La
fiesta del Corpus ha de ser un signo de que algo nuevo se puede realizar, de un
pan nuevo para nuestro mundo, cuando Cristo nos dice que le demos de comer
Génesis 14, 18-20; Sal 109; 1Corintios 11,
23-26; Lucas 9, 11b-17
De camino
cada cual para sus actividades se encuentran dos personas conocidas, que, vamos
a pensar así, hace tiempo que no se habían encontrado por las circunstancias
que sean, lo normal es que se detengan en su camino, se saluden, charlen, como
se suele decir, de los aconteceres de la vida, y pronto cada uno siga con su
camino. Pero allá se va una con cierto resentimiento en el corazón ‘porque
ni por mi madre me preguntó que está delicada de salud’ y bien que lo
sabía.
Y es que en
ese encuentro y en ese intercambio de saludos en una buena acogida mutua se
interesen los unos por los otros, salgan a relucir las preocupaciones que
llevamos dentro y, en esa referencia que hemos hecho, nos interesemos por la
salud de los familiares. En ese interés mutuo, aunque muchas veces no nos
resuelvan nuestros problemas, nuestra acogida mutua pasa por ese interesarnos
por lo que son las preocupaciones que llevamos dentro. Ya en el hecho de
sentirnos acogidos en esas preocupaciones salimos como con una fuerza nueva,
con una luz distinta para seguir el rumbo de nuestra vida.
Jesús llegó a
aquel descampado, donde en principio pensaba estar a solas con los discípulos,
a los que había invitado a ir para descansar un poco en ese encuentro amigable
que Jesús pretendía con ellos – será algo que de una forma o de otra le veremos
hacer en distintos momentos – se encontró con una multitud que le esperaba y
que hasta allí habían acudido porque querían estar con el Maestro, porque
llevaban en su corazón también muchos sufrimientos y muchos desalientos por lo
duro del camino de la vida, y a donde habían acudido también con sus enfermos y
discapacitados.
¿Qué hace
Jesús? ¿Se desentiende porque otra era la programación que llevaba en mente?
Jesús se queda con la gente, escucha sus llantos y sus sufrimientos, para todos
tendrá una palabra que ponga una nueva esperanza en sus corazones; dice el
evangelista que se puso a curar a los enfermos y a hablarles del Reino de Dios.
Es el corazón lleno de misericordia que siempre será acogedor, es el corazón
que se abre para regalarles su amor.
Y aquella muchedumbre está hambrienta porque largo ha sido el camino para llegar allí y en sus prisas por seguir a Jesús de pocas cosas se proveyeron para el camino. Los discípulos se preocupan y le dicen al Maestro que los despida para que vaya a los pueblos cercanos a buscar comida, pero Jesús les dice que le den ellos de comer. Entre la espada y la pared se encuentran porque todavía no han terminado de aprender la lección de Jesús. Y ya conocemos el conjunto del evangelio con aquellos pocos panes y peces que se ofrecen pero que Jesús repartirá para todos puedan comer en abundancia.
¿Será eso
mismo lo que Jesús sigue ofreciéndonos hoy, sigue ofreciendo a los hombres y
mujeres de todos los tiempos? ¿Será eso, por otra parte, lo que Jesús nos está
enseñando a la Iglesia qué es lo que tiene que hacer con los hombres de nuestro
tiempo? ¿Será ese el signo en el que hemos de convertirnos nosotros en medio de
nuestro mundo para vivir esas mismas actitudes, ese mismo actuar, esos mismos
valores de Jesús? ¿Dónde y cómo podremos encontrar esa imagen en la vida de la
Iglesia?
Cierto es que
es un evangelio que nos interpela, un evangelio en el que tenemos que
convertirnos para anunciar también esa buena noticia. Tenemos algo que ha de
ser imagen verdadera de lo que ahora estamos contemplando en este evangelio. Y
estoy hablando de la Eucaristía, precisamente en esta fiesta tan especial que
celebramos en este domingo del Corpus.
Es lo que
Jesús ha querido dejarnos en la Eucaristía, lo que tiene que ser en verdad
nuestra celebración. Ese momento en que nos encontramos y nos acogemos, ese
momento que nos sentimos acogidos por Cristo a quien acudimos con lo que es
nuestra vida, con sus luces y con sus sombras, con sus preocupaciones y con sus
esperanzas, con sus sufrimientos y sus angustias, pero que nos vamos a sentir
acogidos por Cristo, que nos recibe, nos escucha, nos ofrece algo nuevo y
distinto para nuestra vida, El mismo se hace nuestro alimento y nuestra fuerza.
Son los pasos
de toda celebración eucarística, que es mucho más que un rito que repetimos,
que tiene que ser un verdadero encuentro con el Señor y con los hermanos desde
lo que es nuestra vida. Es Cristo el que nos sale al encuentro, nos escucha,
nos habla, nos regala no un pan milagrosamente multiplicado sino el verdadero
Pan del Cielo que es su Cuerpo y su Sangre para llenarnos de vida, para
regalarnos su salvación.
Es lo que
tenemos que vivir con toda intensidad cada vez que celebramos la Eucaristía.
Cristo está aquí en medio de nosotros y se hace alimento y vida nuestra. Ese
Cristo que también nos envía – ‘darle vosotros de comer’, que le dijo a
los discípulos – para que vayamos a llevarle a ese mundo hambriento de algo
nuevo y distinto, aunque muchas veces no sepa bien qué es lo que busca. Es la misión
que pone en nuestras manos, es la tarea que nos encomienda. ¿Seremos así
acogedores con nuestro mundo como lo hizo Jesús en aquella ocasión?
Hoy nuestra
celebración salta las barreras de nuestros templos porque queremos salir con
Cristo Eucaristía por nuestras calles y plazas en una proclamación de nuestra
fe, de su presencia real y verdadera entre nosotros. Pero esa proclamación de
nuestra fe no se puede quedar en los signos y ritos que realicemos durante la procesión
que celebramos, sino que tiene que ser signo de algo más.
Con Cristo queremos salir nosotros también al encuentro de nuestro mundo; a ese mundo vamos a darle la señal de que Cristo está con nosotros, de que Cristo está también en medio de ese mundo con sus problemas, con sus guerras, con sus ambiciones, con sus vanidades, con sus sombras, con sus esperanzas muchas veces frustradas, pero que sin embargo no ha perdido la ilusión de que algo nuevo se puede realizar.
Pues sí,
hemos de ser signos de que algo nuevo se puede realizar, de que hay un pan
nuevo para ese mundo que nos rodea, de que nos dejemos iluminar por esa luz de
Cristo y veremos que nuestro mundo será mejor. Es nuestro compromiso y nuestra
tarea. Es lo que queremos manifestar hondamente con la procesión del Corpus que
celebramos. Esas alfombras y esos arcos y colgaduras que con tanta ilusión
realizamos para adornar nuestras calles al paso del Santísimo Sacramento sean
un signo de que podemos unirnos para realizar cosas hermosas para hacer nuestro
mundo mejor.
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