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viernes, 8 de enero de 2010

Envió su Hijo al mundo para que vivamos por medio de El

1Jn. 4, 7-10
Sal. 71
Mc. 6, 34-44


‘Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos porque andaban como ovejas sin pastor, y empezó a enseñarles muchas cosas’. Ahora es Marcos, el evangelista, quien nos hace como un resumen del ministerio que Jesús realiza por Galilea.
Es la luz que va iluminando las mentes y los corazones, pero se va encontrando muchas tinieblas que hay que disipar. Camina Jesús entre las gentes, por los pueblos y los campos de Galilea y se va encontrando corazones desgarrados y hambrientos. ‘Andaban como ovejas sin pastor’ y ¿adónde podrán ir sin un pastor que les guíe, les cuide y les alimente? Por eso vemos que enseguida Jesús ‘empezó a enseñarles muchas cosas’.
Les alimenta con el pan de la Palabra que El anuncia; les alimenta también sus cuerpos hambrientos y extenuados, como un signo del alimento verdadero que Jesús nos quiere dar, pero que nunca podrá tampoco desentenderse de ese alimento material que necesitan.
‘Estamos en despoblado y es muy tarde’, le dicen los discípulos más cercanos a Jesús, ‘que vayan a los cortijos y aldeas de alrededor y se compren de comer’. Y Jesús nos está enseñando que no nos podemos desentender. ‘Dadles vosotros de comer’. No hay suficiente para todos pero habrá que compartir los cinco panes y los dos peces. Y se realiza el milagro.
¡Cuánto nos enseña Jesús! Allí está el amor y la misericordia, la ternura y la compasión. ‘Dios envió su Hijo único al mundo para que vivamos por medio de él’, nos decía san Juan en su carta. Viene el Salvador y viene el que es la vida. Viene el que nos redime de nuestros males y pecados y viene el que quiere que tengamos vida en él. Es su vida y su amor el que nos va a inundar. Es su amor y su vida el que nos va a alimentar de verdad. Es su amor y su vida el que nos va a poner en camino de actitudes nuevas que nos enseñen a amar y a compartir.
El milagro que Jesús realiza dando de comer a toda aquella gente por la que sentía lástima, por los que se derrite su corazón en amor y en ternura, nos está hablando de muchas cosas, nos está hablando de ese Reino de Dios, ese Reino de los cielos que El está anunciando e instaurando. Cuando queremos vivir en ese Reino de Dios significa que en nosotros hay, ha de haber, esas nuevas actitudes, esos nuevos gestos, esas nuevas obras que estamos viendo reflejadas en Jesús.
A Jesús queremos ir también nosotros para alimentarnos de El, escuchar su Palabra, plantarla en nuestro corazón, tener su vida en nosotros. Así nos alimenta, así nos llena de su salvación. Pero si así miramos a Jesús, escuchamos su Palabra, nos alimentamos de su vida, significará que ahora nosotros también tenemos que comenzar a mirar a los demás con una mirada de amor como lo hacía Jesús. Lo tenemos que hacer cada uno de los que llevamos el nombre de cristianos porque queremos ser discípulos de Jesús y es lo que quiere realizar y realiza la Iglesia una y otra vez en medio de nuestro mundo.
Pienso en esa multiplicación de los panes que la Iglesia sigue realizando hoy en tantos a los que quiere remediar en sus necesidades, sus carencias y sus problemas. La tarea de Cáritas, la tarea de tantas obras asistenciales y a favor de los demás que nacen al calor de la Iglesia e impulsados por nuestra fe en Jesús. Tantos lugares en los que se acoge y alimenta a los pobres, se les ayuda a abrirse a nuevos caminos en la vida; tantos lugares donde se cuida de los enfermos, se atiende a los ancianos, se realiza una labor maravillosa con discapacitados de todo tipo, físico o psíquico, y podríamos hacer una lista muy grande de todas esas obras de la Iglesia.
Es nuestra obra, la que tenemos que realizar desde esa fe que tenemos en Jesús, ese Jesús a quien hemos contemplado en estos días recién nacido en Belén, pero que sabemos, como nos ha dicho la Palabra de Dios hoy, que ha venido para que tengamos vida y vida en abundancia, ‘para que vivamos por medio de El’.

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