Juan
Bautista hoy nos ayuda a encontrar ese silencio y ese desierto para aprender a
rumiar los designios de Dios y la misión que nos quiere confiar hoy en medio de
nuestro mundo
Isaías 49, 1-6; Sal 138; Hechos 13, 22-26;
Lucas 1, 57-66. 80
Siempre
podemos encontrarnos con personas en la vida a las que realmente tendríamos que
llamar personajes porque por su manera de ser y de actuar, por el compromiso
con que viven su vida se convierten en algo así como un punto de referencia
para la sociedad. Siempre los recordamos, contamos sus hazañas y de alguna
manera los convertimos en iconos de nuestros pueblos o de los lugares donde
hayan desarrollado su tarea.
Tenían
siempre una palabra certera, sus palabras aunque en momentos parecieran duras
sin embargo sembraban inquietud en los corazones, por su manera de ser
despertaban esperanzas y de alguna manera en la historia de ese pueblo los años
de su existencia se convierten en eje de su propia historia con un antes y con
un después. Siempre se recordarán aunque quizá para algunos su presencia
resultara incómoda por lo que suscitaba y despertaba en el corazón, cosas que
no siempre estaríamos dispuestos a aceptar. Si fuéramos capaces de emplear un
lenguaje medianamente religioso diríamos que fueron como profetas en medio de
nuestros pueblos.
Hoy sí,
recordamos y celebramos, a uno de esos grandes personajes de la historia,
porque aun al paso no solo de los años sino de los siglos lo seguimos
recordando y celebrando. Nos referimos a Juan Bautista, que este año estamos
celebrando un día adelantado, por la coincidencia de otra fiesta litúrgica de
gran relevancia en la vida de la Iglesia que es la solemnidad del Sagrado
Corazón de Jesús que celebraremos el viernes y por lo que se hace este adelanto
de la fiesta de san Juan Bautista.
Ya se
preguntaban las gentes de su entorno, allá en las montañas de Judea, por cuanto
sucedió en torno a su nacimiento ‘¿Qué va a ser de este niño?’ Porque
como nos dirá el evangelista al írnoslo presentando ‘la mano de Dios estaba
con él’. Al celebrar su nacimiento estamos recordando todas aquellas
circunstancias que lo rodearon, pues sus padres eran mayores y no tenían
descendencia, el ángel del Señor que se le manifiesta a Zacarías en el templo a
la hora de la presentación del incienso, el haberse quedado mucho hasta el
nacimiento del niño por su resistencia a terminar de creer en las palabras del
ángel, y ahora el mismo nombre que se le va a imponer, que no entraba en la
propia tradición familiar.
Era un
elegido del Señor; un elegido del Señor con una misión muy concreta, preparar
los caminos del Señor. El venía como el profeta que iba a reunir a las tribus
dispersas de Israel, como habían anunciado también los profetas, y se iba a
convertir en profeta del Altísimo preparando los caminos del Señor. Un elegido
del Señor por cuantas manifestaciones de que la mano del Señor estaba con él,
pero que supo asumir su papel y por eso marcha al desierto viviendo en la
austeridad más total, para abrir su corazón a Dios y a la misión que le iba a
encomendar.
Las horas y los tiempos de desierto son tiempos para rumiar la presencia de Dios, para rumiar y terminar de descubrir lo que es la voluntad de Dios. Algunas veces nos parece como anecdótica esa manera de presentarse con tal austeridad, vestido con una piel de camello, alimentándose de saltamontes y miel silvestre como nos lo describen los evangelistas – ya algunos lo apuntarían para esas modas ecologistas que algunos pretenden vivir o hacer vivir – pero todo ello era un signo de algo profundo que se iba realizando en su corazón en su apertura a Dios y a descifrar la misión que Dios le encomendaba. Si llegaba a tener esa certeza y contundencia en sus palabras, aunque a algunos les parecieran duras, significaban sin embargo una profundidad de vida en el Espíritu para poder anunciar esa Palabra de Dios.
Hoy
escuchamos el mensaje del Bautista cuando también en nuestro corazón queremos
preparar los caminos del Señor y de manera especial litúrgicamente cuando nos
acercamos en el Adviento a la Navidad, al Nacimiento del Señor. Pero la figura
del Bautista que hoy también contemplamos sigue siendo en todo tiempo un
revulsivo a nuestras conciencias, pero también una lección de esos pasos tan
necesarios que tenemos que saber dar en la vida, para encontrar ese silencio, para
encontrar ese desierto donde aprendamos a rumiar los designios de Dios para
nuestra vida y la misión que el Señor también a nosotros nos quiere confiar hoy
en medio de nuestro mundo.
Ojalá
lleguemos a sentir también que la mano del Señor está con nosotros; ojalá
seamos capaces de dejar que el Espíritu del Señor nos dé un revolcón en nuestra
vida, como significó la presencia de María que llevaba ya a Dios en su seno
cuando la visita a la montaña de Judá y ya el niño saltaba también de alegría
en el seno de su madre Isabel, como ella reconoce. Silencios y austeridades
penitenciales, pero revolcones a lo divino serán los que en verdad nos
motivaran y harán que seamos capaces también hoy como profetas de ayudar a
nuestra generación a preparar en verdad los caminos del Señor.
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