Cuántas cosas María iba
guardando en su corazón de madre. ¿Interrogantes? ¿Preguntas que se hacía a sí
misma o que le hacía también a Dios? ¿Aceptación del misterio divino que ella
sabía muy bien que se estaba realizando y manifestando también en su vida? Era
el camino de la madre junto al Hijo, en silencio la mayor parte del camino, en
alguna ocasión la veremos asomar como en las bodas de Caná, o como cuando va a
ver a Jesús. Así la veremos llegar hasta la cruz, también en silencio en la
calle de la amargura, pero en silencio también en lo alto del Calvario. Pero
será desde entonces el camino de la madre con sus hijos, aquellos que recibió
como herencia de su Hijo al pie de la cruz. Por eso la veremos con la iglesia
naciente en el Cenáculo, allí con los discípulos que esperaban el don del
Espíritu estaba María, la que un día se había dejado inundar por el Espíritu
divino.
Es la madre que sigue estando con sus
hijos, que sigue estando a nuestro lado. Mil manifestaciones, por decirlo de
alguna manera aunque el número no importa, ha tenido María como madre para
estar con sus hijos, para estar con la Iglesia, para estar con nosotros, para
estar de manera especial con los que sufren.
Sus santuarios a lo largo y a lo ancho
del mundo han sido siempre una puerta abierta para recibir a sus hijos con sus
dolores y sufrimientos, con sus amores y con sus alegrías, con sus luchas y con
sus esperanzas, en los momentos oscuros y terribles como en los momentos de
luz. Por algo siempre alrededor de los santuarios marianos veremos a los
enfermos y a los que sufren. Es la casa y el corazón de la madre que a todos
nos acoge. María, siempre ha estado aquí con el corazón abierto, con el corazón
como un buzón en el que podemos seguir depositando nuestras quitas, nuestros
dolores, nuestra vida, porque el corazón de la madre siempre habrá un lugar.
Hoy contemplamos el corazón de María,
el corazón de la madre como el corazón de todas las madres. Cuánto tendríamos
que decir. Pero pidamos que también nosotros tengamos un corazón así, abierto,
acogedor, lleno de amor y de ternura, de puertas abiertas, de cobijo seguro,
para los que están a nuestro lado, para los que sufren en nuestro mundo.
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