Dios
camina siempre con nosotros, atraviesa con nosotros esa puerta estrecha y hace
con nosotros el camino respetando siempre nuestros pasos y nuestra respuesta
2Reyes 19, 9b-11. 14-21. 31-35a. 36; Sal 47;
Mateo 7, 6. 12-14
Es de sana
pedagogía el saber respetar el ritmo de las personas; nosotros podemos verlo
todo claro, pero quizás el que está a nuestro lado no lo entiende; y algunas
veces nos volvemos exigentes con nuestros ritmos; no es malo que seamos
exigentes con nosotros mismos porque cada día deseemos lo mejor, tengamos
deseos de superarnos y mejorar nuestra vida, pero lo que nos exigimos a
nosotros mismos no lo podemos exigir de la misma manera a los demás. Si yo lo
he hecho, él puede hacerlo, decimos; es cierto que si yo lo he hecho el otro
puede hacerlo, pero en su tiempo, en su ritmo, en su momento dará la respuesta.
Decíamos al
principio que es sana pedagogía, y nos vale en todo el tema educativo, o en lo
que nosotros queremos ayudar a los demás a crecer y a madurar. Es cierto que
podemos inculcar esa actitud en el otro, pero será el otro el que ha de
responder. Es el respeto que mutuamente hemos de tenernos, porque cada uno
tiene su dignidad y su grandeza, pero significa respetar el camino que va
haciendo el otro que no sabemos lo que a él le cuesta, las dificultades que en
su propio interior puede ir encontrando; él tiene su mundo.
Es la tarea
que como testigos de un evangelio nosotros queremos hacer con los demás.
Ofrecemos la luz, pero hay quien prefiere la tiniebla, o no ha llegado el
momento en que haya aprendido a saborear esa luz que le ofrecemos; pero eso
caminamos al paso de los otros, pero siguiendo su ritmo; es la muestra del
respeto que le tenemos y de la valoración que hacemos de sus actos, de su vida.
Pero eso en el momento oportuno daremos señales de esa luz que llevamos dentro,
para que el otro la descubra y la desee, porque nunca nuestra tarea es imponer,
sino ofrecer y regalar; todo es gracia que nos viene de Dios, todo es regalo de
Dios para nuestra vida.
Me vengo
haciendo esta reflexión desde la Palabra del Señor que hoy se nos ofrece pero
desde ese respeto que tenemos hacia aquellas personas que están a nuestro lado
y a los que queremos ofrecer la luz. Hay una frase un tanto enigmática que hoy
Jesús nos dice sobre las perlas que son arrojadas a los cerdos; ¿qué saben los
cerdos lo que es una perla? La hociquearán y la revolverán en la basura en la
que se revuelcan. Esa perla preciosa de la Palabra de Dios hemos de saber
ofrecerla a los que están a nuestro lado, para que descubran su valor y para
que se dejen iluminar por ella, pero no vamos a imponer, vamos a ofrecer el
regalo de un don de gracia.
Jesús en
estas como sentencias que nos va dejando en el sermón del monte nos da unos
criterios para la manera de actuar que hemos de tener con los demás. Hemos
venido hablado de ese respeto que hemos de tener a los otros y a sus ritmos,
pero eso se ha de traducir también en el trato que tengamos con los otros.
¿Cómo nos
gustaría que nos tratasen a nosotros? ¿De una manera dura y exigente? Ya
sabemos que la humildad y la sencillez de los otros nos gana el corazón. Pues
esa ha de ser nuestra manera de actuar con los demás, desde esa dulzura, desde
esa sencillez, desde esa humildad, desde esa sonrisa que a nosotros también nos
gusta recibir. Actúa así con el otro y no te equivocarás nunca; pon amor en tu
trato con los demás, y aunque quizás ahora no comprendan tus gestos de amistad,
la semilla está sembrada y algún día resplandecerá también en sus vidas.
No es un
camino fácil. Cuando no queremos ser exigencia para los demás sin embargo nos
convertimos en exigencia para nosotros mismos; es la exigencia de nuestra
paciencia, del dominio de nosotros mismos para no convertirnos en exigencia
para los otros, de búsqueda de nuestro crecimiento interior porque será donde
en verdad vamos a encontrar la fortaleza para nuestro darnos, para nuestra
entrega.
Hoy nos
contrapone Jesús la puerta amplia y espaciosa, con la puerta estrecha; el
camino fácil donde simplemente lo que hacemos es dejarnos llevar por lo que
salga en el momento, o el camino estrecho de exigencia, de superación de
nosotros mismos, de negación de mí mismo para buscar siempre primero el bien de
los demás. Puerta estrecha, camino angosto de exigencias, pero nunca camino
imposible; nada hay imposible para Dios, y Dios camina con nosotros, atraviesa
con nosotros esa puerta y hace con nosotros el camino. ¿Queremos mayor estímulo
y ayuda?
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