Descubramos la maravilla de la Eucaristía, porque comemos a
Cristo para vivir en El, comemos a Cristo para que El viva en nosotros
Hechos 9, 1-20; Sal 116; Juan 6, 52-59
Se suele decir que la
casa es imagen de aquel que la vive, pero también que uno es imagen de la
vivienda en la que habita. Claro que no se trata de un vivir de forma
esporádica en unos determinados momentos o como de paso en aquel lugar, sino
que se trata de ese habitar en una vivienda donde vamos dejando nuestra
impronta, nuestros gustos o nuestras apetencias que los dejamos marcados en
aquellas cosas de las que nos valemos y que poco a poco se van convirtiendo en
el hábitat de aquel lugar. Es algo más que un olor o un adorno que coloquemos,
aunque eso marca también la impronta del lugar o la huella que nosotros dejamos
en él. No es una cosa superficial, es algo profundo que deja huella en nosotros
o nosotros dejamos huella en aquel lugar, repito, que habitamos.
¿Por qué me hago estas
consideraciones que a alguno le podrían parecer elucubraciones o fantasías?
Porque de eso nos está hablando Jesús de lo que va a significar verdaderamente
nuestra vida cristiana. Decimos que cristiano es el discípulo de Cristo, y en
la palabra discípulo solemos entender el que sigue a Cristo, el que sigue el
mismo camino de Cristo. Está bien la definición y quien soy yo para enmendarla,
pero sí creo que tendríamos que profundizar un poco más en esa consideración de
lo que significa ser cristiano.
Muchas veces lo hemos
entendido como el que imita a Cristo, copia en él las actitudes o los valores
de Cristo, la manera de actuar y de vivir de Cristo. Está bien, pero creo que
es mucho más. No se trata solo de una imitación, porque imita el cómico o el
personaje de la farándula y a la hora de la representación le vemos como
revestido de ese personaje; luego se quitará esas vestiduras o esos afeites con
los que quiso caracterizar al personaje, y él será el mismo que era antes de
aquella representación. Pero seguir a Jesús para ser cristiano no es eso, no es
una representación, una careta o unas vestiduras que nos ponemos para
parecernos, pero luego seguimos siendo los mismos. El llegar a copiar a Cristo
es el llegar a vivir su misma vida.
Por eso nos puede
valer lo que decíamos al principio. Porque ser cristiano es dejar que Cristo
habite en nosotros y nosotros habitemos en El. Si así habitamos en Cristo y
Cristo habita en nosotros es que ya no es nuestra vida sino la de Cristo. Es
que vamos a ser imagen de Cristo que habita en nosotros por esa nueva forma de
vivir, de actuar, de amar. Y a esto nos tiene que llevar la Eucaristía. Comemos
a Cristo para vivir en El, comemos a Cristo para que El viva en nosotros.
Es lo que nos está
diciendo hoy Jesús cuando nos habla del pan de vida que hemos de comer y que es
su propia carne, su propia cuerpo. No vamos a entretenernos en la reacción de
los judíos de Cafarnaún que no entendían como se podía comer la carne de
Cristo. Es lo más que nos dice Jesús hoy. ‘El que come mi carne y bebe mi
sangre habita en mi y yo habito en él’. Y continuará diciéndonos: ‘Como el Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el
Padre, así, del mismo modo, el que me come vivirá por mí’. Habitar en Cristo y que Cristo habite en nosotros. O como
nos dirá en la última cena ‘el que me ama guardará mi Palabra y mi Padre lo
amará y vendremos y habitaremos en él’.
Seguir a
Cristo, pues, es vivir por Cristo, es vivir en Cristo, es dejarnos inhabitar
por Cristo. ‘El que me come vivirá por mí’, nos dice. Somos imagen de
Cristo, porque es a El a quien vivimos, quien vive en nosotros y eso tiene que
reflejarse en nuestro vivir. No son ya nuestras obras, sino las obras de
Cristo. ¡Qué distinta tiene que ser nuestra vida!
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