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sábado, 25 de abril de 2020

Al mundo entero hemos de hacer el anuncio de la Buena Nueva con nuestras palabras y las señales de nuestro amor para despertar esperanza en un mundo que sufre sin la luz de la fe


Al mundo entero hemos de hacer el anuncio de la Buena Nueva con nuestras palabras y las señales de nuestro amor para despertar esperanza en un mundo que sufre sin la luz de la fe

1Pedro 5, 5b-14; Sal 88; Marcos 16, 15-20
Celebramos hoy la fiesta del Evangelista san Marcos. Autor del evangelio que lleva su nombre y el primero posiblemente de los evangelios escritos, aunque bien sabemos que tiene como fuente otro evangelio perdido que se suele señalar como la fuente ‘Q’, del que también como de una fuente bebieron Mateo y Lucas en la composición de sus evangelios.
Marcos probablemente fue aquel joven envuelto en una sábana y testigo del prendimiento de Jesús en el huerto que cuando tratan de apresarlo abandona la sábana y huye desnudo. Entra quizá entre aquellos parientes del Señor propietarios de la sala donde se habían reunido para la cena pascual y con alguna relación también con la propiedad de Getsemaní, el huerto y el molino de aceite, donde Jesús se retiraba a orar y donde fue el prendimiento. Le veremos acompañando a Saulo y Bernabé en el primer viaje apostólico hasta que se decidió no seguir y volver a Jerusalén como más tarde Pablo hablará de él en sus cartas y también el apóstol Pedro que le llama su hijo.
Pero centrémonos en el mensaje que se nos ofrece en su fiesta desde la Palabra de Dios proclamada. Precisamente el evangelio es el final del evangelio de Marcos en esa brevedad que nos habla este evangelio de los acontecimientos de la resurrección de Jesús y hoy en concreto es el envío que Jesús hace a sus discípulos para que vayan al mundo entero a proclamar esta Buena Nueva, este evangelio de salvación. Y fijémonos en el detalle que nos habla de que a los crean les acompañan distintos signos como para corroborar el mensaje del evangelio.
‘ld al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y sea bautizado se salvará; el que no crea será condenado. A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos’.
Un mensaje que sigue resonando hoy en nuestras conciencias recibiendo de Jesús el mandato de proclamar el Evangelio en el mundo entero, a toda la creación. Hoy resuenan fuertes estas palabras de Jesús porque nuestro mundo de hoy necesita también escuchar esa Buena Nueva. Aunque vivamos en lugares que llamamos de vieja cristiandad no podemos dar por sentado que el evangelio es conocido por todos. Es más hemos de reconocer que incluso los bautizados necesitamos de una nueva re-evangelización, porque esa luz del evangelio no está en verdad iluminando a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, aunque muchos hayamos sido bautizados y llevemos el nombre de cristianos.
Y no es tarea fácil sobre todo cuando nos encontramos a la gente que viene de vuelta en esta era post-cristiana que vivimos. No hace falta ir muy lejos sino ahí en el ambiente de nuestros pueblos, con la gente que nos rodea allí donde vivimos vemos como nos les dice nada a una gran mayoría el mensaje del evangelio y es más se hacen sus propias interpretaciones porque se creen conocerlo todo mientras las actitudes, las posturas, los comportamientos, los compromisos de vida están muy lejos de los valores del evangelio.
Nos encontramos ya incluso que en una cultura que tendríamos que decir cristiana por todos los elementos que dicha cultura tendrían como base un cristianismo teóricamente anclado en el pueblo desde siglos, grandes desconocimientos no solo de los textos del evangelio sino incluso de elementos de la Iglesia que tendrían que ser conocidos por todos. Mucha gente que ha pasado por nuestras catequesis, por la recepción de los sacramentos, por una pertenencia o cercanía de la Iglesia, ahora viven alejados de todo lo que suene a religión o a cristiano o a Iglesia cuando no en clara guerra y oposición. ¿Qué habremos hecho? ¿Dónde ha estado de verdad ese anuncio del evangelio? ¿Ha impregnado el evangelio la vida de nuestra sociedad? Es triste y duro reconocerlo.
Y como nos decía el evangelio tendríamos que acompañar nuestra vida y nuestra predicación con señales y señales que pueda ver y reconocer ese mundo donde tenemos que hacer su anuncio. Señales que son algo más que unos ritos que realicemos; señales que tienen que expresarse desde el compromiso de nuestras vidas en el amor y en la solidaridad, en el trabajo por la justicia y por la paz de ese mundo en el que vivimos.
Señales claras que despierten la esperanza en un mundo lleno de dolor y de sufrimientos de toda clase. Y pensemos en las circunstancias concretas que ahora mismo estamos viviendo que para muchos es una nube muy negra de la que no se sabe como salir. Nuestro mundo hoy necesita renovar la esperanza y todos tenemos un evangelio que anunciar que siembra la verdadera esperanza en los corazones. Con nuestro amor y con nuestro compromiso tenemos que ser en verdad sembradores de esperanza, porque nuestra esperanza de salvación la tenemos puesta en Jesús, nuestro único salvador. Es el anuncio claro y valiente que tenemos que hacer.

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