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sábado, 4 de enero de 2020

Una palabra nuestra, un gesto o un detalle nuestro, un testimonio que nosotros podamos ofrecer se puede convertir en un signo de llamada para alguien que está a nuestro lado


Una palabra nuestra, un gesto o un detalle nuestro, un testimonio que nosotros podamos ofrecer se puede convertir en un signo de llamada para alguien que está a nuestro lado

1Juan 3, 7-10; Sal 97; Juan 1, 35-42
‘Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús’. Así, sin más. Unas palabras bastaron para ponerse en camino. Grande tuvo que ser el impacto. Era una buena noticia que ellos recibieron, pero abrieron su corazón.
Algunas veces nos parece que no puede ser. Pero hay cosas que nos impactan. Una palabra, un acontecimiento, un detalle, algo que quizá para otros pasa desapercibido, una persona que pasa junto a nosotros en la vida, pero nos sentimos tocados. No solo llama la atención sino que nos hace poner toda nuestra atención, toda nuestra vida.
Por eso hoy quizás los medios de comunicación buscan impactarnos con las noticias; los que mueven los ejes de las campañas publicitarias buscan los mejores recursos para hacer que aquello que publicitan nos impacte y nos sintamos atraídos; los ideólogos ya se preocupan de tener gestos, darnos unos flashes impactantes para llevarnos por su camino. Y hasta se crean situaciones ficticias que nos llamen la atención y no digamos la maldad de las malas noticias como recurso para atraernos o para llevarnos según sus intereses por sus caminos o planteamientos. Por eso tenemos también que saber estar atentos para descubrir lo que es bueno y lo que no es tan bueno, alertas en la vida para no dejarnos engañar.
Pero lo que sucedió a Juan y Andrés, que nos cuenta el evangelio hoy, no eran noticias falsas. Era algo realmente importante y por eso ellos se pusieron a buscar. Querían conocer y conocer a fondo, querían que la experiencia no fuera el impacto de un momento sino una decisión firme y bien tomada que marcara para siempre sus vidas. ‘¿Qué buscáis? Maestro, ¿Dónde vives? Venid y lo veréis…’ son las breves palabras que resumen un diálogo que los ponía en camino. Se fueron con Jesús. Será algo que no olvidarán nunca. Hasta recordarán la hora en que fue aquel primer encuentro. De ello pronto comenzarán a hablar, a comunicar a los demás, como Andrés cuando se encuentra con su hermano Simón.
Y a todo esto, ¿nosotros, qué? Tendríamos quizá que renovar ese encuentro que un día tuvimos, es palabra que en una ocasión escuchamos, ese gesto o ese detalle que en un momento nos impactó, pero quizá se nos ha quedado en la penumbra del tiempo y ya lo vemos como algo pasado, tan pasado que quizás hasta de alguna manera hemos olvidado, o se ha enfriado en nosotros aquel impacto que entonces recibimos. Así somos los humanos, tan inconstantes, tan olvidadizos, con tantas rutinas en nosotros que pueden más que aquellas cosas o aquellos momentos que fueron verdaderamente importantes.
Tenemos que reavivar ese deseo de búsqueda, de ponernos en camino detrás de Jesús. Que no se nos enfríe el entusiasmo, que no se nos debilite la fe, que mantengamos el calor del corazón para que se mantenga viva la llama de nuestro amor. Por eso es bueno revivir esos buenos momentos vividos para que se aviven las llamas de esos rescoldos que aun nos quedan en el corazón.
Pero también tendríamos que darnos cuenta de una cosa. Una palabra nuestra, un gesto o un detalle nuestro, un testimonio que nosotros podamos ofrecer se puede convertir en un signo de llamada para alguien que está a nuestro lado. Cuidemos que esa ráfaga de luz que nosotros podamos ofrecer sea verdaderamente brillante y no refleje otra luz sino la de Cristo. Que seamos un buen signo para los que nos rodean que lleve a los otros a seguir a Jesús.

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