Como
un torrente brota de labios de Jesús el mensaje del pan de vida que es su carne
para la vida del mundo y nos entusiasma en el deseo de comerle para tener vida
eterna
Hechos 8, 26-40; Sal 65; Juan 6, 44-51
Hoy momentos en que queremos decir
tantas que parece que las palabras y las ideas se chocan las unas con las otras
queriendo como brotar todo al mismo tiempo y da la impresión que salen de
nosotros como a borbotones, entremezclándose ideas y pensamientos que luego
tenemos que de alguna manera poner en orden para llegar a su mejor comprensión.
Nos sucede cuando estamos escribiendo y aquello de lo que hablamos nos gusta y
nos satisface por dentro y parece como que nos entusiasmamos y surge todo como
un torrente; le sucede al orador entusiasmado con las ideas de su discurso que
por querer decir tanto hasta hay el peligro de que en el mismo, en sus palabras
surja la confusión y desorden que luego habrá que ordenar.
Así es hoy Jesús en aquel discurso que
llamamos así de la sinagoga de Cafarnaún, el discurso del pan de vida. Es
hermosa y entusiasmante la revelación que Jesús nos está haciendo, nos habla de
creer en El y de vida eterna, nos habla del regalo del Padre que nos envía y
que a nosotros también nos llama; nos habla de la vida eterna y de la resurrección,
nos habla del pan de vida que El nos da, porque El mismo es el Pan de Vida y
que lo que quiere es que lo comamos para que podamos tener vida eterna. Como
decíamos, son muchas las cosas que en un momento Jesús quiere revelarnos.
Ha venido diciéndonos que tenemos que
comerle y comerle es aceptarle y creer desde lo más profundo en su Palabra y
entonces todo aquello que El nos dice, que nos plantea como sentido de vida
hemos de comerlo, asimilarlo profundamente en nosotros para hacerlo nuestro,
para hacerlo vida nuestra. Hoy nos dice que El mismo es ese Pan de vida que
hemos de comer; ya nos dirá luego que es su carne y que es su sangre que
tenemos que comer y que beber para que podamos tener vida eterna.
Así Jesús que es nuestra luz, el
sentido profundo de nuestra existencia, se convierte también en comida. Se
contrapone aquí de alguna manera aquel maná que sus antepasados comieron en el
desierto, porque aunque lo llamaban pan del cielo, su finalidad era solo
alimentar los cuerpos para el camino de peregrinación que hacían por el
desierto; que no solo era ese como pan que alimentaba sus cuerpos, sino que en
él estaban viendo el poder y la acción de Dios que les alentaba en su caminar.
Pero ahora cuando nos habla del pan de
vida que es su carne para vida del mundo está queriendo decirnos algo más. no
vamos a comer ese pan de vida como un alimento corporal, sino como ese alimento
profundo que hemos de sentir dentro de nosotros y que nos llena de la verdadera
vida, que nos hace sentirnos unidos desde lo más profundo a Cristo para así
sentirnos llenos de su Espíritu. Es Dios mismo que nos inunda nuestra vida y
nos llena de vida nueva, porque nos llena de la vida de Dios. Es Dios mismo que
va a habitar en nosotros y que nos conducirá a la vida eterna. Por eso nos dice
Jesús que a quien cree en El lo va a resucitar en el último día.
Una unión real y verdadera con Dios
porque real y verdaderamente está Dios en el pan de la Eucaristía pero que es
mucho más porque es una unión mística y profundamente espiritual de la única
manera como podemos llenarnos de Dios. Cuánto tenemos que reflexionar sobre el
pan de vida, sobre la Eucaristía y no terminaremos nunca de llegar a comprender
todo ese misterio del amor de Dios que así en Cristo Jesús se nos da.
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