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martes, 5 de enero de 2010

Una fe que crece hasta reconocer en Jesús al Hijo de Dios y nos convierte en discípulos y apóstoles

1Jn. 3, 11-21
Sal. 99
Jn. 1, 43-51


Ya lo hemos comentado en otra ocasión, la Buena Nueva del Evangelio que vamos escuchando estos días posteriores a la Navidad nos van ayudando, podríamos decir que pedagógicamente, a irnos introduciendo en todo el misterio de Jesús al tiempo que nos ayudan a pasar desde esa rectitud de vida y honradez, desde esa inquietud del corazó y esa búsqueda de Jesús a la condición primero de discípulos, seguidores de Jesús, y luego también de apóstoles de su evangelio.
De manera especial en lo escuchado en este final del capítulo primero del evangelio de san Juan lo vemos en la llamada de los primeros discípulos y el descubrimiento que ellos van haciendo de Jesús. De un Jesús maestro – rabí -, profeta y Mesías, en el que se cumple todo lo anunciado por los profetas hasta la confesión que hoy escuchamos en Natanael diciendo: ‘Rabí, tu eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel’.
Efectivamente Juan y Andrés se van tras Jesús porque el Bautista lo había señalado como ‘el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo’; ellos quieren conocer más de Jesús – ‘Maestro, ¿dónde vives?’, les escuchábamos ayer -, pero pronto Andrés anunciará a su hermano Simón ‘hemos encontrado el Mesías’.
Felipe, que sigue a Jesús escuchando la invitación que Jesús mismo le hace para ser su discípulo, dirá a Natanael ‘Aquel de quien escribieron Moisés en la Ley y los Profetas lo hemos encontrado… a Jesús, el hijo de José, de Nazaret’. Y ya hemos comentado cómo lo reconoce y confiesa Natanael. Pero Jesús mismo completará esta revelación diciéndonos cómo se va a manifestar la gloria de Dios en El. ‘Yo os aseguro: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del Hombre’. Palabras de Jesús que nos recuerdan el sueño de Jacob que veía también esa escala que subía hasta el cielo por donde bajaban y subían los ángeles de Dios.
Aquellos que comenzaron a seguir a Jesús, siendo sus discípulos, pronto los vemos convertidos en apóstoles que llevan a sus compañeros la noticia de aquel a quien han encontrado y en el que se realizan todas las esperanzas. ‘Hemos encontrado al Mesías’ le dirá Andrés a su hermano Simón y lo lleva a Jesús. Lo mismo hará Felipe con su amigo Natanael el de Caná para llevarlo también a Jesús.
Nos ayuda también a nosotros en la vivencia de las celebraciones de estos días y en todo lo que es nuestra fe y nuestro seguimiento de Jesús. Como hemos mencionado en más de una reflexión no nos quedamos en un Jesús niño, sino que en ese niño estamos contemplando al Hijo de Dios, estamos descubriendo al que es nuestro Salvador, estamos queriendo escuchar al que es la Palabra eterna de Dios, estamos vislumbrando todo el misterio de Dios que se nos revela, porque en el rostro de Jesús estamos conociendo el rostro de Dios. Ese Jesús es el Emmanuel, el Dios con nosotros.
Nos queda hacer como aquellos primeros discípulos. Lo que estamos descubriendo y viviendo tenemos que comunicarlo a los demás. Mensajeros de Buena Nueva tenemos que ser nosotros en medio del mundo que nos rodea. Ante un mundo en tinieblas o desencantado en el que vivimos nosotros tenemos que despertar la fe y la esperanza desde nuestra fe y nuestra esperanza.
Esa alegría de la fe, del encuentro con Jesús y su seguimiento es algo que tenemos que trasmitir a los que nos rodean. No podemos vivir la alegría de la fe sólo como unos villancicos que ahora cantamos porque toca, porque es Navidad, sino que esto tiene que expresarse en nuestra vida, en la ilusión con que vivimos, en el amor del que llenamos nuestra vida, en todas esas obras buenas que hemos de hacer por los demás.
El mundo necesita esa alegría y esa esperanza. De nosotros depende que las puedan encontrar.

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