Hacemos camino cada uno con sus circunstancias y sus
expectativas, con sus propias experiencias y sus sueños y Jesús viene a nuestro
encuentro como a los de Emaús
Hechos 2, 14. 22-33; Sal 15; 1Pedro 1,
17-21; Lucas 24, 13-35
Hacer camino. Es la
vida. Es una imagen con la que definimos tantas veces nuestra existencia.
Caminamos hacia algo, en búsqueda de algo, en búsqueda de alguien, en búsqueda
quizá de nosotros mismos. Hacemos camino y no siempre es fácil. Perdemos el
rumbo distraídos en otras cosas en ocasiones; nos desilusionamos y nos
cansamos; también está lleno de alegrías; lo hacemos con mucha esperanza;
miramos a los que caminan a nuestro lado y nos pueden servir de estimulo y
ejemplo, aunque también nos pueden desorientar y confundir; tenemos que hacerlo
por nosotros mismos, pero al mismo tiempo contamos con alguien que camine a
nuestro lado, nos estimule y nos aliente, nos ayude a encontrar rumbos para
alcanzar las metas. Muchas cosas podemos decir del camino; muchas experiencias
podríamos contar; muchos recuerdos que nos hacen recapacitar y también ver el
camino andado.
Es una imagen que
vemos repetida en el evangelio. Jesús caminaba de un lado para otro para hacer
el anuncio del Reino; al borde de los caminos se detenía junto a los que
sufrían o nos invitaba a subir, a realizar el esfuerzo aunque fuera grande,
como subir a la montaña, o subir a Jerusalén sabiendo lo que allí se iba a
encontrar; Jesús hace camino y al mismo tiempo es camino; Jesús es pascua
porque es paso de Dios, que es paso de amor aunque el amor duela pero en el que
al final encontraremos plenitud. Jesús invita a caminar con El, a seguirle
aunque sus pasos sean exigentes, aunque signifique cargar con una cruz, aunque
tengamos que olvidarnos de nosotros mismos. Algunas veces el camino de Jesús
parece que se hace oscuro porque hay dolor, porque hay silencios, porque hay
esperas que se hacen largas, porque tenemos que tener la lámpara encendida con
suficiente aceite y eso cuesta porque hay que cuidarla para que los vientos no
la apaguen.
Hoy nos encontramos en
el evangelio con unos discípulos que están haciendo camino y que se les está
haciendo difícil; ha sido duro el trago amargo por el que han pasado con la
entrega de Jesús que quizá ellos miraban más como una traición o como la maldad
de quien quería la muerte de Jesús. Aunque Jesús tantas veces había explicado
que subía a Jerusalén pero era El quien se entregaba, no terminaban de
comprenderlo. Aquello fue un escándalo que les costaba mucho tragar. Porque
para ello Jesús estaba en el sepulcro donde lo habían depositado el viernes en
la tarde, aunque las mujeres vinieran diciendo que no estaba el cuerpo de Jesús
allí o de unas apariciones que les decían que estaba vivo; pero ellos no le habían
visto. Caminaban tristes, desilusionados, con mucha frustración en su espíritu;
se volvían a casa.
Alguien se pone a
caminar con ellos haciendo su mismo camino y a quien le cuentan sus zozobras y
sus desilusiones. Nosotros pensábamos, decían, pero ahora parece que ya no
piensan igual. Nosotros esperábamos, comentan, pero ahora parece que todo se ha
venido abajo. Ya les cuesta mirarlo como un profeta grande en obras y palabras
y como el futuro liberador de Israel. Para ellos todo es oscuro, de manera que
no entienden que quien va con ellos no sepa nada de lo que ha sucedido en
Jerusalén aquellos días. ¿Eres tú el único que no sabes lo que ha pasado?
Pero, ¿quiénes serán en verdad los que no se enteran de nada?
‘¡Qué
necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario
que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria?’ Tendrán que escuchar con
humildad el reproche del caminante. ¿Quién tiene que reprochar a quién? Y comenzará
a hablarles, y a explicarles las Escrituras; y su corazón comenzaba a arder de
una manera especial y distinta; y la cerrazón de sus mentes y de su corazón se
va abriendo; y comenzarán a pensar menos en ellos mismos y más en los demás
mostrando ya preocupación por el caminante.
‘Quédate con nosotros, se hace tarde…’
le rogaban abriendo las puertas no solo de su casa sino también de su corazón.
Y lo que tenían lo compartían; si antes habían compartido sus penas y sus
angustias ahora comenzaron a compartir la generosidad de su amor. Se sentaron a
la mesa para compartir lo que tenían. Y fue entonces cuando al partir el pan lo
reconocieron. Es el Señor. Y ya no importaba que se hiciera de noche sino que
partieron de nuevo para Jerusalén para contar cuanto les había sucedido. No podían
quedarse en casa a pesar de los peligros de los caminos en la noche. El camino
merecía la pena recorrerlo.
Hacemos
camino, como decíamos al principio, cada uno con sus circunstancias y sus
expectativas, con nuestras propias experiencias y con nuestros sueños. Caminos
que también se nos pueden volver difíciles o hacérsenos oscuros, caminos que
nos piden esfuerzo y en los que hemos de tener claro hacia donde vamos, caminos
en los que a veces nos sentimos frustrados o en los que en alguna ocasión se
nos pueden apagar los sueños. Como los discípulos de Emaús.
Pero a
nosotros también viene a nuestro encuentro, para caminar a nuestro paso el
Señor que se nos puede manifestar de mil maneras, a través de distintos
acontecimientos, o también en los que caminan a nuestro lado aunque nos parezca
que van a lo suyo. Siempre puede aparecer una luz, que tenemos que saber
descubrir. Pero tenemos que saber descubrir al Señor que va a nuestro paso,
escucharlo, sentir ese ardor en el corazón o esas palomitas en el estómago.
Seguimos
viviendo la Pascua, el paso del Señor en este año tan especial, con estas
circunstancias tan especiales. No podremos ir a celebrar la Fracción del Pan
pero sí estamos seguros que El está ahí partiendo el pan para nosotros. Su
alimento de vida no nos faltará. Que sintamos esa hambre de Dios y le
escuchemos; que sintamos esa hambre de Dios y nos preparemos para el momento en
que podamos volver a celebrar la Fracción del Pan; ahora al menos
espiritualmente nos unimos a El y nos unimos con toda la Iglesia.
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