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martes, 23 de agosto de 2011

Veracidad, sinceridad, auténticidad signos de madurez humana y cristiana


1Tes. 2, 1-8;

Sal. 138;

Mt. 23, 23-26

La veracidad y la sinceridad nos dan señales de la autenticidad y madurez de una persona. Quien no es capaz de ser sincero y auténtico en su vida, dejando a un lado dobleces, fingimientos y apariencias, nos está manifestando la pobreza de su vida cuando necesita cubrirse con las apariencias para no dejar ver lo que auténticamente lleva por dentro. Nos manifiestan muchas carencias y nos están señalando la pobreza espiritual de una vida.

Es lo que Jesús denuncia en los fariseos cuando los llama hipócritas porque detrás de las apariencias de cumplimientos extrictos en cosas realmente nimias, luego dejan a un lado lo verdaderamente importante y lo que es más acepto a Dios. Cuando empleamos la palabra hipócrita lo primero que estamos queriendo decir que es una persona de doble cara; una la fachada, lo que quiere manifestar externamente, y otra lo que realmente es por dentro. Esa palabra hace referencia a las máscaras que usaban los actores en el teatro griego poniéndoselas delante de sus rostros para hacer la representación o el mimo. Seguimos usando la careta, y no ya en el teatro espectáculo, sino en el teatro que queremos hacer de nuestra vida cuando no somos auténticos sino que nos ocultamos tras una careta de apariencia que es realmente de falsedad.

En la vida no podemos ir de esa manera, aunque quizá sea un pecado más frecuente quizá de lo que pensamos. En nuestro infantilismo queremos aparentar lo que no somos, porque a la larga nos cuesta reconocer delante de nosotros mismos lo que realmente somos, o las carencias que hay en nuestra vida. Ponemos la fachada, lo externo de bonita apariencia para ocultar la podredumbre que llevamos por dentro.

¿Será porque queremos ser más o mejores que los demás? Que queramos ser mejores no es malo, lo realmente malo y peligroso es que siempre nos estemos comparando con los demás y para tratar de superarlos llenemos nuestra vida de falsedades y mentiras. Porque incluso aquellos que se dan de muy sinceros y pregonan a los cuatro vientos su sinceridad, porque ellos dicen siempre lo que piensan o lo que creen que es su verdad, realmente están parapetándote detrás de esa apariencia de sinceridad para ocultar la mentira de su vida.

Como nos dice Jesús hoy en su denuncia que hace de los fariseos, limpiemos la copa por dentro que es lo más importante, porque si hay pureza y rectitud en nuestro corazón eso se manfestará espontaneamente en nuestro exterior. Al que es sincero de verdad, al que es auténtico en su vida no hace falta que nos haga gala de sus rectitudes porque en sus actitudes y en la manera de hacer las cosas notaremos la pureza de su corazón.

Como les dice Jesús a los fariseos ‘pagáis el diezmo de la menta, del anís y de la hierbabuena, y descuidáis lo más grave de la ley: la justicia, la compasión y la sinceridad…’ Caminos por caminos de bien y de justicia, seamos verdaderamente misericordiosos y compasivos en nuestro corazón, vivamos con autenticidad nuestra vida y seremos gratos a los ojos de Dios. Maduremos de verdad en nuestra vida y en nuestra fe, para que nos manifestemos verdaderamente como hombres rectos y de bien.

Llenemos nuestro corazón de misericordia, de amor, de generosidad, de compasión, porque ya sabemos que nuestro Padre Dios es compasivo y misericordioso y ya Jesús nos propone que seamos perfectos como nuesro Padre; pero es que además si miramos con sinceridad nuestra vida, nuestra historia personal seremos capaces de comprender cuán misericordioso y generoso en su amor y su perdón ha sido Dios con nosotros, que somos pecadores. No nos vayamos haciendo de justos y buenos, que somos pecadores y el Señor ha derramado su misericordia tantas veces con nosotros. actuemos nosotros en consecuencia siendo misericodiosos, pero con autenticidad, para con los demás.

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