No olvidemos que por el Espíritu hemos nacido para una vida
nueva pero descubramos esas ráfagas de luz y esperanza de la acción del Espíritu
en el mundo que nos rodea
Hechos de los apóstoles 4, 23-31; Sal 2;
Juan 3, 1-8
Pero, mira qué
cambiado está, decimos para referirnos a alguien que le ha dado la vuelta a su
vida, que ha cambiado algunas de sus costumbres, que ha sabido asumir
responsabilidades y que le vemos que toma las cosas en serio. Nos admiramos de
su cambio, nos alegramos con las nuevas actitudes y posturas que ahora sabe
tomar, y nos sentimos gozosos de que quien parecía una bala perdida ha sabido
corregir cosas, reformar costumbres, actuar ahora de una forma nueva y con
mayor responsabilidad. Son cambios que afectan, es cierto, a la persona, que
mejoran su vida.
De algo así, pero con
una mayor profundidad y radicalidad es lo que Jesús la habla a Nicodemo. Era un
magistrado judío, perteneciente incluso al sanedrín de los ancianos, del grupo
de los fariseos, pero un hombre que con sinceridad quería buscar a Dios. Habría
oído hablar de Jesús, habría observado las cosas que Jesús hacía y sentía que Jesús
no era un maestro cualquiera, era un hombre de Dios, y sentía que Dios tenía
que estar con El por las cosas que hacía. Así se lo manifiesta incluso a Jesús
mismo cuando aquella noche fue a ver a Jesús.
Un hombre que buscaba
a Dios pero que aun andaba envuelto en tinieblas; es significativo que fuera de
noche a ver a Jesús. Lo justificamos con explicaciones de que quizá por su
posición en medio de los judíos no quería que supiesen que había ido a ver a Jesús.
Pero es también el síntoma de quien busca, pero aun no ha encontrado la luz.
Como andamos también en ocasiones nosotros con nuestras dudas y con nuestros
miedos, con nuestras cobardías para dar la cara por nuestra fe, y por tantos
disimulos como andamos tantas veces en la vida. Necesitamos encontrar la luz,
necesitamos que se realice de verdad en nosotros lo que vemos hoy que nos
plantea Jesús.
‘En
verdad, en verdad te digo: el que no nazca de nuevo no puede ver el reino de
Dios’, le
dice directamente Jesús. Habla de la radicalidad de nacer de nuevo. No son
arreglos, no son remiendos como en otro momento nos dirá hablándonos en esa
otra ocasión del paño nuevo, del odre nuevo. Ya nos ha hablado desde el
principio del evangelio de conversión; nos hemos acostumbrado a esa palabra y
la hemos devaluado. Conversión es cambio radical, es dar la vuelta totalmente
para coger el norte de Cristo, para
coger la dirección del Evangelio de Jesús.
Hoy nos
habla de nacer, nacer de nuevo. Palabras que Nicodemo se las toma demasiado al
pie de la letra y de ahí su reacción. ‘¿Cómo puede un hombre siendo viejo
volver al seno de su madre para nacer de nuevo?’ Sí entiende Nicodemo que
lo que Jesús está pidiendo es algo radical, pero no sabe cómo se puede
realizar.
Y habla Jesús
de nacer del agua y del Espíritu. ‘En verdad, en verdad te digo: el que no
nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el reino de Dios’, dice
claramente Jesús. Es el Espíritu el que nos transforma, es quien nos hace ese
hombre nuevo. Es el Espíritu de Dios que no vemos pero que sopla donde quiere,
como nos dice Jesús, para expresarnos como puede actuar en nosotros. Y somos
nosotros los que nos tenemos que dejar llevar por esa acción del Espíritu,
aunque tantas veces no lo escuchamos, nos hacemos sordos a su inspiración. Pero
también hemos de reconocer que se manifiesta en tantas cosas buenas en nosotros
pero que hemos de saber contemplar también en ese mundo que nos rodea.
Finalmente
dos lecciones podemos sacar hoy de este evangelio que se nos ofrece. Recordar
por una parte que nuestro bautismo eso tuvo que significar en nuestra vida, ese
nacer de nuevo del que nos habla Jesús
hoy. Tenemos que ser ese hombre nuevo que nos hemos dejado transformar por el Espíritu
Santo. De ello tenemos que dar señales. Esta pascua que estamos viviendo a eso
tiene que llevarnos. Y necesitamos ser signos de esa vida nueva en medio de
nuestro mundo, que necesita de esas señales.
Por otra
parte, y es la segunda lección que podemos deducir, sepamos ver las señales de
la acción del Espíritu en los demás, en nuestro mundo, en lo que nos sucede.
Será como ver esas ráfagas de luz que tanta esperanza tienen que despertar en
nosotros. Muchas obras del Espíritu se están haciendo presentes hoy en la vida
de los hombres. Tengamos los ojos atentos para descubrirlas y valorarlas.
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