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lunes, 27 de abril de 2020

Tenemos que ansiar y desear no lo que nos dé satisfacciones pasajeras sino lo que en verdad engrandece a la persona y la hace trascender de si misma con ansias de plenitud


Tenemos que ansiar y desear no lo que nos dé satisfacciones pasajeras sino lo que en verdad engrandece a la persona y la hace trascender de si misma con ansias de plenitud

Hechos 6, 8-15; Sal 118; Juan 6, 22-29
Tenemos que reconocer que damos la impresión que lo único que nos mueve son los intereses materiales y en muchas ocasiones es por lo que nos partimos el alma, lo que único que nos mueve quizá a grandes esfuerzos o incluso sacrificios con tal de contar con aquello que deseamos. Pero lo que ansiamos y deseamos la mayoría de la veces son cosas materiales, intereses terrenos, cosas que puedan darnos poder en lo económico o lo material para, decimos, vivir mejor. Y cuando nos sentimos interesados por algo que se relacione mucho con nosotros nuestro interés está en la salud y el bienestar para evitar cualquier tipo de sufrimiento.
Por ese camino ¿van nuestros valores? ¿Habrá algo más elevado y mas noble que entre dentro de nuestros intereses y que verdaderamente deseemos? Quizás al detenernos a pensar un poquito en estas cosas nos damos cuenta de que algo más o mejor tendríamos que buscar, pero puede ser el pensamiento de un momento y no llegue a ser una motivación profunda en nosotros. Creo que tendríamos que pararnos a pensar más en estas cosas, en cuáles son esos intereses profundos de la vida que no elevarían a otros niveles.
Yo me atrevería a decir que es lo que Jesús quiere suscitar en aquellos que le siguen. Muchas veces parece que solo les interesa la salud, porque continuamente vemos a los enfermos que acuden a El o que familiares y amigos portan para que lleguen a Jesús; o son las peticiones, en cierto modo, solemnes que algunos le hacen cuando quieren que cure a su criado enfermo como el caso del centurión romano, o sane a la hija que está en las últimas en el caso de Jairo, el jefe de la sinagoga.
Hoy contemplamos a una multitud de personas que vienen a buscar a Jesús. Lo perdieron de vista la tarde anterior cuando comieron allá en el descampado el pan milagrosamente multiplicado y entonces en su entusiasmo hasta querían hacerlo rey. Pensemos en el concepto antiguo de que el rey era como el padre del pueblo y el que se acogía a un buen rey podía tener asegurado su sustento entrando a su servicio. ¿Qué mejor rey que aquel que le había dado de comer en abundancia allá en el desierto?
A la mañana siguiente viendo que no estaba allí, que incluso los discípulos cercanos se habían desaparecido desde la tarde anterior porque en una barca se habían venido a Cafarnaún, allí acuden también en búsqueda de Jesús. Pasamos por algo lo que la totalidad quizás de la gente no conocería que fue el caminar de Jesús sobre las aguas en la noche para llegarse hasta la barca de los discípulos que remaban con dificultad rumbo a Cafarnaún. ‘Maestro, ¿Cuándo has venido aquí?’ es la pregunta que les surge al encontrarse con Jesús en Cafarnaún.
Y es cuando Jesús quiere hacerlos recapacitar. ¿Por qué le buscan? ¿Solo porque cura a sus enfermos o porque en la tarde anterior les había dado gratuitamente pan hasta hartarse? Buscad otro alimento, les viene a decir Jesús. ‘Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre; pues a este lo ha sellado el Padre, Dios’.
Hay algo distinto que bien merece la pena. Tenemos que elevar nuestra mente y nuestro espíritu para no quedarnos a ras de tierra pensando solo en las cosas materiales. La vida del hombre, la vida de la persona es algo más que lo material que nos traemos entre manos. Hay otros valores, hay otras cosas que engrandecen a la persona, hay algo mejor que embellece la vida, hay algo que nos eleva nuestro espíritu y nos abre a otra trascendencia, hay algo que nos hace mirar más allá de nuestro propio ombligo, de nuestro propio yo para abrirnos al otro, para enriquecernos mutuamente, para lograr una hermosa convivencia en la que resplandezca la paz y el amor, para abrir por supuesto a Dios.
Cuántas veces vivimos obsesionados en nuestro trabajo, en tener unas ganancias y unos dineros que nos obcecamos y nos embrutece; no sabemos encontrar tiempo ni para nosotros mismos, para cultivar nuestro espíritu, para pararnos a pensar, para buscar ese sentido espiritual de la persona. Sabemos contar quizá unos dineros que nos llevamos al bolsillo pero no sabemos admirar la belleza de lo que nos rodea; no somos capaces de leer dos páginas seguidas de algo que nos ayude a pensar; no queremos ni deseamos conocer y aprender otras cosas y hasta lo que forma parte de la cultura de nuestro pueblo, que hemos heredado de nuestros mayores, lo olvidamos o nos desentendemos de ello porque hasta lo consideraríamos una pérdida de tiempo. Y eso pasa en nuestro entorno y nos puede pasar a nosotros también.
Cuando la gente hoy le pregunta en el evangelio qué es lo que tienen que hacer Jesús le dice que la obra de Dios es que crean en el que El ha enviado. En el camino de esas cosas en las que hemos venido reflexionando hoy, ¿qué lugar ocupa nuestra fe en Jesús?

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