Sepamos tejer la vida con los valores que nos ofrece el
evangelio y nuestras familias cristianas tendrán el colorido de la Sagrada
Familia de Nazaret
Eclesiástico 3, 2-6. 12-14 Sal 127;
Colosenses 3, 12-21; Mateo 2, 13-15. 19-23
Seguimos celebrando la Navidad. No es
solo el ambiente externo navideño que aún no ha abandonado nuestras calles y
nuestros ambientes, aunque pronto se transformará en las fiestas de fin de año
y año nuevo, sino que quienes hemos querido meternos hondamente en el misterio
de la Navidad lo seguimos sintiendo hondamente y sigue impulsándonos a ese
encuentro vivo con el Emmanuel, el Dios con nosotros que nos inunda de su amor
y salvación.
Pasará todo este ambiente navideño que
vivimos en lo exterior y como hojas que se lleva el viento o planta que no se
riega y se cuida debidamente pronto poco a poco se irá acabando y lo
sustituiremos por otras fiestas o acontecimientos de la sociedad que llevaran
pronto al olvido cuando antes habíamos vivido hasta de una manera loca. Pero el
sentido vivo de la navidad no pasará sino que irá dejando huella en nosotros y
ojalá fuéramos capaces de ir marcando también con ello la vida de nuestra
sociedad para acercarla más al evangelio. Es tarea que tenemos que realizar.
Este domingo siguiente a la navidad tiene
un sabor especial. Queremos contemplar y celebrar a la Sagrada Familia de
Nazaret. En la sabiduría y providencia de Dios pudo encarnarse y hacerse hombre
de mil maneras, podríamos decir. Pero quiso encarnarse en el seno de María y
nacer en el seno de una familia y de un hogar, en el hogar de Nazaret. Nazaret
es una gran lección todavía hoy para toda la humanidad. Y es que en Nazaret, un
pequeño pueblo que había permanecido en el silencio y en el anonimato a lo
largo de la historia, estaba aquel hogar humano, aquella familia en la que
había de nacer y crecer nada menos que el Hijo de Dios, hecho hombre.
Nuestra mirada se dirige hoy a aquella
familia, en los distintos avatares por los que tuvo que pasar que no fueron
nada fáciles, para en ella encontrar ejemplo y estímulo para nuestras propias
familias cuando queremos vivir esa realidad desde el sentido de la fe y desde
el sentido del evangelio, un sentido cristiano.
Una familia es algo más que una pareja
de un hombre y una mujer que porque se aman un día quieren contraer matrimonio.
La urdimbre de esa pareja para ser una auténtica familia tiene que estar bien
construida, bien conjuntada para crear lo que le va a dar una estabilidad y una
hondura, una fortaleza al mismo tiempo que un calor humano y hasta divino que
mantenga todas esas condiciones necesarias para ser una verdadera familia.
Allí donde todos van a ser los unos
para los otros, porque cada uno va a sentir como propio cuanto le suceda a los
demás miembros de la familia, allí donde mutuamente se van a sentir como
entrelazados los unos con los otros para hacer un mismo camino aunque cada uno
tenga sus características y dones particulares, pero donde siempre van a sentir
ese apoyo mutuo que les fortalece y les enriquece y que les da una profunda estabilidad
emocional y vital.
Hablando de esa urdimbre, de esa conjunción
mutua y de ese sentirse entrelazados los unos con los otros para crear esa
unidad familiar me vino a la mente aquellas traperas canarias realizadas en
aquellos telares artesanales que hace años aun veíamos en nuestros pueblos y en
nuestros campos. Recuerdo ver trabajar en uno de aquellos telares artesanales
para realizar una de esas traperas que aun conservo en casa; cómo se preparaba
debidamente la urdimbre que iba a ser la base de toda la tarea y por otra parte
aquellas tiras con las que se elaboraba la trapera y que en la variedad de
colores le daban su vistosidad y su belleza; pero del trabajo de tejer con todo
cuidado con todos aquellos materiales y lanas surgía la fortaleza de la trapera
elaborada pero también el abrigo que iba a dar para cubrirse de los malos
tiempos.
Perdónenme la extensión de la
comparación, pero de alguna manera así veo como se han de conjuntar los
miembros de una familia entrelazándose mutuamente en el amor que le va a dar
fortaleza y estabilidad a la institución familiar. Cada uno ponemos nuestro
color que son nuestras cualidades y valores pero con los que mutuamente nos
enriquecemos para darle colorido y belleza a la vida. Pero mutuamente nos
apoyamos saliendo los unos por los otros en cualquiera de las dificultades que
nos puedan ir apareciendo en la vida para en esa unidad sentirnos
verdaderamente fuertes. Es el calor humano que nos ofrecemos los unos a los
otros porque nunca entonces nos veríamos desamparados.
Es cierto que muchas veces nos aparecen
grietas en la vida por donde nos puede entrar aquello que nos corroe y nos
destruye, sobrevenidas de las mismas circunstancias de la vida, del carácter y
peculiaridad de cada uno que no siempre hemos madurado lo suficiente y la vida
se nos puede llenar de fríos que hacen mella en el corazón y nos pueden hacer
olvidar aquellos buenos valores que tendríamos que saber cultivar.
Pero es entonces, como cristianos que
queremos seguir a Jesús, cuando elevamos nuestra mirada y por una parte
contemplamos a esta Sagrada Familia de Nazaret que hoy celebramos, pero también
escuchamos en lo más hondo de nosotros la buena nueva del evangelio que una vez
más viene a iluminar nuestras oscuridades.
Hoy contemplamos la fortaleza de José,
el padre de familia de aquel hogar de Nazaret, para afrontar las dificultades y
problemas que van surgiendo buscando siempre lo mejor. Pero es la fortaleza de
un hombre creyente, del hombre que busca y quiere encontrar lo que son los
caminos de Dios, lo que es la voluntad del Señor y se deja conducir. Cuánto tendríamos
que decir en este sentido de esa madurez humana y espiritual que en José
podemos contemplar.
Hoy por otra parte en la carta a los
Colosenses se nos recuerda una serie de valores y virtudes que si las
cultivamos debidamente van a ser como esa urdimbre base de lo que va a ser esa
hermosa pieza de nuestra familia. Unos valores y unas virtudes que nos ayudan a
entrelazarnos fuertemente los unos con los otros y que van a dar hondura y
fortaleza a nuestras vidas y a nuestras familias.
Nos habla el apóstol de compasión entrañable,
de bondad, humildad, mansedumbre y
paciencia; de sobrellevarnos mutuamente que significa aceptarnos y respetarnos,
de ser capaces de perdonarnos, pero siempre de amarnos y amarnos sin límites
buscando siempre la paz. Pero también algo muy importante, que la Palabra de
Dios esté siempre plantada en lo hondo de nuestro corazón, para también saber
dar gracias, alabar y bendecid al Señor, contar siempre con la fuerza y la
gracia de su Espíritu.
Ojalá
supiéramos tejer nuestra vida con todos estos valores que así nuestras familias
cristianas tendrían otro brillo y otro colorido.
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