Comer a Cristo es algo más que un rito porque es entrar en
profunda comunión con El, su vida es nuestra vida, sus valores del Reino son
nuestros valores
Hechos 7, 51 — 8, 1ª; Sal 30; Juan 6, 30-35
Yo no comulgo con
ruedas de molino es
una expresión que solemos emplear cuando queremos decir que no nos tragamos lo
que nos están diciendo. Fijémonos que empleamos esa expresión de comulgar en el
sentido de comer pero no en referencia a comidas sino más en referencia a
ideas. No tragamos a alguien decimos cuando una persona no nos gusta, se nos
hace insoportable, la rechazamos por su manera de ser o de actuar; no queremos
tener parte con esa persona, no queremos incluso que ni nos vean en su compañía
tan rechazable se nos hace esa persona.
Algunas veces tenemos
expresiones en la vida, en nuestras palabras o nuestra manera de pensar que las
utilizamos para unas cosas pero cuando de manera similar se nos presentan para
decirnos otra cosa ya no solemos emplearlas o les damos otro sentido. Creo que
esto que venimos diciendo nos puede ayudar a comprender en todo su sentido lo
que Jesús quiere hoy trasmitirnos.
Ha comenzado Jesús haciéndoles
recapacitar sobre el por qué le buscan y ahora quiere dar un paso más y nos
dice que El es el pan venido del cielo y que el que le coma tendrá vida para
siempre. Al oír hablar del pan bajado del cielo los judíos recuerdan episodios
de su historia como fue su peregrinar por el desierto y aquel maná, pan del
cielo, que Moisés les ofrecía para alimentarse en el duro camino que iban haciendo.
En contraposición a lo que Jesús les está diciendo ellos le recuerdan que fue
Moisés el que les dio pan del cielo en el desierto, el maná. Pero Jesús les
dice que no, que es Dios el que les da el verdadero pan del cielo cuando ha
enviado a su Hijo y que hemos de comerle para que tengamos vida para siempre.
Así como de inmediato
pensamos en la Eucaristía, y es cierto que todo este discurso de Jesús en la
sinagoga de Cafarnaún es un anuncio de la Eucaristía. Pero ahora Jesús quiere
decirles algo distinto, algo más. Tenemos que comerle a El, ¿y qué significa
que tenemos que comerle a El si queremos tener vida? Pues pensémoslo en el
sentido de lo que hemos dicho cuando hemos comenzado esta reflexión.
Comerle a El es
aceptarle, es decirle Sí con toda la vida, es sentirnos en comunión con El
porque sus palabras, su vida queremos hacerla vida nuestra. No es solo, pues,
la materialidad de ir a la comunión, a comer el pan eucarístico para decir que
estamos unidos a El, sino que antes hemos de aceptarle, hacer de su palabra y
de su vida nuestra vida, es comerle a El.
Para nosotros no tiene
que haber otro criterio que el sentido y los valores de Jesús; para nosotros no
hay otro vivir sino tener los mismos sentimientos de Cristo Jesús como nos dirá
el apóstol en sus cartas; para nosotros no hay otra forma de vivir si no es en
el mismo amor, en el mismo sentido de entrega que vivió Jesús; para nosotros no
hay otra forma de vivir con los demás sino viendo en ellos a Jesús, por aquello
que nos dice de que cuando hagamos al hermano se lo estamos haciendo a El.
Es así como tenemos
que comer a Cristo. Y esto no es simplemente un rito. Comer a Cristo es una
postura, una exigencia, un nuevo estilo y sentido de vivir. Comer a Cristo es
meternos en lo más hondo de Cristo y de su evangelio para hacerlo vida nuestra.
Comer a Cristo es hacernos nosotros otro Cristo que para eso hemos sido ungidos
para ser con Cristo Sacerdotes, Profetas y Reyes.
Esa es la verdadera
comunión que luego la expresaremos de forma sacramental cuando comiendo el pan Eucarístico
decimos que es el mismo Cristo el que comemos, que es su Cuerpo y que es su
Sangre. Pero esta comunión eucarística no tendría verdadero sentido si no hay
antes esa otra comunión profunda con Cristo comiendo a Cristo en nuestra vida.
Eso es comulgar, comer a Cristo.
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