La
falta de autenticidad, dejándonos envolver por apariencias, debilita el
testimonio que hemos de dar y manifiesta la tibieza de nuestra vida espiritual
2Reyes 22, 8-13; 23, 1-3; Sal 118; Mateo 7,
15-20
No sé por qué
pero siempre queremos dar la apariencia de que somos mejores de lo que en
realidad somos; queremos quizás mantener nuestros prestigios, el que nos vean
como buenas y respetables, el ser bien considerados por los que están a nuestro
alrededor. ¿Será nuestro orgullo? ¿Será la vanagloria y el amor propio? ¿Será
la vanidad?
Tenemos en
cierto modo miedo de que se nos venga abajo toda esa imagen de vanidad que nos
hemos creado, que si encuentran alguna debilidad en nuestra vida perdamos toda
la consideración y respeto que pensábamos que teníamos. No nos damos cuenta
quizás que seremos mejor
considerados si nos manifestamos con la verdad y la realidad de nuestra vida
aunque aparezcan debilidades y flaquezas, porque será la humildad de
reconocerlo lo que quizás mejor consideren los que nos contemplan.
Pero no
queremos aparecer como débiles porque pensamos que eso nos debilita, cuando la
sinceridad y la humildad será lo que más nos engrandecería. Esa cobardía para
reconocer las debilidades y los fallos será quizá lo que nos haga perder aquel
prestigio que pensábamos que teníamos. Algún chip tendría que cambiar en
nuestra cabeza, en nuestra manera de pensar y de actuar.
Vivimos
demasiado de las apariencias y vanidades. Se palpa alrededor en tantas maneras
de actuar, en una cierta hipocresía que nos encontramos muchas veces en la
sociedad y nos sentimos tentados a lo mismo. Queremos aparecer como árbol bueno
cuando en realidad no lo somos. Pero como nos dice hoy Jesús en el evangelio
por el fruto se conoce al árbol, por sus frutos los conoceréis.
Es la necesidad
de que los cristianos nos manifestamos de forma auténtica ante el mundo que nos
rodea; no nos dejemos envolver por las apariencias; y muchas veces el dejarse
envolver por las apariencias significa cómo nosotros nos acomodamos al
ambiente, para no desentonar. No somos capaces de manifestar nuestra verdad,
proclamar y defender nuestros principios y nuestros valores, no queremos ir a
la contra de lo que los demás hacen o dicen, guardamos silencio cuando
tendríamos que hablar o disimulamos aquello que hacemos para no diferenciarnos
de lo que hay a nuestro alrededor. Es una gran debilidad que vivimos, es una
cobardía en la que nos dejamos envolver, es una falta de auténtico testimonio
que no llegamos a dar.
Actuando así,
¿cuáles son los frutos que esperamos recoger? Estamos dañando nuestro árbol
cuando dejamos que se injerten en él púas diferentes a las que podrían
fortalecer y mejorar nuestros frutos. Notamos cómo el sentido cristiano se va
enfriando en nuestro entorno porque se van dejando de vivir los verdaderos
valores evangélicos, vemos cómo incluso se enfría la participación en los actos
religiosos que con tanta intensidad quizás vivimos en otros momentos, la gente
que incluso sigue bautizando a sus hijos o quieren que hagan la primera
comunión vemos cómo pronto dejan de participar en nuestras manifestaciones públicas
de la fe y de la religión.
Tendríamos
que preguntarnos aquellos que nos sentimos más comprometidos con nuestra fe si
el testimonio que damos es verdaderamente auténtico ante el mundo que nos
rodea; quizá también la frialdad esté enturbiando nuestras vidas y no ayudamos
como deberíamos por nuestro testimonio que vuelva a reverdecer y florecer la fe
de tanta gente sencilla que tenemos a nuestro alrededor y quizá necesita
nuestro testimonio. ¿Estaremos haciendo producir los buenos frutos de un árbol
bueno?
Son
inquietudes que hemos de tener en nuestro corazón y que tendrían que hacer que
nos preguntemos por la sinceridad de nuestra vida. ¿Nos estaremos dejando
envolver por algunas vanidades? ¿Nos manifestamos con verdadera sinceridad?
No hay comentarios:
Publicar un comentario