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sábado, 2 de julio de 2022

Nos falta alegría en la Iglesia, a los cristianos, todavía andamos con remiendos, o con odres viejos, y tenemos que vestir y vivir el traje nuevo del hombre nuevo del Evangelio

 


Nos falta alegría en la Iglesia, a los cristianos, todavía andamos con remiendos, o con odres viejos, y tenemos que vestir y vivir el traje nuevo del hombre nuevo del Evangelio

Amós 9, 11-15; Sal 84; Mateo 9, 14-17

A veces somos más conservadores de lo que queremos reconocer. En los muchos sentidos de la palabra. Queremos mantenernos en lo de siempre, si además siempre nos ha ido bien, para qué vamos a cambiar nos decimos; miramos para detrás en la vida y en la historia y a veces nos parece que fueron tiempos mejores, y ojalá pudiéramos volver a aquellas cosas que eran tan bonitas; aunque nos decimos modernos y queremos ser muy prácticos en lo que tenemos, en nuestra manera de vestir o de plantearnos la imagen de la vida, soñamos con suntuosidades, volvemos a fórmulas de antes porque nos parecen tan solemnes o tan fantasiosas, hasta cuando nos queremos divertir en nuestras fiestas somos capaces de resucitar viejos estilos y prendas que en verdad recuerdan otros tiempos pero que nos parecen tan suntuosas; y estamos hablando de generalidades, de las cosas comunes que tenemos o hacemos en la vida, pero no entremos en nuestros ritos y experiencias de religiosidad donde seguimos tan cargados de tradiciones y de expresiones solemnes que hasta nos hacen derramar alguna lágrima de emoción.

Cuánto nos cuesta una renovación; cuánto nos cuesta llegar a encontrar una autenticidad en aquello que hacemos o que vivimos y no quedarnos en la apariencia de lo suntuoso; cuánto nos cuesta llegar a dar una profunda vitalidad a lo que hacemos dejándonos en verdad conducir por la fuerza e inspiración del Espíritu.

Fue lo que le costó a mucha gente de su tiempo el aceptar el mensaje de Jesús. Pero nos sigue sucediendo hoy como en todos los tiempos. Hoy vemos que van reclamándo a Jesús por qué sus discípulos no ayunan como lo hacían los discípulos de Juan o los discípulos de los fariseos. Pero Jesús les responde que cómo van a andar vestidos de luto los amigos del novio cuando están participando en su boda; si están en la fiesta de la boda, todo tendrá que ser alegría, no tienen por qué estar tristes.

¿Qué nos quiere decir Jesús? El nos está enseñando el sentido nuevo que tiene la vida desde la vivencia del Reino de Dios que nos anuncia y que se ha de instaurar; la relación con Dios ha de tener un sentido nuevo; no podemos seguir viviendo bajo los temores que se manifestaban en la religión en el Antiguo Testamento, donde llegar a tener una experiencia de la visión de Dios parecía como que se tenía que morir. No era la relación de los hijos con el padre, sino era la relación desde el temor, por eso siempre había que estar haciendo cosas como para aplacar a Dios.

Pero ha venido quien nos ha redimido, quien ha derramado su sangre entregándose por nosotros para que tengamos vida y salvación. Derramará su sangre Jesús, la Sangre de la nueva Alianza, la Sangre de la Alianza nueva y eterna para que obtengamos el perdón de nuestros pecados. No estaremos ahora haciendo méritos, porque ya ha habido uno que nos ha merecido el perdón y la paz para nuestros corazones. ¿Por qué envolver con colgaduras de tristeza todo lo que significa religión, relación con Dios?

¿No andaremos todavía nosotros en nuestras expresiones religiosas con ese tipo de colgaduras? ¿Vivimos en verdad la alegría de la fiesta en nuestras celebraciones cristianas y en todo lo que es la vida del cristiano? ¿Seguiremos aun con las colgaduras negras de la tristeza y del llanto? Os confieso algo que me llegó a lo hondo del corazón y me llenó de satisfacción grande; fue tras la celebración de unas primeras comuniones cuando un señor, que había sido invitado por una familia a dicha celebración, se me acercó y me dijo para felicitarme, ‘la celebración de la primera comunión de estos niños fue una verdadera fiesta, así lo estaban viviendo los niños y así lo he estado viviendo yo’, me decía.


Tenemos que reavivar nuestra fe y la vivencia de nuestro ser cristiano para vivirla con alegría, para llenarnos de alegría y con ella contagiar a cuantos nos rodean. Tenemos que desterrar esas colgaduras con las que queremos a veces expresar nuestras suntuosidades, para darle auténtico sentido a aquello que vivimos y que celebramos.
 

Nos falta alegría en la Iglesia, nos falta alegría a los cristianos. Todavía andamos con remiendos, o con odres viejos, y tenemos que vestir y vivir el traje nuevo del hombre nuevo del Evangelio, como termina diciéndonos hoy Jesús. ‘A vino nuevo, odres nuevos’. Por algo tenemos el Espíritu de Jesús con nosotros; dejémonos conducir por El.

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