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jueves, 3 de marzo de 2011

Que no se nos obscurezca nunca la fe aunque muchos sean los obstáculos


Eclesiástico, 42, 15-26;

Sal. 32;

Mc. 10, 46-52

Fe y amor son dos palabras que podríamos subrayar como resumen del mensaje del evangelio proclamado. Con fe grita ‘Bartimeo, el ciego que estaba sentado al borde del camino’ cuando pasa Jesús: ‘Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí’, repitiéndolo una y otra vez.

Quieren acallarlo, como tantas veces sucede cuando intentamos gritar nuestra fe. No nos extrañe que haya muchos a los que no interese escuchar un grito de fe cuando llevan su vida por otros derroteros bien lejanos de la fe o a los que la fe no les dice nada. Ya sabemos cómo es el mundo en que vivimos.

En este caso eran los que acompañaban a Jesús los que querían que no gritara. Muy significativo. ¿Les molestaban los gritos del ciego quizá? ¿Cómo Jesús se iba a detener al lado de aquel ciego que estaba al borde del camino? Tantos al borde del camino que gritan y nadie quiere hacerles caso. Siguen sucediendo cosas así en que nos queremos hacer oídos sordos. ¿Será también desde ámbitos dentro de la Iglesia, en muchos que se dicen creyentes? Muchas preguntas ya nos va planteando el episodio del ciego Bartimeo.

Pero resaltemos la fe con la que grita el ciego de Jericó. El hecho sucede mientras Jesús sube a Jerusalén y tras todo lo que hemos comentado de lo que Jesús les había anunciado. Es toda una confesión de fe. Decir Jesús Hijo de David era estar pensando en el Mesías Salvador. Pero en su fe pedía la compasión, el amor, la misericordia de quien podía liberarlo de su ceguera. En su fe él quiere sentir sobre su vida el amor misericordioso de Jesús. Está confensando – habría oído hablar de los milagros que Jesús hacía por donde quiera que iba – que en Jesús se manifiesta el amor misericordioso de Dios y puede sanarle.

Es así cómo tenemos que ir al encuentro con Jesús. Con fe, porque sabemos bien a quien acudimos, con quien vamos a encontrarnos. Con la certeza del amor que nos trae la salvación porque nos trae el amor de Dios. Por eso junto a esa fe ponemos también nuestra capacidad de amor. No es un encuentro frío, meramente racional que podríamos decir, sino que es un encuentro vivo, un encuentro de vida el que tenemos con Jesús. Y desde un encuentro así nos llenaremos de vida, de salvación, porque se derrama el amor de Dios sobre nosotros.

Es hermoso el diálogo establecido entre Jesús y el ciego. Ha pedido que se lo traigan y aquellos que antes querían acallar los gritos de fe de Bartimeo ahora lo conducen hasta Jesús. Ahora ‘llamaron al ciego diciéndole: ánimo, levántate que te llama’. Estará comenzando a actuar el amor en aquellos corazones, porque para seguir a Jesús han de pasar por la actitud del servicio. Estarán ellos comenzando a llenar su corazón de amor y de compasión.

‘¿Qué quieres que haga por ti?... Maestro que pueda ver’. Busca la luz que es buscar la vida y encontrar la salvación. Pero ya está en camino de salvación; la salvación está actuando ya en su corazón porque está lleno de fe. ‘Anda, le dice Jesús, tu fe te ha curado’. El creía y la luz y la salvación llegó a su vida.

Que no se nos debilite la fe; que no se nos oscurezca nunca la fe por muchas cegueras y tinieblas que haya en nuestra vida. Creemos en Jesús. Queremos siempre creer en El. Encontraremos obstáculos en el camino de nuestra vida, en el camino que nos conduzca a Jesús, pero sigamos gritando, sigamos pidiendo, sigamos buscando.

Jesús nos llama también. Jesús hará que encontremos manos que nos lleven hasta El. En la providencia amorosa de Dios y en su sabiduría infinita pondrá señales, pondrá signos, pondrá personas que nos tiendan la mano en nombre de Jesús. Vayamos hasta El.

Reconozcamos nuestra pobreza pero con la fe pongamos mucho amor.

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