Sab. 24, 1-2.8-12:
Sal. 147;
Ef. 1, 3-6.15-18:
Jn. 1, 1-18
No puedo menos que comenzar haciendo mía la súplica de san Pablo en la carta a los Efesios: ‘Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos’.
Sólo con la luz de su Espíritu podemos conocerle. El es quien nos lo revela. ‘A Dios nadie lo ha visto jamás…’ Es el deseo de todo hombre, ver a Dios conocer a Dios. Pero en todo el Antiguo Testamento está la Tradición de que no se puede ver a Dios y quedar con vida. Se nos habla de Abrahán que hablaba con Dios como con un amigo, y que se le manifestaba en el caminante que llegaba a su tienda, o el ángel del Señor que le hablaba. Moisés en lo alto de la montaña primero escuchó la voz de Dios que le hablaba y le confiaba una misión y cuando lo vio bajó de la montaña con el rostro resplandeciente.
Pero ahora se nos dirá que ‘el Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien nos lo ha dado a conocer’. Y es que Jesús es el Emmanuel, el Dios con nosotros, la Palabra que nos revela a Dios y nos da a conocer su misterio de amor. ‘La Palabra que se hizo carne y plantó su tienda entre nosotros’. Plantó su tienda, como el beduino que allá en el desierto planta su tienda para acampar, como el caminante que lo hace para descansar en el camino, ‘la Palabra plantó su tienda entre nosotros’. Es presencia y es descanso. Es luz y es vida. Será alimento y será viático para nuestro caminar. Quiere estar entre nosotros porque es el Dios con nosotros. Se acerca de la forma más humilde y entre los humildes, porque al no encontrar posada lo vemos nacer en un establo y ser reclinado en un pesebre entre pajas.
Misterios y maravillas de Dios que nos hacen contemplar su gloria. No como nosotros nos lo habríamos imaginado, sino en la humildad y sencillez. Pero ‘hemos visto su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad’. Así se manifiesta la gloria del Señor.
En la noche de Belén ‘un ángel del Señor se les presentó; la gloria del Señor los envolvió de claridad’. Así brilla la gloria de Dios, así es el resplandor de su luz. Pero maravilla del amor de Dios que así quiere acercarse a nosotros en la humildad y la pobreza. Lo hizo entonces y lo sigue haciendo hoy porque es ahí en los pobres y los humildes donde quiere que le encontremos, y que lo que a ellos le hagamos a El se lo estaremos haciendo.
Significa, pues, el amor y la cercanía de Dios, el que planta su tienda entre nosotros. Y se quedará para siempre con nosotros, porque, aunque nos parezca que se vaya o no le sepamos ver, El ha prometido que estará con nosotros para siempre, hasta el final de los tiempos. Y estará para siempre la presencia de su Espíritu y la presencia maravillosa en los sacramentos sobre todo en la Eucaristía. Y luego, tras ese final de este mundo, ya estaremos para siempre con El en la gloria eterna del cielo.
Hoy Juan nos ha dicho que ‘la Palabra era la luz verdadera que alumbra a todo hombre… en la Palabra había vida y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla y la tiniebla no la recibió… al mundo vino y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella y el mundo no la recibió. Vino a los suyos y los suyos no la recibieron…’
Paradojas del misterio que estamos celebrando. La luz viene para iluminar. Dios planta su tienda entre nosotros. No es que nosotros tengamos que hacer grandes recorridos para ir hasta Dios, sino que es Dios quien viene a nosotros, y nos trae luz, y nos trae vida, pero ‘vino a los suyos y los suyos no lo recibieron…’
Drama del hombre que no recibe a Dios, que rechaza la luz, que prefiere a las tinieblas. Ceguera inexplicable que rechaza la luz, como si le molestara y prefiriera a las tinieblas. Misteriosa maldad del hombre que en nombre de la libertad que Dios mismo le ha concedido y con la que le ha engrandecido, se decide por el ‘no’ a la luz y a la vida prefiriendo las tinieblas y la muerte.
Pero tras ese drama del hombre seguiremos contemplando el amor y la espera de Dios. El sigue esperándonos y buscándonos. Y ‘a cuantos le recibieron les da poder para ser hijos de Dios si creen en su nombre’, nacidos no de la carne o amor humano, sino de Dios. ‘En la Palabra había vida y la vida era la luz de los hombres’. Esa luz y es vida de la que nos hace partícipes para que para siempre seamos hijos. ‘De su plenitud todos hemos recibido gracia tras gracia’.
Como nos decía san Pablo ‘nos ha elegido… y nos ha destinado en la persona de Cristo, por pura iniciativa suya, a ser sus hijos…’ Por pura iniciativa, por puro amor de Dios que así nos ama. ‘Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios,, pues ¡lo somos!’, que exclamaba san Juan.
‘Bendito sea Dios’, tenemos que reconocer y lo hacemos de manera especial cuando estamos contemplando y celebrando todo el misterio de la Navidad, ‘que nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales’. Démosle gracias a Dios.
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