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miércoles, 22 de junio de 2022

La falta de autenticidad, dejándonos envolver por apariencias, debilita el testimonio que hemos de dar y manifiesta la tibieza de nuestra vida espiritual

 


La falta de autenticidad, dejándonos envolver por apariencias, debilita el testimonio que hemos de dar y manifiesta la tibieza de nuestra vida espiritual

2Reyes 22, 8-13; 23, 1-3; Sal 118; Mateo 7, 15-20

No sé por qué pero siempre queremos dar la apariencia de que somos mejores de lo que en realidad somos; queremos quizás mantener nuestros prestigios, el que nos vean como buenas y respetables, el ser bien considerados por los que están a nuestro alrededor. ¿Será nuestro orgullo? ¿Será la vanagloria y el amor propio? ¿Será la vanidad? 

Tenemos en cierto modo miedo de que se nos venga abajo toda esa imagen de vanidad que nos hemos creado, que si encuentran alguna debilidad en nuestra vida perdamos toda la consideración y respeto que pensábamos que teníamos. No nos damos cuenta quizás que seremos mejor considerados si nos manifestamos con la verdad y la realidad de nuestra vida aunque aparezcan debilidades y flaquezas, porque será la humildad de reconocerlo lo que quizás mejor consideren los que nos contemplan.

Pero no queremos aparecer como débiles porque pensamos que eso nos debilita, cuando la sinceridad y la humildad será lo que más nos engrandecería. Esa cobardía para reconocer las debilidades y los fallos será quizá lo que nos haga perder aquel prestigio que pensábamos que teníamos. Algún chip tendría que cambiar en nuestra cabeza, en nuestra manera de pensar y de actuar.

Vivimos demasiado de las apariencias y vanidades. Se palpa alrededor en tantas maneras de actuar, en una cierta hipocresía que nos encontramos muchas veces en la sociedad y nos sentimos tentados a lo mismo. Queremos aparecer como árbol bueno cuando en realidad no lo somos. Pero como nos dice hoy Jesús en el evangelio por el fruto se conoce al árbol, por sus frutos los conoceréis.

Es la necesidad de que los cristianos nos manifestamos de forma auténtica ante el mundo que nos rodea; no nos dejemos envolver por las apariencias; y muchas veces el dejarse envolver por las apariencias significa cómo nosotros nos acomodamos al ambiente, para no desentonar. No somos capaces de manifestar nuestra verdad, proclamar y defender nuestros principios y nuestros valores, no queremos ir a la contra de lo que los demás hacen o dicen, guardamos silencio cuando tendríamos que hablar o disimulamos aquello que hacemos para no diferenciarnos de lo que hay a nuestro alrededor. Es una gran debilidad que vivimos, es una cobardía en la que nos dejamos envolver, es una falta de auténtico testimonio que no llegamos a dar.

Actuando así, ¿cuáles son los frutos que esperamos recoger? Estamos dañando nuestro árbol cuando dejamos que se injerten en él púas diferentes a las que podrían fortalecer y mejorar nuestros frutos. Notamos cómo el sentido cristiano se va enfriando en nuestro entorno porque se van dejando de vivir los verdaderos valores evangélicos, vemos cómo incluso se enfría la participación en los actos religiosos que con tanta intensidad quizás vivimos en otros momentos, la gente que incluso sigue bautizando a sus hijos o quieren que hagan la primera comunión vemos cómo pronto dejan de participar en nuestras manifestaciones públicas de la fe y de la religión.

Tendríamos que preguntarnos aquellos que nos sentimos más comprometidos con nuestra fe si el testimonio que damos es verdaderamente auténtico ante el mundo que nos rodea; quizá también la frialdad esté enturbiando nuestras vidas y no ayudamos como deberíamos por nuestro testimonio que vuelva a reverdecer y florecer la fe de tanta gente sencilla que tenemos a nuestro alrededor y quizá necesita nuestro testimonio. ¿Estaremos haciendo producir los buenos frutos de un árbol bueno?

Son inquietudes que hemos de tener en nuestro corazón y que tendrían que hacer que nos preguntemos por la sinceridad de nuestra vida. ¿Nos estaremos dejando envolver por algunas vanidades? ¿Nos manifestamos con verdadera sinceridad?

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