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lunes, 20 de junio de 2022

La claridad que necesitan nuestros ojos pasa por parecernos a Jesús que es manso y humilde de corazón porque así nuestra mirada será siempre límpida

 


La claridad que necesitan nuestros ojos pasa por parecernos a Jesús que es manso y humilde de corazón porque así nuestra mirada será siempre límpida

2Reyes 17, 5-8. 13-15a. 18; Sal 59; Mateo 7, 1-5

Hay ocasiones en que los ojos se nos irritan y la vista se nos nubla; nos cuesta percibir con claridad las cosas, como si una niebla se interpusiera entre nuestros ojos y la realidad que nos rodea; todo nos parece turbio, no llegamos a percibir con claridad y nitidez ni los colores ni los detalles de las cosas; no digamos cuando una catarata ha nublado esa lente de nuestros ojos que permitiría que las imágenes llegasen con claridad a nuestra retina.

Pero creo que todos entendéis que no estoy dando una sesión de oftalmología ni mi interés en este momento sea la higiene y el cuidado de los ojos. Hay otras miradas, hay otros nubarrones que se interponen en la relación de unos y otros, hay cosas que nos irritan el alma y que enturbian nuestra razón y nuestra voluntad. Y no lo vamos a buscar en agentes externos, sino que tenemos que mirarlo y descubrirlo dentro de nosotros mismos que nos llenamos de orgullos, que nos dejamos vencer por el amor propio, que permitimos que malquerencias nos dañen nuestro espíritu y en consecuencia nuestra forma de mirar a los que están a nuestro lado. Cuando nos falta la humildad entre los valores que cultivemos, cuando nos es la sencillez la que nos guía, cuando no es un amor verdadero la pauta de nuestro actuar, aparecen todas cosas que nos enturbian el alma, que nos enturbian nuestra mirada.

Es de lo que quiere prevenirnos hoy esta página del evangelio. Mateo reunió y les dio una visión de conjunto en lo que solemos llamar el sermón del monte, diversas enseñanzas de Jesús que probablemente en la realidad fueron surgiendo en esas diarias conversación de convivencia de Jesús con sus discípulos; en esos momentos se habla de todo, en esos momentos van apareciendo situaciones a las que hay que darle otro sentido y de ahí irían surgiendo esas enseñanzas de Jesús, que ahora Mateo nos reúne en estos discursos al pie de la montaña.

En la liturgia se nos van ofreciendo en pequeños párrafos que nos van sintetizando toda esa enseñanza de Jesús. La pedagogía de la liturgia tiene así una gran riqueza, porque nos hace reflexionar en cada momento en situaciones distintas que nos hacen mirar de una manera muy concreta lo que es nuestra vida. Como nos sucede hoy al hablarnos de alguna manera de esa mirada limpia que siempre hemos de tener de los demás. ¿Quiénes somos nosotros para hacer unos juicios de valor de lo que los otros hacen? ¿Es que acaso estamos en su interior para saber lo que realmente pasa en su corazón? Como nos viene a decir hoy Jesús, mejor nos miráramos a nosotros mismos antes de hacer un juicio de los demás.

‘No juzguéis, para que no seáis juzgados… nos dice Jesús. Y nos enseña a mirarnos primero a nosotros mismos antes de hacer un juicio de los demás. Suele suceder con mucha frecuencia que eso mismo que criticamos de los otros son situaciones por las que nosotros pasamos y de las que no sabemos cómo salir, aunque bien lo disimulamos. Y nos dice Jesús que la medida que usamos con los demás será la medida que usarán con nosotros, o contra nosotros.

Y terminará diciéndonos Jesús: ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo?’ Mirémonos a nosotros mismos y démonos cuenta de que no somos tan perfectos como queremos aparentar, o como queremos restregarle en las narices a los demás. Es nuestro orgullo que nos sube en pedestales; el amor propio y la soberbia que no nos deja reconocer lo que realmente somos, lo que hay en nosotros. Qué importante es la humildad, la sencillez de corazón; por eso nos dirá en otro momento que aprendamos de El que es manso y humilde de corazón. La claridad que necesitan nuestros ojos.

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