Se nos atragantan también las palabras de Jesús cuando nos
habla de comerle con todo lo que significa de creer en El y aceptar y hacer
vida todo su mensaje
Hechos
9, 31-42; Sal 115; Juan 6, 60-69
A veces oímos solo lo
que queremos oír. Pudiera parecernos algo incongruente, pero si nos analizamos
bien es lo que nos es más fácil hacer. Nos gusta lo que nos resulte agradable,
y no son solo palabras bonitas de un momento, sino que de alguna manera nos
gusta escuchar promesas de futuro mejor, de algo que nos haga la vida fácil y
cómoda, y que las exigencias sean mínimas. Si nos paramos a pensar un poco es
lo que nos hacen los populistas que se quieren ganar al pueblo con vanas
palabras e ilusiones, encantando los oídos de los que escuchan con promesas de
algo mejor, pero que cuando esos dirigentes tienen el poder en su mano los que
realmente van a tener una vida mejor son ellos mismos, porque de las promesas
al pueblo se olvidan pronto y harán totalmente lo contrario. Estamos cansados
de cosas así, aunque algunas veces no aprendemos y seguimos entusiasmándonos
con esos sueños que trataran de alentar y fomentar para que al final no
lleguemos a ninguna parte.
Por eso a veces no
escuchamos sino lo que queremos oír, como decíamos, pero cuando se presenta
alguien que es cierto que despierta esperanzas por su cercanía o su manera de
actuar, porque las palabras en verdad tienen profundidad que abre a caminos
nuevos, pero que no oculta las exigencias, la respuesta responsable que hemos
de dar, el cambio que tendríamos que dar en lo más hondo de nosotros mismos
porque no nos podemos quedar ni con remiendos ni con apariencias, eso ya no nos
gusta tanto y fácilmente nos vamos quedando en el camino, porque nos puede
parecer un camino exigente.
Tendríamos que revisar
nuestra manera de dar respuesta a lo que nos pide el evangelio y ver si en
verdad llegamos a comprender el mensaje nuevo que nos ofrece y si llegamos a
tener la apertura suficiente en nuestro corazón para acoger esa palabra radical
del evangelio y somos capaces de poner en camino sin temores ni desconfianzas.
Y es que muchas veces nos hacemos nuestros acomodos, nuestros arreglos e
interpretaciones, para matizar, para suavizar porque nos decimos que con
exigencias lo que vamos a hacer es espantar la gente. Pero nuestros acomodos y
arreglos a la larga son un engaño que nos hacemos y con lo que podemos también
dañar a los demás.
Hemos venido
escuchando esta semana en el evangelio lo que solemos llamar el discurso del
pan de vida de Jesús en la sinagoga de Cafarnaún. En la tarde anterior habían
querido hacer rey a Jesús cuando milagrosamente multiplicó el pan para que
todos comieran. En la mañana se habían venido hasta Cafarnaún buscando a Jesús
que les plantea el por qué le siguen. En el fondo por el milagro del pan comido
en el desierto, que les recuerda el maná que habían comido sus padres y que le
había dado Moisés en el camino hacia la tierra prometida. Jesús les habla ahora
del verdadero pan bajado del cielo que les dará vida para siempre. Aunque le
piden que les dé siempre de ese pan, cuando Jesús les dice que El mismo es ese
pan y que hay que comerle a El, con lo que eso significa y representa, y que su
carne es verdadera comida y quien la coma resucitará el ultimo día, las
palabras se les vuelven duras para sus oídos y sus corazones y comienzan a
desfilar abandonando a Jesús.
‘Dura es esta
doctrina’, se dicen
unos a otros. Y es algo más que el hecho de comer la carne de Jesús y beber su
sangre lo que realmente se les atraganta. Comer a Jesús significa aceptarle en todas
sus consecuencias; comer a Jesús es recoger todo aquello que Jesús les dice del
amor y del perdón, de la verdadera paz y del autentico culto al Señor y
convertirlo en ser de su vida. Mucho tendrían que cambiar sus corazones, y esos
cambios cuestan. Arreglitos y remiendos nos podemos hacer, pero darle la vuelta
a la vida en su totalidad y en su radicalidad es algo mucho más exigente.
¡Ojo! Que eso nos
sucede a nosotros también. Veamos, si no, la superficialidad con que vivimos el
seguimiento de Jesús, los arreglitos y componendas que nos queremos hacer
tantas veces. Y cuando se nos presenta el evangelio en toda su radicalidad ya
estamos diciendo que no son necesarias tantas exigencias, que total siempre
hemos vivido así, para qué vamos a cambiar, y pensemos cuantas cosas en este
estilo nos decimos o pensamos tantas veces. La exigencia y radicalidad del
evangelio no nos gusta, queremos un cristianismo cómodo de cumplir unas cuantas
normas que no nos compliquen la vida y así queremos seguir viviendo.
¿Seremos capaces de
decir con verdad como Pedro respondió hoy a Jesús cuando les dijo que si ellos
querían marcharse también? ‘Señor, ¿a quién vamos
a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú
eres el Santo de Dios’. Pero, ¡ojo!, que
esto tiene que ser algo más que palabras.
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